![]() |
Christiane F |
Comprendí que mientras continuáramos consumiendo heroína, no podría tener a Detlev exclusivamente para mí. Tenía que compartirlo con sus clientes y, muy en particular, con Rolf.
Por mi parte, todo había cambiado considerablemente. Había recaído nuevamente en la prostitución y la practicaba a diario- imposible de otra manera-, y como generalmente estaba presionada, había dejado de mostrarme tan exigente en la selección de mis clientes, ni tampoco cacareaba mis condiciones.
Dejé de acudir en forma asidua a la casa de Rolf. Reanudé mis relaciones con los otros de la pandilla, sobretodo con Babsi y Stella. Pero ya no nos llevábamos tan bien como antes. Cada cual estaba sólo interesada en hablar de si misma (y durante horas) sin escuchar siquiera durante dos minutos a la compañera. Por ejemplo: Babsi hablaba largo y tendido sobre el significado de un tratado de unión sobre la dirección del tránsito. Entonces Stella y yo nos consumíamos para poder referir nuestra tragicómica historia del revendedor que nos pasó harina en vez de heroína. A fuerza de gritarle:''Se te acabó el tiempo'' lográbamos acallarla. Pero después, las dos nos consumíamos para referir nuestra versión individual del cuento y nos disputábamos el turno para hablar. La mayoría de nuestras tentativas de conversación terminaban muy rápido, cuando alguien nos largaba la consigna:''Se te acabó el tiempo''. Cada una de nosotras tenía una tremenda necesidad de ser escuchadas pero era precisamente lo que ya no encontrábamos en nuestro grupo. Anteriormente nos comprendíamos. Ahora eso se había acabado. La única forma de hacer escuchar era contando nuestras aventuras con los policías. Todos estaban en contra de ellos, en contra de esos asquerosos. Y yo era la que tenía más experiencia en la materia. A comienzos del verano de 1977 fui arrestada por tercera vez.
Eso había ocurrido en la estación Kurfurstendamm. Detlev y yo regresábamos de la casa de un cliente. Estábamos muy contentos. Habíamos obtenido ciento cincuenta marcos por muy poca cosa: sólo una pequeña exhibición. Andábamos con nuestra bolsita con droga en el bolsillo y nos quedaba bastante dinero. Noté afluencia de policías de civil sobre el andén del metro. Una redada. Un tren llegó a la estación. Aterrada, me largué a correr a todo dar, -Detlev, atónito detrás de mí- y me precipité dentro del tren. Pero atropellé a un anciano que se puso a gritar: ''¿Qué te pasa? ¡Eres una inmunda drogadicta! ''Eso fue lo que dijo. Los diarios hablaban con frecuencia de lo que estaba ocurriendo en la estación Kurfurstendamm y la gente estaba al corriente.
Dos policías de civil entraron detrás de nosotros. Evidentemente, nuestro comportamiento les había llamado la atención. Pero se habrían fijado igual en nosotros porque las personas que se encontraban allí se precipitaron encima nuestro, tenían sus manos encima de nuestras ropas y gritaban como histéricos:''Señores agentes- los tenemos aquí''. Se habían dado cuenta de inmediato que se trataba de una redada. Yo tuve la impresión de estar fuera de la ley al más puro estilo western: me estaba viendo colgada del primer árbol a la vista. Me estreché junto a Detlev. Uno de los policías nos dijo:'' No vale la pena que simulen ser Romeo y Julieta. Vamos, vamos ya''. Nos metieron dentro de un mini-bus y nos llevaron a la estación de policía. Los policías fueron muy desagradables conmigo pero no me hicieron preguntas. Se conformaron con decirme que era la tercera vez que me atrapaban, que ya tenían mi expediente. Tampoco se molestaron en avisarle a mi madre. Me incluyeron dentro de los casos desesperados: pensaban engrosar su archivo con dos arrestos más para terminar añadiéndole una cruz a mi nombre.
Nos relajamos al cabo de una hora. Como nos quitaron la droga, había que volver a comprar. Felizmente, aún teníamos bastante dinero.
La policía de civil de la estación del Zoo había terminado por conocerme y no me molestaron mucho. También eran bastante amables, al menos había uno joven que tenía un acento sureño que era muy gentil. Un día, caminó sigilosamente a mis espaldas y después plantificó su insignia delante de mis ojos. Después rompió a reír y me preguntó si me dedicaba a patinar. Le respondí con mi frase habitual:''No. ¿Acaso lo parezco?''
No era tonto pero tampoco intentó echarle una ojeada a mi bolso plástico. Me dijo simplemente:'' No vengas a merodear por estos lados durante algunos días. De lo contrario, me veré obligado a arrestarte''. Quizás no lo hacía por amabilidad sino por negligencia. A lo mejor no tenía ganas de llevarme a la estación de policía y los tipos de la estación no tenían ganas de escribir treinta y seis veces el mismo informe acerca de una joven medio muerta de catorce años.
