martes, 30 de noviembre de 2010

Yo, Chistiane F. 13 años, drogadicta y prostituta (cap 5/20)

Christiane F
Nos fuimos a la estación del Zoo donde ya había abierto un bar. Aquello me produjo una pésima impresión. Era la primera vez que ponía mis pies en la Estación Zoo. Era repugnante, llena de pequeñines, sucios y muy pobres que estaban revolcados en vómito, borrachos, en todos los rincones. Por cierto que no me imaginé nunca que a partir de entonces y durante muchos meses, yo iba a pasar todas las tardes rodeada por aquel entorno.
Alrededor de la seis, decidí regresar a casa. Una vez en mi cama estuve a punto de sufrir un freak-out (un mal ''aterrizaje ''producto de la drogadicción) por primera vez en mi vida. Yo había colgado un poster en el muro en el muro que representaba a una negra que estaba fumando un pito. En un rincón de la imagen, abajo, había una pequeña mancha azul. Al ver cómo esta se metamorfoseaba en una máscara que hacía gestos para luego transformarse en una verdadera cabeza de Frankenstein. Sentí pavor. Resolví, y justo a tiempo, concentrar mi espíritu en otra cosa.
Me desperté al mediodía, muy tensa, insensible, como muerta. Todo lo que se me ocurrió pensar fue:'' Te va a tocar andar coja porque tu primer noviecito te abandonó muy pronto''. Me miré en el espejo. Me odiaba a mí misma. Hasta el día anterior había considerado que mi rostro era estupendo, misterioso, precisamente tenía el aspecto de una chica audaz, que se sabe manejar. Aquel día tenía un aspecto absolutamente siniestro, las ojeras negras bajo mis ojos parecían estar recubierto de gasas. Estaba lívida.
Me dije:''Christianne, la ''Sound'' se acabó. No puedes seguir aparentando ante Atze y su pandilla''. Durante los días siguientes, me esforcé por matar en mí todo sentimiento por los otros. No tomé más comprimidos ni probé el LSD. Me fumaba un pito de tras del otro y durante todo el día tomaba té mezclado con hachís. Al cabo de algunos días me volví a sentir estupendamente. Me propuse no amar a nadie excepto a mí misma. Pensaba que de allí en adelante sería la dueña de mis sentimientos. No quería regresar nunca más a la ''Sound''.
La noche del sábado siguiente viví la noche más larga de mi existencia. Me quedé en casa por primera vez, después de mucho tiempo. Era incapaz de ver televisión y tampoco podía dormir. No tenía drogas para ''viajar'', me rendí ante la evidencia de que no podía vivir sin la ''Sound'' y mis amigos. Sin ellos, la vida me parecía totalmente vacía.
Después que decidí regresar a la ''Sound'' me sorprendí esperando con impaciencia el fin de semana. Interiormente, me estaba preparando para regresar a la ''Sound''. Ensayé diferentes peinados para decidir finalmente no peinarme en forma sofisticada. Consideré que de esa manera tendría un aspecto más misterioso.
El viernes opté por tomarme unos Valiums con un poco de cerveza. Antes de ir a la ''Sound'' me tragué un Mandrake. Así, no tendría miedo de Atze ni de sus compañeros. Estaba apenas consciente. Me puse un gran sombrero de tela de jean, me senté en una mesa, coloqué mi cabeza debajo y dormí casi toda la noche.
Cuando desperté, Detlev había retirado mi sombrero de mi rostro y me acarició los cabellos. Me preguntó qué me ocurría. Le respondí: ''Nada''. Me mostré muy distante, pero lo encontré extraordinariamente amable por ocuparse de mí de esa manera.
Para el wikén siguiente estuvimos casi todo el tiempo juntos. Ahora tenía una nueva razón para ir a la ''Sound'': Detlev.
No fue un flechazo como con Atze. Al comienzo estábamos juntos mientras permanecíamos en la ''Sound''. Conversábamos como locos. Me llevaba muy bien con Detlev pero todo era muy diferente a lo que había conocido a través de Atze. Ninguno era superior al otro ni intentaba imponer su propio punto de vista. Con Detlev yo podía hablar de todo, sin pensar que el explotaba mis puntos débiles. Por otra parte, lo encontré muy simpático desde nuestro primer encuentro. Claro que no era un tipo fuerte como Atze pera era muy tierno, transparente. Así fue cómo me comencé a dar cuenta, poco a poco, que mi amistad con Detlev me aportaba mucho más que mi relación con Atze. Aunque yo estaba a la defensiva- yo nunca más iba a depender de un muchacho- cada semana empecé a quererlo más y más. Y un día me vi obligada a reconocer que estaba enamorada de Detlev. Por siempre y para siempre.
Me transformé en una chica calmada. Eso tenía que ver con el hecho de que casi no tomaba estimulantes aunque de vez en cuando me tomaba unos tranquilizantes. Perdí toda mi vivacidad. Dejé de bailar. Sólo lograba agitarme un poco cuando no podía encontrar un poco de Valium.
Supongo que fui más agradable en la convivencia con mi madre y su pareja. No contestaba, no peleaba, no me oponía a nadie. Había renunciado a cambiar mi comportamiento en casa. Y constaté que eso simplificaba la situación.
