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Christiane F |
Cada vez veía menos a Detlev porque siempre estaba partiendo con uno de esos maricones asquerosos. Temía por él. Alguien me había contado que los muchachos que se prostituían terminaban- definitivamente- convertidos en homosexuales. Pero no podía decirle nada a Detlev. Necesitábamos dinero y cada vez lo necesitábamos más. Y la mitad de lo que ganaba era para pagar mi ración de droga. Cuando me incorporé a su grupo tomé la decisión, al menos, inconscientemente, de ser como ellos: una drogadicta de veras. Me inyectaba a diario. Y me encargaba de tener la suficiente cantidad de heroína para la mañana siguiente.
Ninguno de los dos había estado todavía en estado de total dependencia física. Entre los principiantes que no se inyectan a diario, el proceso de dependencia física funcionaba en forma más lento. Nosotros habíamos logrado llegar al punto que podíamos pasar uno o dos días sin heroína: tomábamos otras cosas para poder volar un poco y no sufríamos demasiado. Entonces decíamos que no éramos como los otros, no como esos viciosos que se habían derrumbado completamente. Podíamos detenernos cuando queríamos.
A pesar de todo, teníamos momentos felices. Todos los domingos, en casa de Axel, Detlev se acostaba conmigo en la bella cama, impecable, me deseaba ''buenas noches'' con un dulce beso en la boca y luego nos dormíamos. Nos tendíamos espalda con espalda, cachetes con cachetes. Cuando despertaba, Detlev me daba el beso de los buenos días.
Hacía seis meses que andábamos juntos y todavía no teníamos aproximaciones físicas más profundas. Cuando conocí a Detlev ya desconfiaba de la brutalidad de los muchachos. Por eso le dije de inmediato:'' Tú sabes que soy virgen. Quiero esperar un poco todavía. Considero que soy muy joven todavía aún''.
Lo entendió de inmediato y jamás armó ningún lío sobre el asunto. Para él, yo era algo más que una amiga con la que se entendía pero se daba cuenta que a pesar de mis catorce años, todavía era una niña. Detlev tenía una sensibilidad extraordinaria, sentía lo que yo deseaba, lo que debía hacer. A comienzos de Octubre le pedí a mi madre que me comprara pastillas anti-conceptivas. Me advirtió que tenía que usarlas en forma reglamentarias. Sabía lo de Detlev pero no me creyó que entre nosotros dos no pasaba nada. Era muy desconfiada en ese tipo de cosas.
Comencé a tomar las pastillas sin advertirle a Detlev. Todavía tenía miedo. Un día Sábado, a fines de Octubre, lo vi llegar a la casa de Axel y de inmediato se puso a armar mi cama con un par de sábanas blancas. Eran un poco más largas de las que usábamos habitualmente. Axel me explicó que era estúpido que durmiéramos los dos apiñados en un camastro mientras el se repantigaba en un plumón solo. Nos cedió su cama.
Ese día todo el mundo andaba de buen humor. De pronto, Detlev, sugirió que hiciéramos un buen aseo. Todos estuvimos de acuerdo. Comencé por abrir todas las ventanas. Las primeras bocanadas de aire fresco que penetraron me hicieron tomar conciencia nuevamente de la hediondez en las que estábamos sumidos. Ninguna persona normal podría haber aguantado más de unos minutos toda esa mugre, mezcla de mal olor de sangre seca, cenizas, conservas de pescados podridas.
Dos horas más tarde toda una revolución se había apoderado del departamento. Se barrió, se apilaron montañas de basura en bolsas plásticas. Pasé la aspiradora, limpié también la jaula del canario- el que se había sobreexcitado con el cuento de la limpieza. La madre de Axel lo había dejado en el departamento porque a su pareja no le gustaban los pájaros. Axel detestaba, asimismo, a ese desafortunado bicho y éste, cuando no podía soportar más la soledad, se pone a piar, chocaba fuerte contra la jaula y se arremolinaba como un loco entre medio de los barrotes.
Ninguno de los muchachos se preocupaba del canario pero la madre de Axel le llevaba regularmente una provisión de alpiste semanal. Yo le compré un pequeño recipiente de vidrio para que tomara agua limpia durante unos seis días.