Después de nuestro arresto en la estación Kurfurstendamm, Detlev y yo partimos a comprar mercadería donde un revendedor- nuestro proveedor habitual estaba inubicable. Decidimos inyectarnos en los baños de la Winterfeldplatz. Estaban en un estado lamentable. A esas alturas, ningún grifo funcionaba.
Limpié mi jeringa con la lluvia del depósito de agua del retrete, en la palangana de una caseta vomitada. Eso me ocurría a menudo, cuando había mucho público y no podía limpiarla en el lavamanos.
El cuento del revendedor desconocido me apaleó. Me derrumbé, caí cuán larga sobre el embaldosado sucio. Me levanté de inmediato aunque estuve aturdida durante un buen rato.
Por primera vez, después de mucho tiempo, fuimos a darnos una vuelta por la ''Sound''. Detlev se dirigió a la pista de baile y yo me senté al costado de la máquina que fabricaba el jugo de naranja. Había un agujero en el suelo. Me apoyé en el piso y hundí dos pajillas para beber dentro del agujero. Después me atiborré de jugo de naranja hasta que me dieron ganas de vomitar. Me dirigí al baño.
A mi regreso, uno de los gerentes se me dejó caer encima, me trató de drogadicta inmunda y me ordenó seguirlo. Tuve mucho miedo. Me agarró por el brazo, me arrastró y luego abrió una puerta que daba a una pieza donde depositaban las cajas de bebidas. También había un taburete del bar.
Sabía lo que ocurriría después. Me habían contado la historia.
A los drogadictos y a otros indeseables, los desnudaban y los amarraban al taburete del bar. Después de eso, los golpeaban, a veces a latigazos. Yo había escuchado hablar de unos tipos que habían pasado por el depósito de la ''Sound'', habían ido a parar al hospital después por un período mínimo de quince días, con fracturas de cráneo, Los desgraciados quedaban tan aterrados que tampoco se atrevían a denunciarlos. Esos rufianes de la Gerencia hacían eso por sadismo, pero también por alejar a los viciosos de su negocio. La policía amenazaba en forma permanente con clausurar la ''Sound''.Por supuesto, a los drogadictos que se acostaban con ellos los dejaban tranquilos. La ''Sound'' era un sitio de perversión. ¡Si los padres se hubieran enterado de lo que ocurría realmente en ''la discoteca más moderna de Europa! Incitaban a los jóvenes a drogarse, los adolescentes caían en manos de alcahuetes sin que la Dirección levantara un solo dedo.
Cuando vi ese depósito siniestro, el pánico se apoderó de mí. Reuní fuerzas, me arranqué de las manos del tipo y arremetí hacia la salida. Había logrado llegar a la calle antes de que me pusiera las manos encima. Entonces me tiró en contra de un auto. No sentí el impacto. Pensaba en Detlev. Sentí mucho temor por él. Sabían que habíamos llegado juntos y no había visto a Detlev después que se lanzó totalmente volado, a la pista de baile.
Corrí a una cabina telefónica, llamé a la policía, les expliqué que mi novio estaba a punto de ser maltratado en la ''Sound''. Los policías estaban embelesados con la noticia. ¡Por fin podrían clausurar la ''Sound''! Llegaron algunos minutos después, en un vehículo repleto de guardias. Recorrieron la ''Sound'' de principio a fin y no dieron con Detlev.Tuve una idea: llamé a Rolf. Detlev ya estaba acostado.
Los policías me aconsejaron que no volviera a realizar ese tipo de bromas. Regresé a casa convencida de que la droga me iba a terminar volviendo loca.
Después de mis numerosos arrestos- esa era la única consecuencia- fui citada a la Brigada Criminal Gothaerstrasse, oficina 314. No podría olvidar el número, regresé tantas veces allí…
A la salida de la escuela me fui a casa. Quería inyectarme antes de ir a la policía. Si estaba volada, no me impresionaría. Pero no tenía limón y la droga no parecía estar muy limpia. Por otra parte, es esa época la estaban vendiendo bastante adulterada... la mercadería pasaba de mano en mano: de mayoristas a intermediarios, de intermediarios a pequeños revendedores y cada uno le añadía algo, con el propósito de incrementar sus ganancias.
¿Cómo podía disolver esa porquería de droga? Cogí vinagre, así de simple. Eso contenía ácido ¿No era así? Lo vertí directamente de la botella sobre la cuchara con polvo. Le coloqué una dosis excesiva. Pero como no quería arrojar una dosis de heroína, me inyecté la solución.
El efecto fue fulminante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario