lunes, 29 de noviembre de 2010

Yo, Chistiane F. 13 años, drogadicta y prostituta (cap 3/20)

Christiane F
En ''jeans'' y con tacones altos me paseaba casi todas las tardes por la calle hasta las diez de la noche. Tenía la impresión de que en casa nadie notaba mi ausencia. Pero, por otra parte, me parecía formidable poder gozar de tanta libertad. Pienso que también saboreaba mis disputas con Klaus. Eso me daba sensación de poder por lo que me significaba poder estar enrabiada con un adulto.
Mi hermana ya no soportaba toda aquella situación. Cometió, a mi modo ver, un acto incomprensible: se fue a vivir con papá. Abandonó a mi madre y me dejó sola a mí .Ahora me encontraba más desolada que nunca. Pero el golpe para mi madre fue terrible. Sus llantos recomenzaron. Desgarrada entre su pareja y sus hijas, se encontraba una vez más sobrepasada por sus problemas.
Yo pensé que mi hermana no tardaría en regresar pero ella estaba satisfecha en la casa de papá. El le daba dinero para el bolsillo, le pagaba la lección de equitación y ofreció comprarle un auténtico traje de montar. Para mí, todo aquello me resultaba difícil de soportar. Por mi parte, regresé al Club de los'' ponies ''en donde a cambio de trabajo, se me permitía montar. Pero eso no lo podía hacer con frecuencia. En cambio ella, vestida con su flamante traje de montar se convirtió en mejor equitadora que yo. Finalmente tuve derecho a una compensación. Mi padre me ofreció un viaje a España. Había obtenido un excelente certificado escolar en el que se especificaba que estaba en condiciones de ingresar a la Enseñanza Media. Me había inscrito en la Escuela Polivalente (Estos establecimientos agrupan a diversos tipos de escuelas secundarias que sirvieron como banco de pruebas para la futura enseñanza de la República Federal Alemana. La experiencia fue muy discutida).
Así fue como al pasar por una nueva etapa en mi vida-una etapa que lógicamente debía conducirme al bachillerato- me fui volando a Torremolinos en compañía de mi padre y su pareja. Fueron una súper vacaciones.Mi padre se portó formidable y yo pude constatar que el me quería, a su manera. En ese entonces, el me trataba casi como una adulta.
Y muchas veces me llevaba consigo cuando salía por las noches con su pareja. Se había transformado en un ser razonable. Ahora tenía dos amigos de su edad y no les ocultó el hecho de haber estado casado. Ya no tenía que decirle ''tío Richard''.Yo era su hija. Y el parecía orgulloso de mí. Una sola sombra oscureció el paisaje: el - algo muy propio suyo- escogió la fecha de las vacaciones. Así fue como llegué a mi nueva escuela con dos semanas de retraso.
Me sentía muy desorientada. En mi clase las amistades ya se habían establecido y se habían organizado las pandillas. Yo estaba completamente sola en mi rincón. Pero lo peor fue que en el transcurso de esas dos semanas en las que me ausenté por haber estado en España, ya les habían explicado a los demás el funcionamiento de la escuela. Era un sistema que resultaba muy complicado para cualquiera que provenía de la educación primaria: uno tenía que escoger por si misma sus orientaciones e inscribirse en determinados cursos. Los demás ya habían recibido orientación y asesoría y fueron guiados en sus elecciones mi me tocó desenvolverme sola. Me sentía perdida en ese colegio. Y lo estaría siempre: ya no existiera más, como en la escuela primaria, una profesora que se preocupara individualmente de los alumnos. Cada profesor le hacía clases a varios cientos de alumnos. Si uno quería llegar al bachillerato, se tenía que preocupar por si mismo para lograrlo. Decidirse por trabajar mucho. Hacer lo necesario para ser admitidos en los grupos de nivel de más elevado. Tener padres que le estén diciendo permanentemente lo que debe hacer: haz esto así, hasta esto asá y a una la van impulsando y orientando. Yo estaba perdida...
Ya no me sentía ''alguien'' en esa escuela. Los otros iban adelantados en dos semanas. Era demasiado para una nueva escuela. Intenté mi receta de la primaria: armaba alboroto, interrumpía a los profesores, los contradecía. A veces, en mi opinión, para engañarlos y otras veces, por principio. Yo estaba en pie de guerra. En contra de los profesores y en contra de la escuela. Yo deseaba ser alguien. Existir...
La jefa de nuestra clase era una chica. Se llamaba Kessi. Ella ya tenía pecho de verdad. Se veía por lo menos, dos años mayor que nosotras. Igual, era más madura. Todo el mundo la respetaba. Yo la admiraba. Mi mayor deseo era convertirme en su amiga.