Cuando nos acostamos esa noche, las cosas no se desarrollaron en la forma habitual. Detlev no me dio el beso de las buenas noches y no me dio la espalda. Se puso a hablarme, a decirme cosas muy dulces. Sentía cómo sus manos me acariciaban. Muy tiernamente. Yo no estaba en absoluto temerosa. A mi vez, yo también lo acaricié. Intercambiamos caricias, Durante un largo tiempo. Sin decir una palabra. Fue maravilloso.
Pasó al menos una hora antes de que Detlev rompiera el silencio. Me preguntó:'' ¿Quieres hacer el amor el próximo domingo? Le respondí: ''O.K''. Siempre temí esa pregunta. Estuve contenta cuando Detlev la formuló.
Al cabo de un rato le dije: ''O.K. Pero con una condición: no tomaremos nada, ni uno ni el otro. Ni pensar en la heroína. Si estamos volados voy a correr el riesgo de que no me guste. Y quizás me agrade solamente porque estoy drogada. Quiero estar totalmente lúcida. Y quiero que tu también para que te enteres si me amas realmente''. Detlev dijo: ''OK.'', me deseó buenas noches con un dulce beso y nos quedamos dormidos, espalda con espalda, cachetes con cachetes.
Cuando nos reunimos el domingo siguiente ambos comprobamos que habíamos mantenido nuestra promesa: no ingerimos nada. El departamento estaba de nuevo sucio y maloliente. Pero nuestra cama tenía unas sábanas que resplandecían por su blancura. Nos desvestimos. Yo todavía estaba un poco asustada. Estábamos tendidos el uno al lado del otro, sin decir palabra. Yo pensaba en lo que me habían contado mis compañeras de colegio, de cómo los hombres se lanzaban encima de uno, brutalmente, de cómo hundían su aparato en el cuerpo de uno y no se detenían hasta que estaban realmente satisfechos. Las niñas me contaron que era algo atroz.
Le dije a Detlev que no quería que me ocurriese aquello que contaban mis compañeras.
El me respondió:''OK. pequeña…''
Nos acariciamos durante un largo tiempo. Me penetró un poco, apenas me di cuenta. Cuando sentía un poco de dolor, Detlev lo percibía sin que yo se lo dijera.
Pensé:'' No importa que me duela un poco. Hace seis meses que espera…''
Pero Detlev no quería hacerme daño. En un momento dado, resultó. Nos unimos definitivamente. Lo amaba, estaba loca de amor por él. Pero me sentía tiesa como una tabla. Detlev estaba también inmóvil. Seguramente se dio cuenta de que yo era incapaz de expresarme: estaba paralizado de angustia y de felicidad.
Detlev se retiró y me abrazó. Experimenté algo extraordinario: Me pregunté cómo pude merecerme semejante muchacho. Un chico que solamente pensaba en mí y no en él. Pensé en Charly, el que metió sus manos entre mis piernas cuando estábamos viendo una película. Estaba contenta de haber esperado a Detlev, de no pertenecer nada más que a él. Amaba tanto a ese chico que de repente sentí pánico. Tenía miedo de la muerte. Y me repetía todo el tiempo: ''No quiero que Detlev muera''.
Le dije mientras me acariciaba:''Detlev, vamos a dejar de inyectarnos''.
''Si'' respondió él. ''No quiero que te conviertas en una viciosa''.
El me abrazó. Nos dimos vuelta lentamente y nos dormimos espalda con espalda, cachetes con cachetes.
Me desperté con las manos de Detlev sobre mi cuerpo .Todavía era muy temprano, una luz gris se filtró a través de las cortinas. Nos acariciamos y después nos hicimos el amor. Lo que yo sentía estaba dentro de mi cabeza y no en la parte inferior de mi cuerpo. Pero ya sabía que hacer el amor con Detlev era maravilloso.
El lunes me fui directamente desde la escuela hasta la estación Zoo. Detlev estaba allí. Le di mi merienda y una manzana. Estaba con hambre. Yo necesitaba inyectarme con desesperación porque hacía tres días que no consumía heroína. Le dije a Detlev: ''¿Tienes una inyección para mí?''
Respondió que no y añadió:''No te daré más. No quiero hacerlo. Te amo demasiado. No quiero que te conviertas en una yunki''.