Para la Navidad de 1975- tenía trece años y medio- yo pensaba que gracias a mi resignación ahora tendría derecho a renovar las relaciones con mi madre (aparentemente congeladas) para que ella pudiese tener acceso a una parte de la verdad. Le expliqué, entonces, que ya no iba a dormir siempre a la casa de Kessi, que había optado por pasar las noches en la ''Sound'' durante los últimos fines de semana cuando no alcanzaba a coger el último tren del metro. Naturalmente, su reacción fue violenta y me regañó. Le dije que resultaba mejor pasar de vez en cuando una noche en una discoteca y regresar sabiamente a casa después, que aquello era mucho mejor que lanzarme a la vida como tantas otras chicas del sector Gropius. Le dije que era mejor que ella estuviera al corriente y supiese dónde me encontraba a que yo me viera forzada a contarle mentiras. Ella se tragó todo ese cuento. En honor a la verdad, yo no tenía muchos deseos de poner a mi madre al corriente de lo que ocurría en mi vida. Pero aquello de estar contando mentiras en forma permanente me tenía con los nervios de punta. Por otra parte, cada vez me resultaba más difícil inventar historias que resultaran convincentes. Precisamente, esa fue una de las razones de ''mi confesión''.- no encontraba ningún pretexto para irme la noche de Navidad y del Año Nuevo a la ''Sound''. Mi madre me permitió salir todas las tardes durante el período de las fiestas. Yo misma estaba estupefacta. Es cierto que yo no conté cómo era realmente la ''Sound'': un sitio correcto donde una adolescente no arriesgaba- absolutamente nada-, y, por otra parte, todos mis amigos tenían permiso para ir allí. Además, le di a entender que ella debía darme un día de asueto a la semana y así yo podía vivir en paz en mi hogar.
En el ínter tanto, en la ''Sound'', todo cambió. La heroína había causado estragos en forma violenta. En nuestra pandilla no se hablaba al respecto... En el fondo, todo el mundo estaba en contra ya que se habían visto suficientes personas demolidas por la heroína. Eso no impidió que algunos tarados la probaran una y otra vez. Y la mayoría, después de la primera inyección, quedaban enganchados. La heroína destruyó nuestra pandilla. Los que se inyectaban pasaron a formar parte de otro grupo.
La heroína me inspiraba un santo temor. Cuando me sentía tentada por probarla me recordaba a mi misma que tenía trece años. Pero nuevamente comencé a sentir consideración por aquellos que se inyectaban. Ellos pasaron a constituirse en modelos de tipos más valientes, más audaces. Estos eran los yunkis y comenzaron a mirarnos con gran menosprecio. Para ellos, el hachís era droga para bebés. Me deprimía pensar que yo nunca pasaría a formar parte de ellos, que las drogas duras que ingerían no eran para mí. No había ninguna posibilidad de promoción porque esa droga me repugnaba profundamente: era como llegar al fondo del abismo. Lo que hizo que desistiera de la pandilla sin mayor objeción fue que contaba con Detlev. Los otros no contaban para nada porque la relación entre Detlev y yo cada vez funcionaba mejor. Un domingo, a comienzos de 1976, lo llevé a casa. Sabía que mi madre y su pareja se encontrarían ausentes. Cociné para Detlev y le preparé un verdadero banquete. Nos sentamos en la mesa y almorzamos, como le correspondía a una pareja de veras. Lo pasamos realmente estupendo.
Después de aquella ocasión, no dejé de pensar en Detlev toda la semana. Esperé con impaciencia el día viernes y el momento de reencontrarlo en la ''Sound''. Llegué súper contenta y sin haber consumido ninguna droga antes. Detlev estaba emparejado con una chica que tenía aspecto de náufrago. Me senté al lado de ellos pero Detlev apenas me miraba. Estaba bastante ausente. En un momento pensé que me volvería a pasar lo mismo que con Atze. Pero ese idiota no me iba a plantar por esa morcilla viciosa…
Por de pronto, no se hablaban entre ellos y sólo intercambiaban una que otra frase incoherente. Lo único que comprendí es que hablaban de heroína. Y de súbito caí en la cuenta. Detlev le estaba pidiendo heroína o ella le estaba solicitando que le consiguiera una dosis a ella. Algo así. Sentí un pánico espantoso. Y aullé literalmente:'' ¡Muñeco de mierda! ¡Estás totalmente trastornado! ¡Tienes dieciséis años y sin embargo ya te quieres inyectar! ''
El no tenía deseos de escuchar. Yo proseguí:'' ¡Mándate tres viajes de una vez! Yo te los conseguiré, pero no te metas en líos, te lo imploro.'' Le supliqué suave y dulcemente. El reaccionó peor aún, con gran indiferencia. Y fue entonces que cometí un error garrafal- ahora que lo recuerdo bien. Estaba tan aterrada que volví a gritarle: ''¡Si te inyectar se acabó todo entre nosotros! Tienes el campo libre. No quiero verte más''. Después me levanté y me fui a bailar. Me moví como una idiota. No debí hacer ese espectáculo. Debí esperar a reencontrarme con él y hablar calmadamente. Yo ejercía influencia sobre él. Y sobretodo, no debí dejarlo sólo, ni un segundo, porque el ya estaba volado…
Dos horas después, alguien me dijo que Detlev y Bernd, su mejor amigo, se habían inyectado una pequeña dosis. Primero habían inhalado y después se inyectaron.