Kessi tenía pololo. Un tipo formidable. Estaba en un curso paralelo al nuestro pero era mayor que nosotras. Se llamaba Milan. Medía por lo menos un metro setenta, sus cabellos eran negros y rizados y le caían sobre los hombros. Usaba unos jeans ajustados y unas botas que eran el último grito. Todas las chicas estaban locas por él.


El prestigio de Kessi no se debía solamente a su aspecto físico y a sus hechuras de mujer adulta, si no que al hecho de que andaba con Milán.
Nosotras, las chicas, teníamos una imagen muy precisa de aquello que nos agradaba de los varones. Por ejemplo: no debían vestir pantalones con pata de elefante. Lo que si debían usar eran jeans ajustados, zapatos a la moda (nada de zapatillas de gimnasia: daban la sensación de fragilidad), de preferencia botas, y decoradas. Y también tacones altos. Despreciábamos a los nenes que tiraban bolitas de papel o restos de manzanas en la sala de clases. Eran los mismos que en el recreo tomaban leche y jugaban a la pelota. En tanto que los tipos realmente atractivos desaparecían en el rincón de los fumadores. Y tomaban cerveza. Recuerdo cómo me impresioné cuando Kessi me contó que Milán se había embriagado.
Yo me preguntaba qué podía hacer para lograr que un tipo como Milán se interesara en mí. O bien- en lo profundo de mi ser- que Kessi me considerara amiga suya. Hasta su nombre era exquisito. Para mis adentros pensaba que no valía la pena lucirse ante los profesores, a los que veía de vez en cuando. Lo importante era ser aceptada por las personas que comparten tu jornada diaria. De repente me empecé a comportar muy mal en clases.No guardaba ninguna relación personal con los profesores. La mayoría de ellos, por su parte, parecían fastidiarse por todo, no tenían autoridad sobre los alumnos y se conformaban con vociferar para demostrarnos su malestar. Yo lograba que se pusieran de todos los colores.En poco tiempo, fui capaz de desorganizar un curso completo. Naturalmente, aquello me valió la consideración de mis compañeros.
Raspaba los cajones de los armarios de mi casa para encontrar algunas monedas que me permitieran comprar cigarrillos y poder compartir el rincón de los fumadores. Kessi se dirigía allí durante todos los recreos. Cuando comencé a ir con más frecuencia, sentí que ella pareció interesarse en mi persona.
Nos juntábamos a la salida del colegio. Finalmente me invitó a su casa. Tomamos cerveza- me marié como pollo- y conversamos acerca de nuestras respectivas familias. Ella tenía los mismos problemas que yo. Y peores aún. Su madre cambiaba continuamente de pareja y estos, naturalmente, no querían a Kessi. Ella venía saliendo de un período espantoso a raíz del último amigo de su madre, un tipo que era bueno para los golpes. Un día agarró a patadas todo el mobiliario de la casa y para terminar, cogió el televisor y lo tiró por la ventana. Pero la madre de Kessi no era como la mía. Ella se mostraba severa con su hija, salvo un permiso excepcional, y la obligaba a estar de regreso a las ocho de la noche en casa.
En la escuela todo empezó a funcionar súper bien. Debo admitir que logré ganarme la consideración de mis compañeros de clases. Ese fue un combate difícil, casi permanente, que no me dejaba tiempo ni para estudiar. Mi día de gloria fue aquel cuando Kessi me autorizó para sentarme a su lado. Me enseñó a escapar de la escuela. Cuando ella no quería asistir a un curso, se desaparecía para ir a juntarse con Milán o hacía cualquier cosa, lo que se le antojaba. Las primeras veces me aterré. Pero muy pronto me di cuenta que podía ausentarme de una o dos clases. Durante el día a sabiendas de que nadie lo notaría.No se pasaba lista después de la primera clase de la mañana. Los profesores eran incapaces- los cursos eran demasiado numerosos- de saber quiénes estaban allí y cuáles eran los ausentes. Por eso, muchos de ellos se desaparecían.
Kessi se dejaba besar y acariciar por los muchachos. Frecuentaba el ''Hogar Social'': era una vivienda para los jóvenes que funcionaba bajo el alero de la Iglesia Reformista. En el subterráneo había una especie de discoteca: ''El Club''. Sólo se permitían la entrada a partir de los catorce años.Pero Kessi demostraba más de trece…
A fuerza de suplicarle a mi madre que me comprara un sostén logré tener uno a pesar de que aún no me hacía falta. Comencé también a maquillarme. Y Kessi me llevaba al Club, el que abría a las cinco de la tarde.