Entonces exploté. Me puse a vociferar: ''¿Acaso tienes un culo sagrado, viejito? Estás completamente reventado. Tus pupilas se han puesto del tamaño de una cabeza de alfiler. ¿Y te atreves a sermonearme? Comienza por detenerte tu primero, luego lo haré yo. Pero no hables estupideces: confiesa de inmediato que te guardaste toda la droga para ti solo''.
Quise que me escuchara en forma terminante. No podía defenderse, había recomenzado a inyectarse a partir de la noche anterior. Terminó cediendo y me dijo:''OK. Pequeña: vamos a desengancharnos juntos''. Después partió con un homo. Así fue como conseguimos el dinero para mi ración.
Cuando comenzamos a tener relaciones, muchas cosas cambiaron mi vida. Dejé de sentirme a mis anchas en el metro. Sabía lo que eso significaba: prostituirme tarde o temprano. ¡Eso era lo que deseaban los tipos que se me aproximaban! Lo mismo que habíamos hecho Detlev y yo. Fornicar…
Por cierto que antes no entendía bien en que consistía todo ese asunto, era algo muy abstracto para explicarlo en palabras. Entre Detlev y yo había empezado a ocurrir algo maravilloso y más íntimo. Aquellos fulanos me desagradaban… Lo que allí sucedió me parecía absolutamente incomprensible: ¿Cómo podía uno acostarse con uno de esos extranjeros repugnantes, con un borracho o con un hombre calvo, gordo y sudoroso? Aquello no me asombraba más que escuchar los cuentos de los maricas. Ya no sabía qué responderles. Me libraba de ellos ahuyentándolos y en ocasiones, también los golpeaba. En cuanto a los maricones, ahora les tenía verdadero horror Por mí los hubiera matado. ¡Qué cerdos! Pasaba gran parte del tiempo tratando de impedir imaginarme a Detlev acariciando a esos tipejos.
Sin embargo, continué yendo todos los días después de la escuela. Por ver a Detlev. Cuando tenía un cliente en la mañana me invitaba a tomarme un chocolate en la terraza de la estación. A veces las cosas andaban mal, pasaban días en que Detlev no lograba reunir dinero para nuestras dos raciones de heroína.
Poco a poco fui conociendo a los otros muchachos. Detlev intentó mantenerme alejada de ellos anteriormente. Estaban bastante más deteriorados que nosotros, tenían muchas más dificultades que mis compañeros para atraer clientes. Esos eran los yunkis, la clase de tipos que yo solía admirar.
Detlev me dijo que ellos eran amigos suyos pero al mismo tiempo me pidió que desconfiase de ellos. Andaban siempre drogados y buscando con qué inyectarse. Jamás se les podía mostrar dinero ni un poco de droga porque se corría el riesgo de sufrir una feroz golpiza. Ellos tenían problemas con los clientes y también entre ellos.
Comencé a comprender lo que era todo eso, y porque ese mundo de drogadictos me atraía sobremanera. Solamente ahora que estaba dentro lo entendía. Al menos, casi…
En ocasiones, los amigos de Detlev me decían:''Desengánchate, eres demasiado joven para andar metida en esto. Desengánchate: podrás detenerte siempre que te separes de Detlev. El no se va salir nunca de este cuento. No seas idiota, bótalo de una vez''.
Los mandaba a la cresta. ¿Separarme de Detlev? Me parecía impensable. Si el decidía matarse, me mataría con él. Pero no les decía nada al respecto, les respondía simplemente:'' Te equivocas, no somos toxicómanos. Nosotros podemos abandonar la droga cuando se nos antoje''. Durante ese mes de Noviembre los días me parecían todos iguales. De dos a ocho en la estación Zoo. Después, al ''Treibhaus'', una discoteca de la calle Kurfursterdamm a la que Detlev había adquirido el hábito de frecuentar. Era un lugar de encuentro de drogadictos y era aún peor que la ''Sound''.Me quedaba a menudo hasta las doce y veinte de la noche, a la hora en que pasaba el último colectivo. En realidad, yo no vivía más que para los sábados en la noche. Detlev y yo hacíamos el amor el sábado en la noche. Y cada vez resultaba más hermoso, al menos que estuviésemos demasiados volados.
