lunes, 29 de noviembre de 2010

Yo, Chistiane F. 13 años, drogadicta y prostituta (cap 2/20)

Christiane F
Era falso aquello de que cuando hacía mal tiempo uno se podía refugiar en Gropius. Ninguno de nosotros tenía derecho de llevar a los compañeros a su casa. Por otra parte, los cuartos de los niños eran demasiado pequeños: la mayoría de los niños dormían en el mismo medio cuarto que nos habían asignado a mi hermana y a mí.
Cuando llovía, me quedaba, en ocasiones, sentada en la ventana y recordaba lo que hacíamos en el pueblo cuando llovía: por ejemplo, trabajar la madera. Eso siempre estaba muy organizado. Cuando hacía buen tiempo, trasladaban desde los bosques grandes trozos de corteza de encina y luego, cuando venían los días lluviosos tallábamos pequeñas embarcaciones. Cuando llovía mucho, nos colocábamos nuestros impermeables para salir camino al arroyo para salir a probar nuestros botecitos recién fabricados. Construíamos puertos imaginarios y emprendíamos verdaderas competencias con nuestras embarcaciones hechas de corteza.
Vagabundear entre las torres bajo la lluvia no era en modo alguno, divertido. Había que descubrir algo entretenido. Algo que estuviera estrictamente prohibido. Por ejemplo: jugar a los ascensores. Evidentemente, se trataba de fastidiar a los otros niños. Al atrapar a uno se lo encerraba en el ascensor y lo hacíamos apoyarse sobre todo los botones mientras se inmovilizaba el otro ascensor. El prisionero estaba obligado a subir hasta el último piso deteniéndose, a su vez, en todos los pisos. A mi me tocó hacerlo a menudo, de preferencia cuando sacaba a pasear a mi perro y estaba urgida por regresar a casa para cenar. Aquello duraba un tiempo agobiador y Ayax terminaba con los nervios de punta. Cuando esto se convertía en algo repugnante era cuando se tomaba por asalto el ascensor que conducía a un niño apremiado por ir al baño. Por lo general, no alcanzaba a contenerse. Pero más repugnante todavía resultaba quitarles la cuchara de madera a los más pequeños. La cuchara de madera era un accesorio indispensable para ellos: su largo mango les permitía alcanzar los botones del ascensor. Sin ellos estaban perdidos y no les quedaba otra alternativa que subir ocho, nueve o diez pisos a pie porque evidentemente, los otros niños no los ayudaban y los adultos creían que se dirigían a entretenerse en los ascensores y que deseaban destruirlos.
Los ascensores solían estar a menudo en panne y nosotros no siempre no éramos responsables de ello. Hacíamos carrereas de ascensores. Al principio todos tenían la misma rapidez pero existían algunos trucos que permitían que uno ganara la carrera en unos pocos segundos. Se cerraba la puerta de afuera muy rápido pero suavemente para que no se volviera a abrir, entonces la puerta interior de cerraba automáticamente pero permitía acelerar el proceso. Si se hacía el movimiento en forma manual (en ciertas ocasiones esta estrategia impedía el normal funcionamiento de los ascensores). A mi me fue bastante bien en las carreras de ascensores.
Al cabo de un tiempo los trece pisos no nos resultaban suficientes. Por otro lado, teníamos a los guardias permanentemente a nuestras espaldas. El acceso a otros edificios estaba absolutamente prohibido para los niños y por otra parte, no teníamos llaves para ingresar. Pero siempre había una segunda entrada que estaba cerrada con una rejilla para los muebles y otros objetos que estaban allí arrumbados. Yo descubrí la forma de entrar a ellos a pesar de la rejilla: primero había que introducir la cabeza y girarla un poco. Luego encoger bien el cuerpo. El único requisito necesario era no ser gordo. Así fue cómo obtuvimos acceso a un verdadero paraíso jugando a los ascensores: un viaje de treinta y dos pisos en ascensores tremendamente sofisticados. Nunca sospechamos antes la cantidad de cosas que se podían hacer dentro de un ascensor. Uno de nuestros juegos favoritos era ''El salto'': cuando el aparato estaba en movimiento, todos saltábamos al mismo tiempo. Entonces el ascensor se detenía y se abría la puerta de seguridad. ¡Era genial! Otro juego entretenido consistía en hacer girar la manilla del freno de seguridad hacia el lado en vez de estar hacia abajo y la puerta de seguridad permanecía abierta igual que cuando funcionaba el ascensor. Eso nos permitía darnos cuenta de la prodigiosa rapidez de esos aparatos. Se podía ver deslizar el botón y las puertas a una velocidad asombrosa.
El colmo de la temeridad - la gran demostración de coraje- era la de apretar el timbre de alarma. Se escuchaba un ruido estridente y después la voz del guardia que hablaba por micrófono. Después de eso, había que escapar rápidamente. Un viaje de treinta y dos pisos ofrecía más posibilidades de escapar. De todos modos, el guardia nos acechaba todo el tiempo pero muy pocas logró atraparnos.