A la primera persona que divisé en el sótano resultó ser un muchacho de nuestra escuela. Tenía trece años, y ante mis ojos era el tipo más fabuloso que existía. Incluso era superior a Milán. Era más buen mozo. Sobretodo daba la impresión de ser muy seguro de si mismo. Se paseaba por el Hogar Social con la soltura de un astro de cine. Se notaba que se sentía superior a todo el mundo. Se llamaba Piet. Sus amigos y él se mantenían a cierta distancia del resto.Todo ese grupo tenía un aspecto deslumbrante. Los muchachos eran más refinados que los demás: vestían jeans ajustados, botas con tacones muy altos, chaquetas de género de jeans bordadas, o de fantasía, con tejidos originales y bonitos.
Kessi los conocía y me los presentó. Yo estaba emocionada y encontraba genial que Kessi me permitiera aproximarme a ellos. En el Hogar Social todo el mundo los respetaba. Y nosotras teníamos el honor de sentarnos con ellos.
A la noche siguiente, los muchachos de aquella pandilla trajeron una gigantesca pipa de agua. Yo no sabía ni para que servía. Kessi me explicó que ellos fumaban ''hachís''. Yo tampoco sabía muy bien que era aquello: sólo que era una droga y que estaba estrictamente prohibida.
Encendieron ese aparato e hicieron circular el tubo. Cada uno aspiró una bocanada. Lo mismo hizo Kessi. Cuando me tocó el turno, lo rechacé. No tenía intención de aspirarlo pero por otra parte tenía tantos deseos de pertenecer a una pandilla… Pero ¿ingerir droga?... ¡No’ No podía, no todavía! Aquello me producía un miedo espantoso.
Mi actitud me hizo sentir muy mal, incómoda. Tenía ganas de que me tragara la tierra. Pero no podía abandonar la mesa. Tenía la sensación de haber acabado con la pandilla porque ellos fumaban hachís. Decreté que tenía ganas de tomarme una cerveza. Reuní las botellas que estaban dispersas por todas partes. Cambiaban cuatro botellas vacías de cerveza por una llena. Me emborraché por primera vez en mi vida mientras los otros aspiraban el tubo de la pipa de agua. Hablaban de música. Yo no sabía gran cosa respecto de aquello. Mi cultura pop-rock era más que deficiente. Por lo tanto, no podía participar de la conversación. Por otra parte, me encantó estar ebria porque me evitó sentir un tremendo complejo de inferioridad.
No tardé mucho en comprender la música que fascinaba a los muchachos de la pandilla y dejé de renegar en contra de David Bowie, etc. Ante mis ojos, pasaron a convertirse en mis ídolos. Por detrás, todos los integrantes de la pandilla se parecían a David Bowie, aunque ninguno superaba los dieciséis años.
Los miembros de la pandilla eran seres superiores y sus modales me enloquecían de fascinación No gritaban, no reñían, no jugaban al terrorismo. Eran muy silenciosos. La superioridad emanaba de ellos: así de simple. Entre ellos también eran increíbles. Jamás se disputaban entre ellos..Cuando se reunían se besaban entre ellos,- un pequeño beso en la boca. Eran los muchachos los que mandaban, pero las chicas eran bien recibidas. En todo caso, entre ellos no existían esas peleas estúpidas como las que ocurren entre hombres y mujeres.
En una ocasión, Kessi y yo abandonamos el colegio durante los dos últimos períodos escolares, como era nuestra costumbre, para ir a la estación Wutzkyalle del metro. Allí se encontraría con Milán. Como éste se demoró en llegar, nos deslizamos con mucha cautela por la estación Wutzkyalle temerosas de visualizar la aparición de algún maestro: era muy riesgoso huir de clases en ese horario.
Kessi estaba a punto de encender un cigarrillo cuando yo divisé a Piet, un chico de la pandilla junto a su amigo Charly. Así fue como comenzó un sueño tan anhelado para mí: hacía tanto tiempo que deseaba encontrarme con Piet - o con otro- durante el día para invitarlos a mi casa. ¡Ah, ese habría sido todo un honor para mí! Todavía no estaba interesada en el sexo opuesto, contaba con sólo doce años y todavía no me llegaba la regla. Lo que deseaba era poder contar que Piet había estado en mi casa para que el resto pensara que ''andábamos'' juntos o que, al menos, yo era un miembro integrante de esa pandilla.
