martes, 30 de noviembre de 2010

Yo, Chistiane F. 13 años, drogadicta y prostituta (cap 20/20)

Christiane F

Como de costumbre, notaba de inmediato a los tipos que lucían un poco diferentes de los
demás. Me pregunté entonces:” ¿Serán fumadores, heroinómanos o simples estudiantes?”
Entramos a un snack. Un grupo de extranjeros ocupaban una mesa. Dos de ellos se levantaron
bruscamente de la mesa y se fueron a sentar a otra. No supe porqué pero noté en seguida la
atmósfera que rodeaba el tráfico de heroína. Le dije a mi tía que quería retirarme de ese lugar
sin explicarle el porqué.
Cien metros más adelante, delante de la boutique de jeans, me sentí aterrizar en plena
Scène. Reconocí de inmediato a los drogadictos. Y me imaginé que ellos me reconocerían. Se
darían cuenta que era toxicómana. Tuve pánico. Agarré a mi tía del brazo. Le dije que
teníamos que irnos de allí en seguida. Ella estaba confundida pero intentó calmarme. “Tú ya no
tienes nada que ver con todo eso” Le dije:”Todavía no soy capaz de enfrentarlo”.
Apenas llegué a la casa, me cambié de ropa y me saqué el maquillaje. No volví a ponerme
las botas con tacos de aguja. A partir de ese día, intenté parecerme- físicamente al menos, a
las chicas de mi curso.


Pero en el club cada vez me encontraba más y más seguido con personas que fumaban hachís
y que se pegaban sus voladas. En cierta ocasión me fumé un pito y en otra ocasión se me
ocurrió una excusa para rechazarlo.
Después ingresé a una pandilla fabulosa. Eran jóvenes de otros pueblos vecinos. Todos
trabajaban como aprendices. (En Alemania, los obreros especializados pasan primero por el oficio de aprendices- tradición gremial instituida en la Edad Media.) y casi nunca andaban
bajoneados. Eran personas reflexivas y que formulaban interrogantes. Cuando discutía con
ellos, siempre me aportaban algo. Y sobretodo, no eran brutales ni agresivos. Existía un
ambiente muy calmo entre nosotros.