Llegó Diciembre. Tenía frío. Nunca antes había sufrido de frío. Me empecé a dar cuenta de que estaba físicamente deteriorada. Lo supe un día Domingo al comenzar el mes. Lo advertí cuando estaba en el departamento de Axel. Detlev dormía tendido encima de mis costillas. Yo estaba congelada. Mis ojos se posaron sobre una caja. Y, de pronto, la inscripción que había sobre la caja me saltó a la vista. Era en colores, con esos colores agresivos que le hacen daño a la vista. Resaltaba, sobre todo, un rojo aterrador. Cuando partía en uno de aquellos ''viajes'' siempre sentí temor del color rojo. Pero la heroína lograba que el rojo se transformara en un tono muy suave, lo recubría-, al igual que a los otros colores-, con una especie de velo.
De pronto, el rojo que cubría esa estúpida caja, se tornó siniestro. Tenía mi boca llena de saliva. La tragaba pero reaparecía nuevamente. Volvía a inundar mi boca sin poderla controlar. Después la saliva desapareció bruscamente y empecé a sentir mi boca seca y pegajosa. Intenté tomar algo pero no podía tragar. Temblaba de frío y al minuto siguiente sentía mucho calor. Estaba totalmente transpirada. Desperté a Detlev y le dije:'' algo está ocurriendo''.
Detlev me miró en forma insistente. ''Tienes las pupilas grandes como platillos''. Un largo silencio y después me dijo: ''Y bien, chiquita, eso era''
De nuevo me sentí sacudida de escalofríos. Le pregunté: ''·Eso es ¿qué?''.
''Cold turkey, lo que llaman '' Pavo frío'': la crisis de abstención. La estás sintiendo'' agregó. ''Eres una adicta ''me dije a mi misma''. Pero no era algo tan horrible.¿Porqué harán tanta cuestión sobre este asunto?'' Yo no estaba realmente mal: sólo temblaba, me sentía agredida por los colores y tenía esa extraña sensación en la boca.
Detlev no dijo nada más. Sacó del bolsillo de su jean un pequeño paquete y ácido ascórbico, fue a buscar una cuchara, calentó todo encima de la llama de una vela y me pasó una jeringa preparada. Yo temblaba tanto que me inyecté mal en la vena pero al poco rato me sentí resucitar. Todo regresó a la normalidad: los colores, volvieron a ser suaves, mi boca recobró su estado normal y yo me acurruqué en el hombro de Detlev mientras el aprovechaba la ocasión para inyectarse. Nos levantamos al mediodía y en seguida le pedí a Detlev que me convidara un poco de heroína.
Me dijo: ''No lo hagas. Te pondrás una dosis hoy por la noche antes de regresar a tu casa''.
''Pero yo necesito algo para hoy por la mañana'' le respondí.
''Te diré algo: no tengo suficiente. Y no tengo ganas de ir a la estación Zoo. De todos modos, hoy es Domingo y no debe haber nadie. Esa fue la respuesta de Detlev.
Sentí pánico:'' ¿pero no lo comprendes? Si no tengo con que inyectarme mañana en la mañana, sufriré una crisis de abstención y no podré ir a clases.''
Detlev:'' Te lo había advertido, niñita. ¡Estás atrapada! ''
De todos modos, después fuimos a la estación Zoo. Tenía tiempo para reflexionar. Había tenido mi primera crisis de abstinencia. Ahora me había convertido en una persona dependiente. De la heroína y de Detlev. ¿Cómo sería el amor de una pareja cuando uno depende totalmente del otro? ¿Qué ocurriría si estaba obligada a suplicarle a Detlev para que me diese una ración de droga? Ya había comprobado que los adictos que estaban con crisis de abstención se veían obligados a mendigar, a rebajarse, a sufrir todo tipo de humillaciones. Yo desconocía lo que significaba pedir. Y no comenzaría a hacerlo con Detlev. Por ningún motivo, Si el dejaba de mantenerme, nuestra relación se terminaría para siempre.
Detlev encontró un cliente. Me puse a esperar su regreso. Y se demoró…se demoraba… Tenía que acostumbrarme a esperar para obtener mis dosis matutinas.
Estaba deprimida. Monologaba conmigo misma.''¿Y qué te parece Chtistianne? Obtuviste lo que deseabas. ¿Así fue cómo te lo imaginabas? Seguramente, no. Pero lo deseabas en el fondo. Admirabas a los toxicómanos ¿Verdad? Ya estás metida en el baile. Ahora no te puedes echar para atrás. Cuando hablaban de crisis de abstención debiste abrir bien los ojos. Deberías saber lo que era. No se te ocultó la verdad. Ahora te toca a ti impresionar a otros.''