A esa hora no había nadie en casa. Mi madre y su pareja estaban en sus respectivos trabajos. Le dije a Kessi:'' Vamos a ver a esos muchachos. Así aprovechamos de conversar con ellos un rato….'' Mi corazón comenzó a latir como un tambor. Después de algunos minutos, y con una voz que denotaba una gran seguridad, - la que contrarrestaba mi pánico interno- le pregunté a Piet:'' ¿Les gustaría ir a mi casa? No hay nada y la pareja de mi papá tiene unos súper discos: Led Zeppelín, David Bowie, Teen Years After, Deep Purple, y el álbum del Festival de Woodstock.''
Había logrado avanzar bastante. Me había familiarizado con la música que les gustaba a ellos pero también con su lenguaje. Hablaban de un modo diferente que el resto. Me dediqué a aprender su vocabulario, tan novedoso para mí. Y eso me parecía más importante que las matemáticas o los verbos en inglés.
Piet y Charly aceptaron de inmediato. Me puse loca de alegría. Estaba totalmente henchida de orgullo. Una vez que llegamos a casa exclamé:'' Mierda, muñecos: no tenemos nada para beber''. Juntamos una monedas y partí con Charly al supermercado.
La cerveza estaba muy cara. Teníamos que tomar mucho para embriagarnos. Finalmente, por dos marcos compramos un litro de vino tinto. Y la conversación prendió. Bebimos el vino con avidez y el tema de la conversación giró en torno a la policía. Piet dijo que ellos desconfiaban de una manera muy peculiar de los consumidores de hachís. En general, hablaron muy mal de los policías. Dijeron que vivíamos en un estado policial.
Todo aquello era nuevo para mí. Hasta ese momento no conocía otros representantes de la ley que fuesen aborrecibles aparte de los guardias de los edificios: unos tipos que la atrapaban a una cuando se estaba divirtiendo. Los policías uniformados encarnaban un mundo absolutamente desconocido para mí. Fue así cómo me enteré que en Gropius vivíamos en un universo policial. Y que los policías eran mucho más peligrosos que los guardias. Y si lo decían Piet y Charly aquello no podía ser más que la estricta verdad. Una vez vaciada la botella de vino, Piet anunció que todavía le quedaba hachís en su casa. Los otros dos quedaron maravillados. Piet salió por el balcón (era lo que yo hacía también ahora que vivíamos en un primer piso) y regresó con una bolsa del tamaño de una mano, con mercadería dividida en diez unidades que tenían un valor de diez marcos cada una. También trajo consigo un ''shilom'', una pipa especial para fumar hachís que tenía forma de tubo de madera de unos veinte centímetros de largo. Colocó en ella tabaco y a continuación la rellenó con una mezcla de tabaco y hachís. Fumamos boca arriba con la cabeza echada hacia atrás y sosteniendo el tubo tan verticalmente como fuera posible para que no cayeran cenizas en el suelo.
Yo observaba bien cómo lo hacían. Sabía que ahora no podía rehusarme ya que Piet y Charly estaban de visita en mi casa. Resolví afirmar con decisión:''Me vendría bien un poco de hierba'' como si ya hubiera fumado mucho antes. Bajamos las persianas. La luz se filtraba por las rendijas y se podían visualizar espesas nubes de humo. Puse un disco de David Bowie. Yo inhalaba desde el ''shilom'' y almacenaba el humo en mis pulmones hasta que me sentí presa de un ataque de tos. Nadie dijo nada. Escuchábamos la música con la vista perdida en el vacío.
Yo esperaba que algo me sucediera. Me decía a mi misma:'' Ahora estás drogada y deberías sentir algo realmente extraordinario''. Pero no sentía nada. Sólo me sentí un poco somnolienta, pero ese efecto se debía especialmente al vino. No sabía, que en la mayor parte de los casos, el hachís no provocaba nada- al menos, conscientemente- la primera vez. Se requería de un poco de entrenamiento para experimentar los efectos. El alcohol produce efectos mucho más inmediatos.