Volví a ver a Detlev en el transcurso de la noche. El me sonrió, - una sonrisa que parecía desde muy lejos. Tenía un aspecto muy alegre… Tampoco intentó acercárseme. Y yo no quería estar junto a él. Fue peor que aquella noche en que perdí a Atze. Detlev se fue. Partió a un mundo que no era el mío. De un plumazo, a causa de una inyección, ya no existía nada en común entre nosotros.
Yo continué frecuentando la ''Sound''. Detlev encontró pronto una nueva pareja. Se llamaba Angie. Era horrible y despojada de sentimientos. Pude constatar que entre ellos no existía contacto alguno. Jamás vi. a Detlev hablarle. Pero ella se inyectaba. Detlev iba a verme de vez en cuando pero se comportaba como un extraño. Por lo general aparecía cuando necesitaba cinco o seis marcos para inyectarse. Cuando tenía dinero se lo daba.
Los domingos por la mañana eran siniestros. Me arrastraba hacia el metro pensando:''Todo esto es una buena mierda''. Ya no supe quién era yo. No sabía porqué iba a la ''Sound'', porqué me drogaba, porqué debería intentar hacer otra cosa- no sabía absolutamente nada de nada, en que mundo vivía-… El hachís no me aportaba gran cosa. Cuando aterrizaba me encontraba en un aislamiento total, incapaz de hablarle a nadie de lo que me sucedía. Pero como ya no tenía a Detlev a mi lado de vez en cuando, comencé a acercarme más a los otros. Y cada vez consumía mayor cantidad de comprimidos.
Un sábado en el cual me encontré con dinero en el bolsillo llegué más lejos. Como estaba completamente bajoneada, me tomé tres Captagon, dos Efedrinas, algunos comprimidos de ''coofies'' (de cafeína) y los mezclé con una buena cantidad de cerveza. Como no me surtieron el efecto deseado, pesqué un Mandrake y una buena dosis de Valium y me los zampé. Todavía no sé cómo regresé a casa esa noche. En todo caso, me resbalé en alguna parte en un vagón del metro camino a casa. Vi unos peldaños delante de una tienda, me arrastré hacia allí, estaba extenuada. Al cabo de un rato, logré levantarme apoyándome en todo lo que pillé. De un farol a un árbol, de un árbol, al próximo farol, y así sucesivamente. El trayecto me parecía interminable. Pero era necesario hacerlo, hasta que pudiese caminar con más seguridad. De lo contrario moriría allí, en la calle. Lo peor era ese dolor en el pecho. Tenía la impresión de que alguien me había perforado. Era como si me hubiera hecho pedazos el corazón.
A la mañana siguiente, era lunes, vino mi madre a despertarme... Y en la tarde, cuando regresó de su trabajo, yo todavía estaba allí, inmóvil. Me hizo tragar numerosas cucharadas de miel Sólo después del martes, al mediodía, fui capaz de levantarme. Le conté a mi madre que estaba con gripe y bajo un fuerte estado emocional... Efectivamente, eso se me ocurrió de repente. Le expliqué que varias compañeras de curso estaban con ese bajón, que aquello era producto de la pubertad y del cambio de etapa de niña a adolescente. Evité a toda costa que llamase a un médico porque temía que se enterase de lo que ocurría realmente. Ella parecía estar siempre satisfecha cuando yo le proporcionaba informaciones de mi estado anímico. Mi bolso estaba repleto de pastillas. No tomé ninguna hasta el sábado siguiente. Me sentía muy mal.
El domingo, cuando fui a la ''Sound'', decidí regalarme un ''viaje''. Fue horroroso. Por primera vez sufrí un freak-out total. La máscara de Frankenstein que aparecía sobre la mancha azul en la parte baja del póster, comenzó a gesticular nuevamente. Después tuve la impresión que se chupaba mi sangre. Eso duró dos horas. No podía caminar, no podía hablar. Escuchaba sin entender en la sala de cine de la ''Sound'' y pasé cinco horas en la butaca con la sensación que se estaban chupando mi sangre.
No me quedó más alternativa que acabar con los comprimidos y con el LSD. Hacía tiempo que no fumaba ''hachís''. Sólo ingería uno que otro Valium y no probé absolutamente nada después durante un período de tres semanas. Fue un período macabro.
Nos cambiamos de casa, en la calle Kreuzberg, muy cerca del muro. El sector era feo pero los arriendos eran más bajos. Entonces tardaba media hora en el metro para llegar a mi escuela que estaba en Gropius. La ventaja era que estaba cerca de la ''Sound''. La ''Sound'' sin droga era una porquería. No pasaba absolutamente nada. Al cabo de unos días ví que por todas partes habían unos afiches absolutamente fuera de serie. Decían: ''David Bowie viene a Berlín''. ¡No podía creerlo! David Bowie era nuestro súper ídolo, el mejor cantante de todos, su música era lo máximo. Todos los chicos querían imitarlo. Y ahora, David Bowie venía a Berlín. Mi madre me dijo que en su oficina se había conseguido dos localidades gratuitas para el concierto. Curiosamente, de inmediato supe a quién le iba a regalar la otra entrada. A Frank. ¿Porqué a él? No me lo cuestioné. Frank pertenecía a la antigua pandilla de la ''Sound'' y era idéntico a David Bowie. Tenía el cabello rojo teñido con Henna igual que el cantante. Quizás fue por eso que lo escogí.