Sin embargo, el juego más apasionante lo realizábamos cuando hacía mal tiempo. Se llamaba ''el sótano''. Se comprende que estaba absolutamente prohibido. Cada habitante del edificio disponía de un apartado individual cerrado con rejillas (aunque no enteramente) hasta el techo. Por lo tanto, se podía pasar por debajo. Allí realizábamos unos formidables escondites. Era aterradoramente delicioso encontrarse atrapados en la penumbra entre medio de todo ese revoltijo de cosas desconocidas. Además, podíamos ser sorprendidos por uno de los locatarios. Nosotros sabíamos muy bien que ese juego era, al menos, doblemente prohibitivo.
Era más divertido hurguetear dentro de las cajas y descubrir los objetos más increíbles: juguetes, trapos (El vestuario para nuestros disfraces. Por cierto, después no nos acordábamos donde habíamos extraído esto o aquello, por lo que decidimos esconder nuestros descubrimientos debajo de la rejilla, al azar. En ocasiones, cuando encontrábamos algo muy especial nos apropiábamos del objeto. Naturalmente, el ruido no tardó en propagarse y se comenzó a sospechar de inesperados visitantes en el subterráneo. Pero jamás nos atraparon.
De este modo, se aprendía automáticamente, que todo aquello que estaba permitido en Gropius era súper aburrido y aquello que estaba prohibido, por el contrario, era muy entretenido.
El centro comercial que estaba enfrente de nuestro edificio era igualmente un sitio relativamente prohibido, ''protegido'' por un guardia particularmente feroz, que nos perseguía de modo intransigente. Aquello que me sacaba de quicio era cuando me veía llegar con mi perro. El decía que el centro comercial estaba sucio por nuestra culpa. Es cierto que había mal olor. Las tiendas eran más modernas, más elegantes y distinguidas que las otras pero los botes de basura desbordaban en los patios de la parte trasera. Había restos de helados y excrementos de perros los que estaban insertos dentro de las latas de cerveza o de Coca Cola.
En las tardes, al guardia le tocaba limpiar todo aquello.No era de extrañar que se pasará la tarde atisbando quiénes eran los que ensuciaban. Sólo que a los comerciantes no les podía decir nada cuando arrojaban sus inmundicias fuera de los botes de basura. Tampoco se atrevía a arremeter en contra de los muchachos ebrios que botaban latas de cerveza por todas partes. Y a los niños que se paseaban con sus perros los recriminaba severamente. Sólo le quedábamos nosotros, los niños, para descargar su rabia.
Los comerciantes tampoco nos querían. Cuando uno de nosotros recibía su mesada o lograba tener algo de dinero en su bolsillo, se dirigía a la ''Boutique de Café'' donde también vendían pasteles. Por cierto, íbamos acompañados de otros niños porque se trataba de todo un acontecimiento. Cuando los vendedores veían entrar a una media docena de mocosos que discutían durante un cuarto de hora para decidir qué tipo de bombones elegirían, se exasperaban. Y así fue como nosotros nos comenzamos a sentir, poco a poco, invadidos por una suerte de resentimiento en contra de los comerciantes y nos parecía bien engañarlos.
En el centro comercial había también una agencia de viajes. Apegábamos nuestras narices en los ventanales hasta que nos echaban. Ese lugar estaba lleno de afiches maravillosos que en el costado tenían la imagen de un avión: playas, palmeras, negros, animales salvajes. ¡Cuántas maravillas! Nosotros nos imaginábamos a bordo del avión viajando a esas playas: Luego trepando esa palmera para contemplar a los leones y rinocerontes.
A un costado de la agencia de viajes estaba el Banco para el Comercio y la Industria. En esa época no nos preguntábamos todavía que hacía el Banco para el Comercio y la Industria en Gropius, donde vivían asalariados que no tenían nada que ver con la industria y el comercio. Nosotros queríamos mucho a aquella institución. Los señores que andaban de punta en blanco no fueron jamás desagradables con nosotros... Eran bastante menos violentos que los vendedores. Yo fui a cambiar dos monedas de diez pfennings que la había robado de la caja donde mi madre guardaba el sencillo. (En la ''Boutique del Café'' nos insultaban cuando pagábamos con monedas de poco valor).Incluso nos regalaban alcancías si las solicitábamos de buenas maneras. Pensarían que éramos niños muy económicos para requerirlas.La verdad es que nosotros usábamos esas alcancías con formas de elefantes y cerdos para jugar al zoológico sobre una pila de arena.
Cuando en nuestros conjuntos habitacionales comprobaron que cada vez hacíamos más desmanes nos construyeron un ''terreno para aventuras''. Yo no sé qué concepto de ''aventura'' tienen los individuos que inventaron esa hazaña. Sin duda creyeron- los adultos- que así los padres podían imaginar que sus hijos podrían vivir experiencias extraordinarias e impedirles realizar alevosas maldades. Eso les costó, sin duda, una buena suma de dinero. En todo caso, perdieron un lamentable tiempo en construirlo. Y cuando finalmente nos autorizaron para que fuésemos, nos recibieron de manera muy amable, unos profesores. ''Vamos, ¿qué desean hacer?'' etc. La aventura consistió en que estábamos perpetuamente vigilados. Tenían herramientas de verdad, tablas bien pulidas y clavos. Por lo tanto teníamos acceso para la construcción de objetos. El profesor velaba para que nadie se martillara los dedos. Cuando alguien se enterraba un clavo, se acababa el asunto y no se insistía en aquella construcción. Tampoco se podía sugerir una nueva alternativa. Por tanto, cuando uno quería realizar algo diferente, no se podía porque había que insistir en las fórmulas probadas...