Piet y Kessi estaban sentados en el sofá y cada vez se acercaban más el uno al otro. Piet acariciaba el brazo de mi amiga. Al cabo de un rato, ambos se levantaron y se fueron a encerrar a mi cuarto. Y yo me quedé allí completamente sola con Charlie .El se sentó en el brazo de mi butaca y pasó su brazo alrededor de mis hombros. En esos instantes me gustó más que Piet. Y estaba encantada de que él se interesara en mí. Siempre tuve temor de que los muchachos se enterasen que tenía sólo doce años, me tomaran por una mocosa y me rechazaran. Charly comenzó a manosearme. Ya no supe si aún estaba contenta. Lo que si es que me sentía terriblemente acalorada. De miedo, quizás. Estaba petrificada. Intenté mascullar algo acerca del sujeto que estaba interpretando la canción en el disco que había colocado recién. Cuando Charly empezó a tocarme los pechos - bueno, los que serían mis pechos- me levanté de un salto y me precipité encima del tocadiscos fingiendo que tenía que arreglar algo. Piet y Kessi salieron de mi cuarto. Tenían un aspecto extraño, preocupado, entristecido. Sus miradas se evitaban. Estaban extrañamente silenciosos. Kessi tenía el rostro encendido. Tuve la impresión de que había pasado por una experiencia macabra. En todo caso, lo sucedido no le aportó nada a ninguno de los dos.Eso debió ser penoso para ambos. Finalmente, Piet me preguntó si yo iría esa tarde al Hogar Social. Eso me impactó. ¡Había triunfado! Todo había ocurrido tal como lo había soñado: había invitado a unos muchachos de la pandilla a casa y pasé a integrarme , en definitiva, en parte de ellos.
Piet y Kessi se fueron trepando por el balcón. Charly se retrasó. El miedo volvió a apoderarse de mí. No quería estar a solas con el... Le dije claramente que ya era hora de ordenar el departamento y que además debía atender mis deberes escolares. De repente, adivine sus pensamientos… Charly se fue. Me tiré en mi cama con la vista fija en el techo para intentar ver cómo salía adelante de aquella situación.
El tenía buena pinta pero no sabía porqué me había dejado de gustar. Transcurrió una hora, una hora y media. Sonó el timbre. Miré a través de la mirilla de la puerta. Era Charly. No abrí y me encaminé silenciosamente hacia mi cuarto en la punta de los pies. Me aterrorizaba permanecer a solas con ese tipo. Me desagradaba. Además, tenía un poco de vergüenza. No sabía específicamente si era a causa de la droga o de Charly.
Me sentí triste. Por fin había sido admitida dentro de la pandilla pero en el fondo ese no era mi sitio. Era demasiado niña para escuchar los cuentos de aquellos muchachos. Me di muy buena cuenta de ello. Cuando se pusieron a hablar acerca de la policía, del Estado, etc., no sentí el menor interés en escucharlos.
De todos modos, decidí ir al hogar desde temprano. Fuimos al cine. Traté de sentarme entre Kessi y un chico al que no conocía pero Charly logró deslizarse a mi lado. Durante la exhibición de la película, comenzó a manosearme. Me metía la mano entre las piernas. No lo rechacé Ese tipo logró impactarme tremendamente... Estaba como paralizada, terriblemente asustada. Tenía deseos de largarme a correr a más no poder pero me dije a mi misma:'' Christianne, este es el premio por haber sido admitida en la pandilla''. No me moví y permanecí en silencio. Sólo que cuando el me pidió que lo acariciara porque me tocaba el turno y me agarró la mano para atraerla hacia él, me liberé y crucé mis manos sobre mis rodillas con firmeza. No me moví y permanecí en silencio.
Finalmente la película acabó. Aliviada, me apresuré para reunirme con Kessi.Le conté todo lo que me había ocurrido y ella me aconsejó que no debía volver a Charly. Ella estaba enamorada de él y por eso era que ella los había invitado para que se reuniera con nosotros. Ella no me lo contó pero me enteré de eso después. Kessi se puso a llorar en pleno Hogar Social porque el no le prestó mayor atención que a las demás chicas. Más tarde, me confesó que en esa época ella realmente loca por él, Charly andaba medio parqueado…
De todos modos, yo logré integrarme a la pandilla. Por cierto me decían ''pequeña''. Pero yo lo acepté. Ningún chico intentó tocarme. Se sabía y se admitía que yo era demasiado joven para aquello. En ese aspecto, nuestra pandilla era diferente a la de los alcohólicos. Esos se hundían en la cerveza y el aguardiente. También eran muy duros con las chicas que ''tenían modales''. Se mofaban de ellas, las insultaban y las maltrataban. Entre nosotros, aquello no existía. Jamás hubo violencia. Nos aceptábamos los unos con los otros tal como éramos. Por lo demás, rodos nosotros éramos bastante parejos, o al menos, estábamos todos metidos en el mismo bote. No requeríamos de largos discursos para entendernos. Entre nosotros nadie gritaba ni decía obscenidades. Los aullidos de los demás no nos interesaban. Estábamos por encima de ellos.