Frank había sido el primero de la pandilla en inyectarse. El primero que cayó en la dependencia física. Anteriormente le habíamos puesto el sobrenombre de ''Pavo frío''. Después todo el mundo le decía Macabeo, porque tenía el aspecto de un cadáver ambulante. Tenía dieciséis años, como la mayoría de los chicos de la pandilla... Pero era extraordinariamente perspicaz para su edad. Estaba por encima de todos y a pesar de ello, nunca adquirió aires de superioridad., ni menos ante una pequeña fumadora como yo. Escogí precisamente a un vicioso, a un drogadicto hasta los huesos, para que acompañara al concierto de David Bowie, a la noche que yo consideraba iba a ser la más importante de mi vida. En honor a la verdad yo no había tomado conciencia de lo importante que era todo este asunto hasta que se lo propuse espontáneamente a Frank. En aquel entonces mis actos eran producto de mi subconsciente. Estaba cambiando de actitud respecto de la heroína en el transcurso de aquellas semanas en que me asumí que ya no interesaban ya los comprimidos, ni el hachís ni el LSD… En todo caso, las barreras infranqueables que me aislaban de los viciosos comenzaron aparentemente a derrumbarse.
El día del concierto quedamos de encontrarnos con Frank en la Hermannplatz. Nunca había advertido lo muy delgado y alto que era. Me explicó que no pesaba más de sesenta y tres kilos. Venía del Servicio de Transfusión Sanguínea. Frank adquiría parte de su mercancía vendiendo su sangre. Y allí se la aceptaban a pesar de su aspecto cadavérico y de sus brazos repletos de pinchazos. Además, los viciosos solían padecer de hepatitis.
En el metro me recordé que había olvidado tomarme un Valium . Y se lo dije a Frank. Ya me había tomados algunos ya para sentirme bien pero no como para ''viajar'' al escuchar a David Bowie, y quería tener algunos más en caso de… De pronto, Frank no pensaba más que en ese Valium. Quería que regresáramos a mi casa por ellos. Le pregunté que porqué insistía en el asunto, El se conformó respondiendo que debíamos regresar a casa. Lo miré con mayor atención y me caí e la cuenta: sus manos estaban temblando, estaba con el síntoma de ''cold turkey''. Turkey es una palabra inglesa que significa ''pavo''. Cuando un pavo se pone nervioso se pone a batir sus alas. Entre nosotros usábamos ese vocablo a menudo para nombrar aquellas manifestaciones que se presentaban por carencia de droga, muy corriente entre los adictos. El efecto que provocaba la carencia de la inyección de heroína era macabro.
Le advertí a Frank que llegaríamos retrasados al concierto. Me dijo entonces que no había traído drogas ni dinero. A causa del concierto, no había podido comprar absolutamente nada, dijo que era un crimen ir a un concierto de David Bowie y no tener un solo Valium. Yo había visto a menudo personas con síndrome de abstinencia sin saber realmente de qué se trataba ese asunto.
En la Deutchlandhalle, en el lugar que se iba a realizar el concierto, el ambiente era espectacular. El público, fantástico, y sólo había fans alrededor nuestro. Unos soldados norteamericanos fumaban una pipa con hachís. No nos quedó más que conformarnos con mirarlos para ver si después la compartían con nosotros.
Frank estaba tirado en el piso como un pavo. Y cada vez se ponía peor.
David Bowie comenzó. Era espectacular. Mucho mejor de lo que yo imaginaba. ¡Sensacional! Pero cuando se escucharon los primeros compases de ''It is too late'', me deprimí. De repente descubrí que estaba arranada en el asiento como una idiota. Durante aquellas últimas semanas en las que no sabía que sentía ni porqué sentía, esa canción me tocó hasta la médula. Descubrí que la letra relataba una situación idéntica a la mía. En ese momento me habría venido de perillas un Valium.
Al finalizar el concierto, Frank apenas se sostenía de pie. Estaba completamente en completo ataque de abstinencia. Nos encontramos con Bernd, el amigo de Detlev. Dijo que había que hacer para ayudar a Frank. Se había inyectado una dosis antes del concierto pero que podía aguantarse otra.
Bernd trajo consigo dos dosis de LSD. Las vendió rápidamente a la entrada de la Deutchschlandhalle. Eso nos proporcionó algún dinero pero no nos alcanzaba. Para conseguir el resto había que sablear a los transeúntes. Yo era una maestra en la materia. Así era como recolectaba casi todo el dinero que necesitaba para drogarme en la ''Sound''.Delante de la Deutchschlandhalle eso marchó sobre ruedas. Entre las personas que salían del concierto, estaba lleno de esos que tienen mucho dinero y a los que no les sorprendía ser sableados por los drogadictos. Utilicé mi estrategia habitual:'' No tengo dinero para el metro…'' y las monedas tintineaban cada vez más dentro de mi bolso de plástico. Había que hacer un esfuerzo extra para poder comprar dos inyecciones de heroína. En esa época la mercadería buena aún era de buena calidad.