Pero no me dejé abatir realmente. Pensé en la forma en que había tratado a los yunkis en estado de abstención. No comprendía entonces qué era lo que les ocurría. Solamente había notado que se ponían bastante sensibles, totalmente desarmados y muy vulnerables. Un toxicómano en crisis quedaba de tal forma anulado que no podía contradecir a terceras personas. Me daban deseos de probar con ellos mis apetitos de poder. Cuando uno sabía cómo atacarlos se los podría destruir en un breve espacio de tiempo. Bastaba con golpearlos en el lugar preciso, luego aplicar pacientemente el hierro caliente en la herida para que cayeran derrumbados.
Cuando uno sufre una crisis de abstinencia, está lo suficientemente lúcida para darse cuenta que está convertida en un guiñapo. La fachada ''sensacional'' se acaba y sólo se piensa en lo que hay en el interior de una y en el interior de los demás.
Me decía a mí misma: ''Ahora te toca ti babear cuando te toque una crisis. Se van a dar cuenta que eres fea y desgreñada. Pero después de todo, tú ya lo sabías. ¿No es así? Es extraño que no hayas pensado bien acerca de todo este asunto.''
Mi discurso para mí misma no me condujo a nada. Sentí necesidad de hablar con alguien. Por cierto, podía ir en busca de uno de los compañeros de Detlev que vagabundeaban por esos lados. En lugar de hacerlo, me encogí en un rincón, al lado de la Oficina Central de Correos. Sabía de sobra lo que me dirían:'' No te preocupes, chiquita. Se te va a componer el naipe. Tienes que hacerte una cura de desintoxicación. El Valeron fue creado para eso''. Detlev solía hacer ese tipo de bromas.
Sólo me quedaba hablarle a mi madre. Pero me dije:'' Es imposible. Tú no puedes hacerlo. Ella te quiere. Tú también la quieres, a tu manera. Si le cuentas lo que te ocurre, ella va a sufrir. Y de todos modos, ella no puede ayudarte. Quizás decida ponerte en un internado. Y aquello ¿a quién le servirá? Las medidas forzadas no logran que las personas retornen al buen camino. Y sobretodo a ti. Saltarás el muro y partirás corriendo. Y eso sería todavía peor''.
Continué monologando a media voz:''Abandona todo esto de una vez por todas. Sufrirás de abstención durante algunos días pero te las arreglarás para capear el temporal, Cuando regrese Detlev le dirás: ''No deseo más heroína. Acabé con eso. Y tú debes hacer lo mismo. De lo contrario, nos separamos. ¿tienes dos raciones de mercadería en el bolsillo? OK viejito. Nos pegaremos la última volada y mañana se acaba todo.'' No me di cuenta que en medio de todo aquel discurso estaba con muchos deseos de inyectarme. Y yo murmuraba como si me estuviera revelando un secreto a mi misma.''De todos modos, Detlev no lo logrará. Y tú sabes de sobra que tú no lo dejarás a él. Deja de contarte cuentos. Llegaste al punto final, al punto más final… No has hecho gran cosa con tu vida pero lograste lo que deseabas''.
Detlev regresó. Sin intercambiar ninguna palabra enfilamos hacia la Kurfurstendamm en busca de nuestro habitual revendedor. Consumí mi dosis, entré a casa y me refugié en mi cuarto.
Dos semanas después, Detlev y yo nos encontrábamos solos en el departamento de Axel. Estábamos totalmente bajoneados. El día anterior, al no encontrar a nuestro revendedor habitual, le compramos mercadería a otro tipo que nos engañó. La droga que nos vendió estaba tan infectada que el domingo por la mañana nos tuvimos que inyectar una dosis doble para estabilizarnos.
Ese domingo al mediodía estábamos sin un gramo para colocarnos. Detlev empezó a transpirar y me di cuenta de que estaba próximo a sufrir una crisis de abstinencia.
Registramos todo con la esperanza de encontrar algo vendible. Sabíamos de antemano que no había nada. Desde la cafetera eléctrica hasta la radio a transistores, todo se había canjeado por inyecciones. Quedaba la aspiradora pero estaba tan vieja que no le sacaríamos ni cinco marcos.
Detlev me dijo:'' Chiquita, es necesario que consigas dinero y rápido. Es posible que dentro de dos horas estemos en plena crisis de abstención y eso sería insoportable. Como es domingo en la noche no voy a poder conseguir por mi cuenta todo el dinero que necesitamos. Me tienes que ayudar. Lo mejor que podrías hacer es realizar una colecta en la ''Sound''. Trata de reunir unos cuarenta marcos. Si logro enganchar un cliente por unos cuarenta o cincuenta marcos, nos quedará un poco de droga para mañana por la mañana. ¿Puedes hacerlo?''
Yo:'' Por supuesto que puedo hacerlo. Haré la colecta. Es mi especialidad''. Quedamos de juntarnos al cabo de dos horas. Yo había recolectado dinero en varias ocasiones. Y sobretodo en la ''Sound''. En ocasiones lo había hecho sólo como un desafío. Y siempre obtuve buenos resultados. Pero no aquella noche. Estaba presionada y la colecta requería tiempo: tenía que elegir bien a los tipos que tenía que sablear, saber cómo abordarlos, a veces, charlar un poco con ellos y sobretodo estar con la autoestima en alto. Para hacer una colecta uno tenía que estar con deseos de hacerla.
Pero yo estaba en crisis y la hice con resentimiento. Al cabo de una hora sólo pude recolectar siete marcos. Me dije a mi misma:'' Jamás lograrás reunir esa cantidad de dinero''. Pensé en Detlev y lo imaginé buscando un cliente en la estación Zoo, un sitio que los domingos por la noche era frecuentado exclusivamente por familias, papá, mamá y los niños. Más allá del acuerdo que hicimos, tuve presente que el estaba sufriendo una crisis. Sentí pánico.
Salí afuera, sin un plan preconcebido. Pensé que probablemente tendría más éxito haciendo la colecta en la calle. Un feroz Mercedes se detuvo. Tenía por costumbre mirar los coches de lujo cuando disminuían la velocidad o cuando se detenían delante de la ''Sound''. En ninguna parte la carne fresca era más solicitada que allí, niñas que no tenían los dos marcos para cancelar el ticket de la entrada se vendían por el ticket y un par de botellas de Coca Cola.
El tipo del Mercedes me hizo una seña. Lo reconocí. Pasaba a menudo por allí y no era la primera vez que me seguía. Su frase habitual:'' ¿No tienes deseos de ganarte un billete de cien marcos?''. En una ocasión le pregunté qué solicitaba el a cambio. Respondió: ''Nada en particular''. Entonces me reí muchísimo de él.
No sé exactamente cuál fue la idea que se me atravesó en ese momento. Quizás algo por el estilo de:''Cómo veo siempre a este tipo voy a intentar saber qué desea en realidad. Quizás podría lograr que soltara algunos billetes.''. Se detuvo hasta que de pronto me vi encaramada dentro del Mercedes. Me dijo que subiera, que no podía detenerse allí. Obedecí.
En realidad, yo sabía muy bien lo que iba a ocurrir. Al tipo no le importó en lo absoluto que estuviera haciendo una colecta. Desde ese día, Los clientes, a partir de entonces, dejaron de ser para mí criaturas de otro planeta. Los veía a menudo en la Estación Zoo, había escuchado suficientes relatos de mis compañeros para saber como iba a continuar la película que acababa de comenzar. Me di cuenta de que se trataba de un cliente que no imponía condiciones. Intenté aparentar estar encantada. Había dejado de temblar. Aspiré un par de fuertes bocanadas de aire y desafortunadamente sólo logré que mi voz sonara vacilante:
Yo: ''¿Y entonces…?
El:'' Y entonces ¿qué? Cien marcos… ¿De acuerdo?''
Yo: ''No nos acostaremos. Por ningún motivo lo haré.''
Me preguntó porqué y en mi nerviosismo no se me ocurrió nada mejor que decirle la verdad:'' Tengo novio. No he tenido relaciones sexuales con otro. Y no tengo ganas de hacerlo.
El: ''Bien. Entonces prepárame una pipa''
Yo: ''No, no podría. Me haría vomitar''.Respondí categórica.