Aparte de Piet, Kessi y yo, todo el mundo tenía un empleo. Y todos gozaban de la misma sensación: no estaban contentos en su casa ni con sus trabajos. Pero así como los alcohólicos arrastraban su stress al Hogar y se desahogaban de manera agresiva, los muchachos de mi pandilla eran capaces de desconectarse de sus problemas. Cuando acababan su jornada laboral hacían las cosas que les agradaba: fumar droga, escuchar buena música. Así se hallaban en paz. Nos olvidábamos de la mierda que nos había traído el día.
Yo aún no me sentía completamente como los otros. Pienso que era demasiado niña. Pero ellos eran mis modelos. Yo quería parecerme a ellos, aprender de ellos a vivir estupendamente porque ellos no se fastidiaban por estupideces ni por toda la mierda del mundo. De todos modos, ni mis padres ni mis profesores tenían ya influencia sobre mi persona. Lo único que me importaba, aparte de mis animales, era la pandilla. Las cosas de esa manera, la vida en mi casa en mi casa se me hizo insoportable. Lo peor era que a Klaus, la pareja de mamá, le tenía miedo a los animales. Al menos, eso era lo que yo pensaba en aquel entonces.
Durante el primer período que vivió con nosotros se dedicó a criticar todo sin parar. Decía que el departamento era demasiado pequeño para mantener toda esa colección de fieras. Luego le prohibió el acceso a la sala a mi perro, aquel que me había regalado papá. Entonces yo exploté. Nuestros perros habían sido toda la vida parte de la familia. ¡Y ahora este tipo pretendía ahuyentar a mi perro de la sala!
Eso no era todo: me prohibió que durmiera a un costado de mi cama. Quería- y lo decía en serio- que yo le construyese una casa en mi dormitorio, que ya era minúsculo de por sí. Naturalmente, no hice nada de eso.
Después Klaus me asestó el golpe de gracia. Decretó que tenía que deshacerme de todos mis animales. Mi madre se puso de su lado y dijo que yo ya no me preocupaba de éstos. ¡Fue el colmo! Seguramente, cuando yo llegaba, a menudo, tarde por las noches, se veían obligados a sacar el perro. A partir de entonces, consagré todo mi tiempo libre a mis animalitos. Lloré y grité cuando se llevaron a mi perro. Se lo dieron a una señora muy buena y simpática. Pero ella se enfermó de cáncer y no lo pudo conservar. Por lo que entendí, parece que mi regalón fue a parar a una taberna. Era un animal extremadamente sensible y no soportaba los gritos. En un ambiente como ese no iba a sobrevivir mucho tiempo. Yo eso lo sabía muy bien. Si el llegaba a morir sería a causa de Klaus y de mamá. Yo ya no tenía nada en común con aquellas personas.
Todos esos acontecimientos se sitúan en la época en la que empecé a frecuentar el Hogar Social y a fumar hachís. Me quedé con mis dos gatos. En las noches dormían sobre mi cama. Pero durante el día, no me necesitaban. Sin mi perro ya no tenía ningún motivo para estar en casa. No tenía deseos de salir a pasear completamente sola. Esperaba con impaciencia que fueran las cinco de la tarde: era la hora en que abrían el Hogar Social.
En ocasiones, me reunía con Kessi y algunos compañeros de la pandilla justo después de almuerzo y fumaba todas las tardes. Entre nosotros, los que tenían dinero lo compartían con los demás. Por eso no me inquietaba fumar hachís. Por lo demás, en el Hogar Social no se ocultaba nada. De tarde en tarde aparecían los anfitriones que se las daban de moralistas. Pero la mayoría de ellos reconocían que se sentían tentados por fumar. Venían de la Universidad, del movimiento estudiantil en donde se consideraba totalmente normal fumar hachís. Sólo nos decían que no exagerásemos, etc. Y sobretodo, que no pasáramos a las drogas duras.
Esos consejos no nos daban ni frío ni calor. ¿Porque se entrometían esos patanes con nosotros? Ellos también fumaban. ¿Acaso no era así? Uno de los muchachos les preguntó francamente:'' ¿Porqué a ustedes no les preocupe que el fumador sea estudiante? Piensan que sabe lo que hace. Pero si les provoca pánico que lo haga un principiante o un obrero. ¿Qué es lo que se han figurado? Sus argumentos no son válidos''.
El tipo no supo qué responder. Eso le debe haber creado un gran cargo de conciencia.
Por mi lado, ya no me contentaba con fumar. Cuando no estaba drogada, bebía vino o cerveza. Aprovechaba mis salidas de clases o en la mañana cuando me iba al colegio. Necesitaba estar todo el tiempo un poco evadida, un poco rodeada de nubes. Deseaba escapar de toda esa mierda de escuela y de esa mierda de casa... La escuela, de todos modos, llegó a fastidiarme completamente.