En cierta ocasión formulé una pregunta bastante idiota: ¿Por qué teníamos la tendencia a
“volarnos”? Me respondieron que era evidente que necesitábamos desconectarnos de toda la
mierda de la jornada diaria.
Ellos estaban bastante frustrados en sus trabajos. Salvo uno: era un sindicalista y encargado
de los problemas de los trabajadores jóvenes. Le encontraba mucho sentido a la labor que
desempeñaba a diario. A su modo de ver, la sociedad tenía posibilidades de evolucionar en
forma positiva. En las noches, la mayoría del tiempo, no necesitaba fumarse un pito para
sentirse bien. Se conformaba con saborear algunos pocos tragos de vino tinto.
Los demás salían siempre frustrados y agresivos de sus trabajos, los que parecían
totalmente desprovistos de sentido. Todo el tiempo hablaban de abandonar sus trabajos.
Cuando se reunían, siempre había uno que relataba un altercado que había tenido con el
maestro de obras o cualquier otro disgusto por el estilo. Los otros les decían: “No pienses más
en tu trabajo” Luego hacía circular un pito y dábamos inicio a nuestro recreo nocturno.
Por un lado, era más afortunada que ellos: mi trabajo escolar no me desagradaba del todo.
Pero por otra parte estaba metida en el mismo cuento de ellos: no sabía para qué me iba a
servir todo eso, ni qué beneficio me iba a aportar todo ese stress. Pude comprender entonces
que no aprobaría mi licenciatura ni el bachillerato. También me enteré de que a pesar de
obtener un excelente certificado de egreso, una antigua drogadicta tenía escasas posibilidades
de conseguir un trabajo interesante.
En efecto, en mi certificado de egreso obtuve excelentes calificaciones pero tenía posibilidades
de hacer una práctica. Me lancé a la realización de un trabajo temporal, en virtud de una ley
destinada a impedir que los jóvenes sin trabajo anduvieran vagando por las calles. Hacía ya un
año que había dejado de inyectarme. Pero sabía, y lo entendía, muy bien, que me faltaban
años para estar verdaderamente desintoxicada. Por entonces, la drogadicción había dejado de
ser mi problema.
En las noches, cuando nos reuníamos los muchachos y las chicas de la pandilla alrededor
de una pipa de hachís y de una botella de vino tinto, los problemas cotidianos pasaban al
olvido. Hablábamos de libros que acabábamos de leer, nos interesábamos en la magia negra,
en la parasicología y el budismo. Estábamos en la búsqueda de algún personaje que nos
comunicara una feliz ensoñación, con la esperanza de aprender algo nuevo. Nuestra realidad
era bastante desagradable. Una de las chicas de la pandilla era alumna de enfermería y trajo
consigo unos comprimidos. Después de un tiempo, volví a ingerir Valium. No volví a tocar el
LSD, me aterraba pasar por la experiencia de realizar un mal “viaje”.Los otros miembros del
grupo los realizaban con bastante éxito.
En nuestro pequeño pueblo no había consumidores de drogas duras. Si alguno se quería
involucrar con éstas, se largaban de inmediato a Hamburgo. No había revendedores de
heroína de modo que uno no podía adquirirlas a menos que se fuese a vivir a Hamburgo, Berlín
y también a Nordersted.
Si uno estaba realmente interesado en conseguirla, lo podía hacer. Había personas que
tenían contactos. En ocasiones, los revendedores pasaban a nuestro lugar de reunión con todo
un surtido de drogas. Bastaba con pedir algo para volar y ellos de inmediato ofrecían:”
¿Desean Valium, Valeron, hachís, LSD, cocaína, heroína?”
En nuestra pandilla todo el mundo pensaba que era capaz de controlarse, de no sufrir el
riesgo de engancharse. En todo caso, la situación era diferente y mejor en algunos sentidos,
que la que había existido hacía tres o cuatro años en el Sector Gropius.
Si la droga nos brinda una cierta libertad, aquella no siempre es de la misma índole. Por
ejemplo, nosotros no requeríamos de un lugar como la “Sound” ni de su música estridente. El
centelleante titilar de los letreros luminosos de la Kurfurstendamm no tenía ningún atractivo
ante nuestros ojos. Lo que aborrecíamos era el pueblo. Nuestra gran volada


era convivir próximos a la naturaleza. Todos los wikenes partíamos a la aventura por
Schleswig-Holstein. Dejábamos el coche por algún lugar y continuábamos el camino de a pié
hasta que llegábamos aun sitio localizado entre medio de los pantanos- allí estábamos
seguros de no encontrar a nadie.
Lo más fantástico de todo era nuestra cantera de yeso. Un orificio gigantesco en plena
campiña. Tenía casi un kilómetro de largo por doscientos metros de ancho y cien metros de
profundidad. Con paredes verticales. Abajo, en el fondo, la atmósfera era muy dulce y apacible.
No corría una gota de viento. Y estaba repleto de plantas que nunca habíamos visto en otro
lugar. Ese pequeño valle maravilloso estaba surcado por arroyos cristalinos, por cascadas que
brotaban de los muros. El agua coloreaba la roca blanca de color castaño, el suelo era una
alfombra de piedra blanca, que semejaba osamentas reales de mamuts.
Las gigantescas máquinas excavadoras y los tapices rodantes que durante la semana metían
un ruido infernal, los domingos daban la impresión de permanecer inmóviles y silenciosos
desde hacía varios siglos. El yeso también los había vestido de blanco.
Estábamos completamente solos, separados del mundo exterior por abruptas murallas
blancas. Ningún sonido lograba traspasar este destino. No escuchábamos otro ruido aparte de
aquel que provenía de las cascadas de agua.
Decidimos, por lo tanto, comprar la cascada para que no fuera explotada en el futuro. Nos
instalaríamos en el interior. Construiríamos cabañas, cultivabaríamos un gran jardín, criaríamos
animales. Y dinamitaríamos el único camino que nos condujera a la superficie exterior.
No tendríamos ningún deseo de regresar...
FIN :'(
okey se termino el libro :) espero que les haya copado... si les interesa pueden buscar videitos, hay una pelicula de este libro que la produjo David Bowie y aparece en escena, bajenla... se llama: "Christiane F. – Wir Kinder vom Bahnhof Zoo"

Adieeuu!

No hay comentarios:

Publicar un comentario