Bernd fue a comprarlas y de repente se me ocurrió algo: eres tú la que te conseguiste el dinero. Al menos, deberías probarla. Deberías comprobar si ese cuento es realmente tan espectacular. Si los que se la inyectan lucen tan felices después de aplicársela…No pensaba nada más allá de eso. Todavía no me había percatado que en aquellos últimos meses me había estado preparando sistemáticamente para pasar a la heroína. Tampoco me había dado cuenta de que estaba bajo una fuerte depresión, que ese ''It ¨s too late'' me había trastornado, y que las otras drogas no eran más que auxiliares. Aquel era el resultado lógico de mi historia del vicio... Yo me decía solamente que rogaba para que Bernd y Frank no se largaran y me dejaran sola en mi desesperación. Entonces les dije a los muchachos que quería, que deseaba intentarlo. Frank ya no tenía fuerzas para hablar pero empezó a sentir una rabia negra. Me dijo: ''No vas a hacerlo. No tienes la menor idea de cómo es este asunto. Si lo haces, te vas encontrar en un vacío desesperante como en el que me encuentro yo. Te vas a convertir en un cadáver.'' El sabía perfectamente que lo apodaban Macabeo.
Yo no fui, por lo tanto, la pobre niñita pervertida por unos drogadictos perversos. o por un desalmado revendedor. Ese era el tipo de historias que se leían en los diarios, pero no conocí ningún caso como ese, eso de ser ''drogadicto a la fuerza''. La mayoría de los muchachos acababan en la heroína cuando estaban maduros para hacerlo. Y yo ya estaba preparada. La rabia balbuceante de Frank sólo logró reforzar mi decisión. El estaba con crisis de abstinencia. Más que un tipo fantástico y superior ahora se había transformado en una pobre criatura que me necesitaba, y yo no lo iba a aceptar que me diera órdenes así como así. Le respondí: ''Entonces esa mercadería es mía porque al final de cuentas yo fui la que recolectó el dinero. Así que déjate de hablar estupideces. Yo no me voy a convertir en lo que tú eres. Yo me sé controlar. Quiero probar, quiero saber cómo es y después no tocarla nunca más''.
Entonces ignoraba hasta qué punto la crisis de abstención podía debilitar a una persona. Frank parecía estar muy impresionado con mi discurso y no abrió la boca. Bernd masculló algo pero no lo escuché. Les dije claramente que si ellos no querían dejarme probar, tenían que darme mi ración de todas maneras. Nos fuimos a esconder en el vestíbulo de un edificio. Y Bernd dividió la heroína en tres partes iguales. Yo estaba terriblemente ansiosa. Sin pensarlo mucho y sin mala intención, me obsesionaba una sola cosa: probarlo y reventarme de una vez por todas; hacía mucho tiempo que no tenía una sensación similar. Pero temía inyectarme. Les dije a los muchachos; ''No me voy a inyectar. Voy a inhalar.'' Bernd me explicó cómo lo debía hacer, pero no valió la pena. A fuerza de oír tanto acerca de la heroína ya sabía de memoria cómo hacerlo.
Cogí mi dosis y la consumí. Era amarga y desagradable; al principio, eso fue todo lo que experimenté. Reprimí mis deseos de vomitar y escupí parte del polvo. Después me hizo efecto y muy rápido. Tenía las piernas y los brazos muy pesados, pesados, pesados y después los sentí muy ligeros. Estaba horriblemente cansada pero me sentía de maravillas. Todos mis problemas desaparecieron de un solo viaje. Más que con ''Its too late''. Jamás me había sentido tan a mis anchas. Eso ocurrió el 18 de Abril de 1976, un mes antes de cumplir los catorce años. Jamás olvidaré esa fecha.
Frank y Bernd se fueron a inyectar al coche de un toxicómano. Quedé de reunirme con ellos en la ''Sound''. Ya no me importaba en lo absoluto estar sola. Al contrario, encontré que era una sensación maravillosa. Me sentía muy fuerte. En la ''Sound'' me senté en una banqueta. Astrid, mi mejor amiga de esa época, llegó, me miró y gritó: ''Dime la verdad. ¿Consumiste heroína?
¡Qué pregunta tan idiota! Entonces exploté: ''Fuera de aquí'' ¡Apresúrate en salir de este lugar''! Yo no comprendía porqué actuaba de esa manera…
Frank y Bernd llegaron. Frank había vuelto ser el tipo sensacional de antes. Detlev no estaba allí. Tenía sed y fui a buscar un jugo de frutas. No bebí más que eso en toda la noche. En aquellos momentos, el alcohol me disgustaba profundamente.
Como a las cinco de la mañana, Bernd propuso que fuéramos a su casa.Y fuimos. Me colgué alegremente del brazo de Frank. El jugo de frutas se me empezó a revolver en el estómago. Sentí náuseas. Vomité en el camino y me dio exactamente lo mismo ¿Los otros? Tampoco parecieron notarlo
Tenía la impresión de haber descubierto una nueva familia en la que había refinamiento y elegancia. Yo no hablé mucho pero tenía la impresión de que podía confiar en decir cualquier cosa delante de esos muchachos. La heroína nos convirtió en hermanos. Estábamos a parejas. Podía revelarles mis más secretos pensamiento. Después de esas semana de desamparo tuve la impresión de no haber sido nunca tan feliz.
Dormí con Bernd, en su cama. El no me tocó. Nosotros éramos hermanos y también estábamos hermanados en la heroína. Frank se acostó en el piso y apoyó la cabeza en el sofá. Permaneció allí hasta las dos y media de la tarde. Después se levantó porque de nuevo estaba con crisis de abstinencia y tenía que inyectarse.