Físicamente también había sufrido un gran cambio.. Estaba cada vez más delgada porque apenas me alimentaba. Flotaba dentro de todos mis pantalones. Mi rostro se había hundido. Pasaba mucho tiempo frente al espejo. Mi nueva apariencia me agradaba. Cada vez me asemejaba más y más al resto de mi pandilla. Al final perdí mi apariencia inocente, mi rostro infantil. Estaba obsesionado con mi físico. Obligué a mi madre que me comprase pantalones ajustados que asemejaran una segunda piel en mi cuerpo y zapatos con tacones altos. Me peinaba con una raya al medio y mis cabellos largos tapaban mi rostro. Quería lucir un aspecto misterioso; nadie debía reconocerme en el día y nadie podía dudar de lo sensacional que era tal como lo demostraba a través de mi nuevo ''look''.
Una noche me encontré con Piet en el Hogar Social y me preguntó si yo había realizado un ''viaje''.''Por supuesto, viejito'' le respondí. Comprendí que hablaba de LSD. Piet sonrió. Me di cuenta que no me había creído. Como había escuchado a varios referirse a su último ''viaje'', intenté relatar mi supuesta experiencia haciendo uso de informaciones ajenas. Pero Piet no me creyó absolutamente nada. No lo podía engañar tan fácilmente. Me sentí avergonzada. ''Si quieres intentarlo'' me dijo ''tendré de la buena el domingo. Te convidaré un poco'' agregó. Esperé el fin de semana con impaciencia. Cuando me lanzara con el LSD sería igual que los demás. A mi llegada al Hogar Social, Kessi ya se había iniciado en ''viajar''.Piet me señaló:'' Si estás realmente decidida, te daré la mitad de uno. Será suficiente para la primera vez''. Me pasó un rollo de papel de cigarrillos. Allí encontré un pedazo de comprimido. No me lo podía tragar tal cual delante de todo el mundo. Estaba terriblemente nerviosa. Además, tenía miedo de ser cogida en delito flagrante. Por otra parte quería otorgarle una cierta solemnidad al acontecimiento. Al final, me fui a encerrar al baño y me tragué el asunto.
A mi regreso, Piet dijo que yo había ido a lanzar el comprimido por el W.C
Por mi parte, esperaba con impaciencia que la droga me hiciera efecto para que los demás creyeran que efectivamente me había engullido el comprimido. A las diez, hora del cierre del Hogar, todavía no sentía nada especial. Acompañé a Piet al metro. Nos encontramos con Frank y Paulo, dos amigos suyos. Ellos respiraban una calma extraordinaria. Me agradaron. ''Están inmersos en la heroína'' me dijo Piet. En ese instante no les presté atención alguna. Estaba ocupada en lo mío. El comprimido comenzaba a hacerme efecto. Tomamos el Metro. A esas alturas, yo deliraba. Estaba completamente volada. Tenía la impresión de estar al interior de una caja de conserva o de alguna mezcolanza junto a una cuchara gigante. El estrépito que hacía el vagón dentro del túnel era espantoso. ¡Insoportable! Los pasajeros tenían unas máscaras horribles. Con eso quiero decir que lucían sus rostros habituales, los muy puercos…Fue entonces cuando los pude ver mejor, que me di cuenta hasta qué punto tenían un aspecto vomitivo, los burgueses de siempre. Debían de venir de regreso de sus asquerosos trabajos. Después verían la tele, de allí a sus camas, y a recomenzar la faena: metro-trabajo-dormir. Yo pensaba para mis adentros:''Tu tienes la suerte de no ser como ellos. De contar con la pandilla. De haber tomado ese asunto que te está permitiendo ver la realidad dentro del Metro. ¡Pobres infelices ! Esas eran las mismas ideas que cruzaban mi mente durante mis siguientes ''viajes''. De repente, hoy en día, esas mismas máscaras me inspiran temor. Yo miraba a Piet. El también me pareció más feo de lo habitual, con un rostro minúsculo…pero dentro de todo, conservaba su rostro más o menos normal
Luego llegamos. Estaba contenta de encontrarme afuera. Allí despegué definitivamente. Todas las luces eran de una intensidad increíble. Jamás el sol me había parecido tan brillante como aquel farol que se hallaba encima de nuestras cabezas. En el Metro sentí frío. Después me dio mucho calor. Tuve la sensación de estar en España y no en Berlín. Las calles se convirtieron en playas, los árboles en palmeras, como los bellos afiches de la agencia de viajes de Gropius. La luz era deslumbrante. No le comenté a Piet que estaba volada. Mi viaje era tan fantástico que quería realizarlo sola. Piet, que estaba volado también, propuso que fuéramos a la casa de una amiga. Una chica a la que el quería mucho. Era probable que los padres se encontraran ausentes. Nos dirigimos entonces al aparcamiento para comprobar si el auto aún se encontraba allí. Me vino una crisis de angustia. La techumbre del garaje que de por sí era baja, yo la sentía descender más y más…Estaba adquiriendo el aspecto de una bóveda. Los pilares de cemento oscilaban…
El coche de los padres de Piet se encontraba allí.