Decididamente, nada lo sacaba de sus casillas. Entonces respondió:''OK. Entonces me vas a manosear…''
Yo:'' De acuerdo. Por cien marcos.''
En aquel momento la cifra no me sorprendió porque me di cuenta de que el tipo quería estar de todos modos conmigo. Cien marcos por hacer eso y en la Kurfurstenstrasse , donde la prostitución infantil era casi regalada… Se quedó enganchado por ese temor que no logré disimular por completo. Yo estaba encogida contra la puerta del automóvil, la mano derecha encima de la manija. El sabía muy bien que no estábamos jugando. Aceleró la marcha. Yo me aterré. Me decía a mi misma:''Seguramente no se va a conformar con eso. Ahora me va a culear. O quizás no me dé el dinero''.
Se detuvo. Estábamos en un parque, cerca de la ''Sound'' Yo solía atravesar ese parque con frecuencia. Era un verdadero centro sexual, había preservativos y pañuelos de papel tirados por todas partes.
Temblaba entera y estaba ligeramente asqueada. El tipo mantuvo siempre un aspecto muy calmo. Apelé a todo mi valor y prosiguiendo con las leyes de la prostitución infantil le dije:'' Ahora, el dinero''. Me lo dio. Yo seguía perturbada. Nadie podía asegurar que de repente me dijera que le devolviera el dinero. Había escuchado muchos cuentos similares. Pero yo sabía que iba a hacer él. Durante el último tiempo, los muchachos del grupo no hacían otra cosa que contar sus aventuras con los clientes. De todos modos, no tenían nada mejor que contar.
Esperé a que se desabotonase el pantalón- estaba demasiado ocupado en si mismo para vigilarme- y aproveché de deslizar los billetes en mi bota. El ya estaba listo. Yo, yo estaba amarrada a la punta de mi asiento en el Mercedes . Inmóvil, sin mirarlo, extendí mi brazo izquierdo. Me tuve que aproximar al tipo. Aproveché de darle un vistazo rápido a su aparato antes de cogerlo en mi mano.
Tenía ganas de vomitar y tenía frío. Mantuve los ojos fijos en el parabrisa intentando pensar en otra cosa. Quise concentrarme en la publicidad luminosa que parpadeaba intermitentemente a lo lejos, también en unos focos de autos que veía brillar detrás de los matorrales.
El asunto terminó bastante rápido. El tipo buscó en su billetera. La sujetaba de manera tal que me permitiera adivinar que dentro de ésta había un montón de billetes. Quería impresionarme. Además me dio veinte marcos. Una propina.
Una vez fuera del vehículo me sentí bastante relajada y comencé a realizar una especie de balance:''Fíjate bien. Ya tienes catorce años y hasta un mes atrás eras virgen. Ahora te prostituyes.''
Después no pensé más en el tipo ni en lo que había hecho. Además estaba muy contenta. Por lo del dinero. Nunca antes había tenido tanto dinero en mis manos. No me preocupé por Detlev. Tampoco me importaba lo que diría Detlev. La crisis de abstinencia se estaba apoderando de mí y sólo una idea giraba en torno a mi mente: comprar mercadería para inyectarme. Tuve suerte porque de inmediato encontré a nuestro proveedor acostumbrado. Al ver esa cantidad de dinero me dijo:'' ¿De dónde sacaste todo eso? ¿Te prostituiste?'' Le respondí casi a gritos: ''¿Estás soñando? ¿Yo? ¿Metida en ese cuento? Si pienso dejar de inyectarme en forma definitiva. Mi padre me lo dio. Por fin se acordó de que tiene una hija.''
Compré dos cuartos por ochenta marcos. Los cuartos eran una novedad en el mercado. Era casi un cuarto de gramo. Antes usábamos un cuarto para tres. Ahora alcanzaba justo una porción para Detlev y otra para mí.
Me dirigí a los W.C. de la Kurfurstenstrasse y me inyecté una dosis. Era mercadería ''extra''. Introduje el resto de la heroína y el dinero en el estuche plástico de mi carné escolar.
La operación completa no tardó más de quince minutos. Hacía cuarenta y cinco minutos que había abandonada a Detlev y estaba segura de encontrarlo en la Estación Zoo. Estaba allí hecho una miseria. Sin ningún cliente a la vista en un domingo al mediodía, y de seguro, en estado crítico. Le dije: ''Ven. Yo tengo''.