Yo comencé a sentir una comezón en todo el cuerpo. Me había acostado desnuda y me rascaba con el cepillo para el cabello. Me rasqué hasta sangrar, en especial, en los tobillos. No estaba sorprendida porque sabía que los adictos sufrían de comezón. Era por eso que los reconocía en la ''Sound''. Las pantorrillas de Frank estaban en carne viva- excepto un trozo de piel que se había salvado. El no se rascaba con un cepillo pero si usaba un cortaplumas para hacerlo.
Antes de salir me dijo:'' La droga que me diste te la devolveré mañana'' El estaba convencido que yo ya me había convertido en una viciosa. Comprendí lo que quiso decirme entrelíneas y le respondí con gran desparpajo:''No, déjalo, no importa si no me la devuelves hasta dentro de un mes''.
Volví a dormirme, calmada y contenta. En la noche, regresé a casa. De vez en cuando me perseguía un pensamiento:'' Mierda, tu sólo tienes trece años y ya te pasaste a las filas de la heroína''. Pero lo ahuyentaba de inmediato. Me sentía demasiado bien como para reflexionar más allá. Al comienzo no se tienen crisis de abstinencia. Me sentí de maravillas durante toda la semana. En la casa, ni una pelea. En el colegio, me tomé las cosas de un modo muy relajado, estudiaba poco y sacaba buenas calificaciones. En el transcurso de las semanas siguientes, recobré mi autoestima. Me sentía verdaderamente reconciliada con la vida y con lo que me rodeaba. Durante la semana, regresé al Hogar Social. Cuatro compañeros se habían pasado a la heroína como yo. Me sentaba junto con ellos- ahora éramos cinco-, marginados de los demás. Muy rápidamente, el Hogar Social empezó a albergar muchos heroinómanos. El polvo blanco comenzó a dispersarse como polvareda sobre el sector Gropius.
Al fin de semana siguiente de haber ingerido mi primera dosis de heroína, me encontré con Detlev en la ''Sound''. Se me dejó caer de inmediato: ''Lo has hecho. Me parece que estás totalmente chiflada''. Astrid se había encargado de propagar la noticia.
Le respondí:''Calma., chiquito. Tú estarás enganchado pero yo no me pienso enviciar''.
Detlev no quiso responder. De todos modos, en esos momentos no estaba con crisis de abstención- todavía no había alcanzado el estado de dependencia física- pero ya había empezado a inyectarse con frecuencia. Terminó por decirme que andaba con ganas de comprar un poco de droga pero que andaba corto de plata.
Yo: ''Tú sabrás, chiquito. Ese es problema tuyo.'' Luego le sugerí que juntos consiguiéramos unos marcos. Estuvo de acuerdo pero lo mataba la curiosidad de saber cómo íbamos a solucionar el problema económico. En veinte minutos recolecté veinte marcos. Detlev consiguió bastante menos pero teníamos suficiente para ambos. A esas alturas del partido necesitábamos una dosis mínima para pasarlo bomba. El asunto de la repartija no entró en discusión, estaba tácitamente establecida. Aquella tarde Detlev se inyectó y yo aspiré. Ese fue mi despegue: mis auspiciosas promesas de no volver a aspirar heroína se esfumaron.
Detlev y yo comenzamos a andar juntos de nuevo. Como si nunca nos hubiéramos separado, como si esas semanas en las que nos vimos envueltos en la ''Sound'', cuando nos tratamos como extraños, no hubiesen existido jamás. Ni el ni yo hicimos ningún comentario al respecto. El mundo había vuelto a ser tan hermoso como ese domingo en el que cociné para Detlev y almorzamos después.
En el fondo, estaba contenta de que las cosas hubieran tomado ese rumbo. Si no hubiera insistido en la heroína, nunca más habría vuelto a ver a Detlev. Pensé que en el futuro me convertiría en una toxicómana de wikén. Uno siempre cree que puede cuando se inicia para luego comprobar que los toxicómanos de wikén no existen, que nadie se puede conservar en esa condición. Además, imaginaba que podía salvar a Detlev, que podía impedir que se transformarse en un drogadicto desde la punta de los pies hasta la punta de la cabeza. Me sentía satisfecha haciéndome esas ilusiones.
Es muy posible que mi subconsciente no compartiera aquellas ilusiones. No quería escuchar que me hablasen de la heroína: si alguien se atrevía a hacerlo me ponía de malhumor y le gritaba que desapareciera de mi vista. Como cuando Astrid me empezó a hacer un montón de preguntas después que aspiré heroína la primera vez. Me dediqué a odiar a todas las niñas de mi edad que tenían mi misma pinta. Las tenía súper cachadas . Las que estaban en el metro eran las mismas que iban a la ''Sound'' : mocosas agrandadas que desde los doce o trece años ya consumían hachís, andaban voladas y andaban vestidas en forma súper liberal.
Me repetía a mí misma: ''Esta mocosita va a terminar por inyectarse.'' Yo no era mal intencionada por naturaleza pero esas niñas me sacaban de quicio. Las odiaba, si, las odiaba con toda mi alma. En esa época no me daba cuenta que me estaba empezando a odiar a mi misma.