Piet exclamó con rabia ¡Dios mío! ¿Qué haremos en esta porquería de garaje? Luego, al pensar que yo estaba volada me preguntó:''Dime ahora dónde está el comprimido que tenías'' Me miró y al cabo de un rato dijo:''mocosa de mierda''. No he dicho nada. Tienes las pupilas vagamente dilatadas''.
Entonces el mundo se embelleció nuevamente. Me senté sobre la hierba. Una casa, el vecindario, compartían un muro anaranjado resplandeciente. Se diría que el sol se había levantado para reflejarlos. Las sombras danzaban como si quisieran borrarse ante la presencia de la luz. El muro se hundía y de repente pareció que iba a estallar en llamas.
Nos fuimos a la casa de Piet. El tenía un talento de pintor impresionante. Uno de sus cuadros, colgado en su recámara, representaba un esqueleto armado de una guadaña sobre un enorme caballo. Me precipité enfrente del cuadro. No era la primera que lo veía y siempre había pensado que representaba a la Muerte. En esa ocasión, no me produjo miedo alguno. Comencé a sentirme invadida por pensamientos muy ingenuos. Creí que ese esqueleto era incapaz de maltratar a un caballo tan vigoroso. Hablamos largamente acerca del cuadro. Cuando me iba, Piet me prestó algunos discos para ''aterrizar''. Entré a la casa.
Mi madre, por cierto, me esperaba. Fue el eterno lío de siempre: qué dónde había estado, que no podía continuar así, etc. La consideré absolutamente ridícula, gorda y grasienta enfundada en su camisa de dormir blanca y su rostro retorcido por la rabia. Como los personajes del Metro.
No abrí la boca. De todos modos, no le hablé más. Justo lo indispensable y sólo frases cortas sin importancia. Ya no quería que me tocara. Yo me figuraba, en aquel entonces, que ya no necesitaba a una madre ni una familia. Ahora vivíamos en mundos completamente diferentes. Mi madre y su pareja por un lado y por el otro estaba yo, completamente sola. Ellos no tenían la menor idea de lo que yo hacía. Pensaban que yo era una niña totalmente normal que atravesaba el difícil período de la pubertad. ¿Y qué podía yo contarles? De todos modos, ellos no comprenderían. Y no hacían otra cosa que bombardearme de prohibiciones. En todo caso, eso era lo que creía. El único sentimiento que albergaba por mi madre era el de compasión. Me apenaba verla regresar del trabajo, estresada y nerviosa, extenuada, para comenzar con las labores domésticas. Pero yo pensaba que eso era por culpa de ellos, los viejos, por llevar una vida tan estúpida…
Mi familia era la pandilla. Con ellos encontré la amistad, la ternura y aquellos sentimientos que se asemejan al amor. Sólo el pequeño beso de recepción me pareció un cuento fantástico. Cada uno le aportaba al otro una pequeña dosis de ternura y amistad. Mi padre jamás supo brindarme tanto afecto. Los problemas en la pandilla no existían. Jamás hablábamos de nuestros problemas. Nadie fastidiaba a los otros con sus problemas familiares o laborales. Cuando estábamos reunidos, toda la porquería del mundo exterior desaparecía. Hablábamos de música y de drogas; algunas veces de trapos y en otras nos referíamos a aquellas personas que eran tratadas a patadas por esta sociedad policial. Considerábamos ''correcto'' que cualquiera pudiese robar un auto, desvalijar un banco o un departamento.
Después de mi primer ''viaje'' me sentía una más entre los otros. Fue espectacular. Tuve mucha suerte. Para la mayoría de las personas, el primer ''viaje'' era desagradable y les provocaba pánico. Pero yo me sentí espectacular… Tuve la impresión de haber aprobado un examen. Y después ocurrieron algunas cosas dentro del grupo. Se empezó a sentir una sensación de vacío. La hierba y los ''viajes'' ya no nos estimulaban realmente. Estamos habituados a sus efectos y aquello ya no nos provocaba sensaciones especiales, era como permanecer en la normalidad. Nada especial…

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