No me preguntó cómo lo había hecho ni hizo otras preguntas. El tenía una sola prisa: regresar a su casa. Nos fuimos directamente a los baños. Saqué el carné escolar de mi bolsillo y le entregué una bolsa pequeña. Mientras calentaba el polvo blanco en la cuchara, Detlev vio que en el estuche había otra bolsa similar y unos billetes.
''¿De dónde sacaste ese dinero?''
''La colecta no resultó. No había nada que hacer.Pero había un tipo con un montón de dinero. Se lo manoseé. Eso fue todo, te lo aseguro. No podría haberme acostado. Lo que hice fue sólo por ti''.
Antes de que terminara de hablar, vi que Detlev palideció intensamente. Se transformó en un loco furioso. Se puso a vociferar:'' Mientes. Nadie da cien marcos por tan poco. Y de partida ¿qué significa se lo manoseé y eso fue todo?''. No podía más. Estaba en plena crisis de abstinencia. Todo su cuerpo temblaba, su camisa estaba empapada, tenía calambres en las piernas.
Se puso la inyección en el brazo. Yo estaba sentada en el borde de la bañera y lloraba. Pensaba que el tenía motivos para estar tan furioso. Seguí llorando mientras aguardaba que la inyección surtiera el efecto deseado en Detlev. Aunque fuera así, me podría pegar un par de bofetadas. De seguro que si. Pero yo no me iba a defender.
Detlev retiró la jeringa, salió del baño- yo iba pisándole los talones- sin decir una palabra. Finalmente abrió la boca:''Te acompañaré al bus''. Abrí la segunda bolsita y le entregué parte de ella. La colocó en su Jean. Detlev siguió sin decir nada. Habría preferido que me golpeara, que me gritara, que al menos dijera algo. Pero nada, nada, nada.
Llegó el bus. No me subí. Cuando partió le dije a Detlev:'' Lo que te conté es la estricta verdad. A ese tipo lo manoseé. Eso fue todo. Y no fue tan terrible. Es necesario que me creas. ¿O es que no me tienes confianza?
Detlev: ''Está bien. Te creo''.
Yo: ''Lo hice por ti. Realmente fue así…''
La voz de Detlev se escuchó más firme:''No digas estupideces. Lo hiciste por ti. Estabas en estado de crisis y te despabilaste. Perfecto. Lo habrías hecho de todos modos así yo no existiera. Intenta comprenderlo. Ahora eres toxicómana. Eres físicamente dependiente. Y todo aquello que hagas, lo harás por ti''.
Le respondí:''Tienes razón''. Pero escúchame un poco. No podrás seguir solo en este negocio. Entre ambos consumimos una buena cantidad de heroína . Y no quiero que tú hagas todo el trabajo. Ahora es mi turno. Estoy segura de que puedo ganar un montón de dinero. Y sin acostarme. Te prometo no acostarme jamás con un cliente.''
Detlev no dijo nada. Luego rodeó mi espalda con su brazo. Se puso a llover y no sabía si las gotas de agua que brillaban sobre su rostro eran lágrimas o eran efecto de la lluvia. Otro bus se detuvo. Yo dije:'' Estamos fregados. ¿Recuerdas cuando consumíamos hachís y uno que otro comprimido? Nos sentíamos absolutamente libres. No necesitábamos nada ni a nadie. Y ahora, ahora estamos extrañamente poseídos.''
Dejamos pasar otros tres buses. Murmuramos algunas frases tristes…Lloré acurrucada en sus brazos. El dijo: ''Esto se va a arreglar. Nos vamos a desintoxicar. Nos tenemos que librar de todo esto. Voy a conseguirme el Valeron. Me encargaré de eso mañana por la mañana. Estaremos juntos para iniciar nuestra ''limpieza''
Se detuvo un bus. Detlev me levantó en alto y me puso dentro.
En casa realicé los gestos habituales en forma mecánica. Fui a buscar un yogur al refrigerador. Me lo comí en la cama. En realidad era sólo un pretexto para llevar la cuchara a mi cuarto. La tenía que utilizar la mañana siguiente para preparar mi dosis. Después fui al baño por un vaso de agua para limpiar la jeringa.
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