Después de ingerir heroína durante los fines de semanas sucesivos, dejé de hacerlo durante un período de quince días. No me pasó absolutamente nada, al menos, era lo que imaginaba. Físicamente, no me sentía ni mejor ni peor que cuando comencé a drogarme con heroína. Sin embargo, para los demás… estaba inmersa de nuevo en esa mierda. No sentía agrado por nada, comencé a reñir de nuevo con mi madre. Al cabo de unos días, se iniciarían las vacaciones de Semana Santa. Eso fue en el año 1976.
El primer sábado de aquellas vacaciones me encontraba en la ''Sound'' , sentada en una banqueta al costado de una escalera: Una vez más me pregunté qué era lo que estaba haciendo en ese sitio. Dos chicas descendieron por la escala. Debían tener alrededor de unos doce años pero andaban con sostenes camuflados, maquillaje, intentaban aparentar que tenían dieciséis. Yo también le contaba a todo el mundo- excepto a mis amigos íntimos- que tenía dieciséis años y me maquillaba para verme mayor. Esas dos niñas me cayeron como patada. Pero al mismo tiempo me comenzaron a interesar. Al poco rato, no les podía sacar los ojos de encima.
Me di cuenta de inmediato que querían conectarse., ser aceptadas dentro de alguna pandilla. Y la más prestigiosa, para ellas, debía serlo, por cierto, la de los adictos. Conocían a Richi, el jefe de los meseros de la Sound- era el único viejo entre los empleados, tenía alrededor de cuarenta años. Le gustaban mucho las chicas de esa edad. Las dos niñitas se instalaron entonces junto a Richi. Ellas dirigían sus miradas
de manera manifiesta en mi dirección. Se dieron cuenta que yo las miraba con insistencia. Sin lugar a dudas porque se percataron que éramos de la misma edad. Después una de ellas se me aproximó. Tenía un rostro verdaderamente angelical que emanaba inocencia… Y se presentó:'' Soy Babsi'' y me preguntó si le podía conseguir una volada.
''¿Una volada'' ¿Y qué piensas hacer? Olvídalo. Esas son palabras mayores.'' Yo saboreaba mi superioridad. Era necesario que aprendiese que hacer migas con una perita de la heroína no era un asunto así como así. Ella debió encontrarme muy segura de mí misma. Además, sospechó que estaba involucrada desde hacía mucho tiempo en el cuento de las drogas. Babsi ofreció comprarme un jugo de frutas. Partió a buscarlo y regresó de inmediato. Apenas se sentó y dio vuelta la espalda, se aproximó la otra chica que andaba con ella. Se llamaba Stella. Quería saber qué me había dicho Babsi. Le respondí: ''una volada''. ''¿Y tenía dinero''? me respondió ''A mí me faltan cinco marcos. Ese mocoso me los robó'' agregó. A Stella la habían desplumado en la ''Sound''. Desde entonces estábamos las tres siempre juntas. Babsi y Stella se convirtieron después en mis mejores amigas. Hasta que Babsi pasó a invadir la prensa con la noticia de su muerte: falleció de una sobredosis y fue la víctima más joven de la droga reconocida en Berlín hasta esa fecha.
Babsi regresó con el jugo de frutas. Ella me disgustó pero al mismo tiempo como que tenía esa cara tan angelical y ese modo tan ingenuo que terminé encariñándome con ella... En síntesis: Babsi y Stella se habían retirado de la escuela, un colegio de enseñanza general, porque estaban muy retrasadas respecto de sus compañeros. Eso les ocurrió porque se metieron en una pandilla de mala muerte. Por eso se habían arrancado de sus casas y andaban en busca de nuevas experiencias. Babsi tenía doce años y Stella trece.
Invité a Babsi para que fuera a mi casa al día siguiente por la mañana. Como andaba con la espalda descubierta, le pasé dos polerones míos y un cuadro. Luego durmió en mi cama durante un rato mientras yo me preparaba un pitillo. Entonces descubrí que era realmente simpática .Al día siguiente me hice amiga de Stella. Estas niñas habían sido cómo era yo algunos meses atrás. Me sentía mucho más a gusto con ellas que con los yunkis. Fumaban hierba e ingerían LSD. Gracias a ellas ya no me junté más con personas que de lo único sabían hablar era de drogas. Yo me contentaba con mi pequeña dosis de los sábados por la tarde. Los demás estaban indignados al ver que yo me juntaba con esta dos mocosas, pero a mí me daba lo mismo.
Teníamos un montón de temas de conversación. Compartíamos los mismos problemas familiares por lo tanto, cuando nos quedábamos las tres solas teníamos mucho que conversar. El padre se Babsi se había suicidado .Babsi era muy pequeña en aquel entonces. Su madre era modelo y antes había sido bailarina. Su padrastro era un gran pianista, ''de fama internacional'', precisó. El era muy presumido. Babsi no se alegraba para nada cuando pasábamos por una tienda de discos y mirábamos todos esos LP con el nombre y la foto de su padrastro en la portada. Pero el gran artista no parecía interesarse en ella. Babsi vivía con sus abuelos quiénes la habían prácticamente adoptado. Le brindaban una vida de princesa. Poco después fui a su casa: ví su dormitorio -fantástico -, con unos muebles soberbios. Tenía un tocadiscos último modelo y cantidades de discos. Y trapos tirados por todas partes. Pero ella no se llevaba bien con su abuela, la que era una verdadera arpía. Lo único que deseaba Babsi era regresar a su hogar junto con su madre. Es por eso que su lujoso cuarto le resultaba absolutamente indiferente.
La madre de Stella era muy hermosa. Stella la quería mucho. Pero no le dedicaba ningún tiempo a su hija ni se preocupaba por ella. Además, era bebedora excesiva. Su problema era que sola no se podía desenvolver bien en la vida. El padre de Stella había muerto tres años antes en un incendio. Stella tenía un ídolo: Muhammed Ali. Admiraba su fuerza. En mi opinión el encarnaba a su padre y al hombre de su vida a la vez.
Nosotras tres estábamos, de alguna manera, metidas en el mismo bote. Yo estaba en lo cierto cuando las ví la primera vez esa primera noche en la ''Sound'': terminaron inyectándose. Eso no impidió que me enojara con Stella la vez que me pidió una dosis de heroína. Exploté y las regañe rabiosamente:'' No toques esa mierda.De todos modos, nadie te va a convidar. Por mi parte, estoy pensando en dejar este vicio. No te va a aportar absolutamente nada.'' Les pedí a los otros que no le pasaran mercancía. El asunto acabó cuando algunos días más tarde apareció Blacky y Stella logró conmoverlo: era el muchacho de la pandilla que terminó siendo su pareja. Empezó por aspirar heroína, y por cierto, Babsi la imitó.
Sin embargo este par se vio impedidas de proseguirán sus andanzas: fueron cogidas en una redada y las regresaron a sus familias. No las volví a ver hasta varias semanas después.
La primavera llegó y poco a poco la vida comenzó a renacer. Siempre me sentía alegre durante los primeros días de esa estación. Eso me ocurría desde mi infancia. Recuerdo que entonces me gustaba caminar con los pies descalzos, quitarme la ropa, chapotear en el agua, ver florecer el jardín. Pero durante la primavera de 1976 escuchaba en vano mis antiguas sensaciones de bienestar. Me decía a mí misma que era imposible que la vida no me pareciera más hermosa cuando el sol parecía abrigar más y más. Pero yo arrastraba siempre un montón de problemas sin entender bien claramente cuáles eran. Cuando ''aspiraba'' los problemas se disipaban pero hacía tiempo que una dosis no me hacía efecto durante una semana completa.
Durante ese mes de mayo celebré mi cumpleaños número décimo cuarto. Mi madre me dio un beso y un billete de de cincuenta marcos. Había ahorrado esa suma del dinero de las compras. Me recomendó que me comprara algo que me gustara realmente.
En la noche fui a la Kurfurstentrasse y gasté cuarenta marcos en heroína. Nunca había tenido tal cantidad de heroína en mis manos. Después me compré un paquete de cigarrillos por seis marcos- a esas alturas me había convertido en una fumadora empedernida capaz de despacharme una cajetilla en dos o tres horas. Me quedaron cuatro marcos para la discoteca.
En la ''Sound'' me junté con Detlev . Me besó tiernamente y me deseó un feliz cumpleaños. Le correspondí sus felicitaciones a mi vez: su cumpleaños había sido dos días antes. Estaba un poco triste porque sus padres no lo habían saludado ese año. Sólo su abuela. Estaba más apenado que yo. Intenté consolarlo con un:'' No te hagas mala sangre, chiquito''. Pero le tenía un regalo increíble: algo para inyectarse. Tenía una cantidad de droga como para que ambos nos pegáramos una volada sensacional.
Después de nuestra pequeña fiesta de cumpleaños- una feroz ''aspirada'' mía y una fuerte inyección para Detlev- nos sentimos más unidos que nunca. Antes, Detlev solía malgastar su tiempo con compañeros mientras yo estaba con Babsi y Stella. Fue entonces cuando descubrió que ya no tenía un minutos libre. Detlev no estaba casi nunca ocupado, había abandonado su trabajo de plomero. Y cuando necesitaba dinero, se reventaba de desesperación.
Llegaron entonces las vacaciones de verano. El primer día de vacaciones fui a la playa de Wansee con algunos compañeros. De nuevo me sentí completamente bajoneada. Aprendí de inmediato a procurarme el dinero para la mercadería.
Me instalaba en el bosque, el rincón favorito de las ancianas porque no toleraban bien el calor del verano. Al comienzo nos contentábamos con cubrir nuestras necesidades más esenciales. Nos fijábamos en aquellas personas que partían a bañarse y dejaban una manta y una nevera portátil. Yo me aproximaba diciendo en voz muy alta:'' Mira abuela, desaparecieron'' y cogía algunas latas de Coca- Cola que estaban dentro de la nevera y salía arrancando. La vez anterior había cogido una toalla y una manta. En la noche mi botín se enriqueció con algunos confites y una radio portátil. Detlev se apoderó de un reloj.
En la ''Sound'' vendí de inmediato la radio en cincuenta marcos. Fue una jornada increíble. Estaba totalmente ansiosa cuando le dije a Detlev:''Dime qué hago. Estoy aburrida de aspirar. Me voy a inyectar''.
Detlev se enojó por la forma en que lo dije. Al fin de cuentas, aspirar o inyectarse era casi lo mismo. Sólo que cuando aspiraba uno no pasaba por ser una auténtica adicta.

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