Un día le conté a uno de los profesores como fabricábamos cabañas en el campo sin usar clavos ni martillos. Lo hacíamos precisamente con ramas y cortezas de árboles que recogíamos por aquí y por allá. Y cada vez que regresábamos a la ''obra'' deshacíamos y cambiábamos todo. ¡Eso era muy entretenido! El profesor, por supuesto, lo comprendió, pero el tenía responsabilidades y un reglamento que respetar. ¿Acaso no era así?
Al principio podíamos hacer uso de nuestras propias ideas. Por ejemplo, se propuso jugar a ''la familia de la edad de piedra'' y cocinar una sopa de verdad al calor de unos leños. El profesor encontró genial la idea. Desgraciadamente, no podíamos hacer una hoguera y en consecuencia, tampoco la sopa. ¿Por qué no construíamos, en lugar de eso, una cabaña? ¿En la Edad de Piedra?
Posteriormente, el ''terreno de aventuras'' fue clausurado. Nos dijeron que tenían que realizar un trabajo para poder protegernos cuando hiciera mal tiempo. Más tarde vimos llegar cargamentos con vigas de hierro, mezcladores de hormigón y un grupo de albañiles... Iban a construir un ''bunker''. No se trataba de una cabaña, de un chalet o del algo por el estilo. Se trataba de una verdadera fortaleza que tenía dos o tres ventanas incrustadas. Los cristales se quebraron de inmediato. No sé si los niños fueron los responsables pero si me di cuenta que esa mole de cemento los puso agresivos. También nos preguntamos si acaso nos habían construido esa fortaleza de cemento porque en Gropius, todo aquello que no era construido con cemento y fierro era rápidamente demolido. La sala de juegos de la fortaleza acabó con gran parte del ''terreno de aventuras''.
Después construyeron justo al lado, una escuela, con su propio campo de juego equipado con un tobogán, un pórtico y algunas estacas de madera muy apropiadas para orinar. Ese campo de juegos colindaba con nuestro ''terreno de aventuras'' y pusieron una reja metálica para separar ambos ambientes. Quedamos reducidos a la mínima expresión.
Poco a poco, el pequeño ''terreno'' que nos quedó pasó a convertirse en el lugar de encuentro de una pandilla de personas que nosotros apodamos ''Los Rockers''. Por lo habitual, llegaban después del mediodía ya embriagados, atemorizaban a los niños y se dedicaban a destrozar lo que pillaban. El vandalismo, por definirlo de algún modo, era su única ocupación. Los profesores jamás se disgustaban con ellos. De golpe, el ''terreno de aventuras'' estaba cerrado casi todo el tiempo.
En revancha, nosotros los niños, tuvimos acceso a una verdadera maravilla. En el barrio instalaron una cancha para trineos. El primer invierno resultó sensacional. Éramos libres para escoger nuestras pistas: algunas eran fáciles para deslizarse pero había una llamada ''el anillo de la muerte''.Los ''Rockers'' eran peligrosos. Hacían una cadena con sus trineos e intentaban, sistemáticamente, derribarnos. Pero rápidamente aprendimos a escaparnos a través de otra pista. Esos juegos en la nieve los recuerdo como los más hermosos durante mi permanencia en Gropius.
Durante la primavera, proseguíamos en nuestros intentos de divertirnos en las pistas para trineos. Salíamos con nuestros perros y brincábamos, y hacíamos piruetas con ellos para luego rodar tras la pendiente. O aun mejor: ¡descendíamos en bicicleta! Y ¡zas! nos caíamos... pero aquello era menos peligroso que volar por los aires. Los golpes eran amortiguados por la espesa hierba.
La prohibición, sin embargo, no se hizo demorar. Se declaró que las pistas para trineos no era lugar para hacer cabriolas ni tampoco para velódromo. Por otra parte, había que dejar reposar el césped...Nosotros ya estábamos en una edad en la que los '' Se prohíbe que...'' dejaron de impresionarnos y no los tomábamos en cuenta. Entonces llegaron hasta allí los del Servicio de Horticultura. Rodearon el lugar de una verdadera muralla de espinos artificiales. Nosotros nos dimos por vencidos...por algunos días. Luego, cada uno se procuró unas cizallas y se confeccionó una brecha tan ancha que nos permitiera atravesar el pasaje con nuestros perros y bicicletas. Cada vez que cerraban, nosotros volvíamos a abrir.
Algunas semanas más tarde, regresaron los albañiles. Se pusieron a tapiar nuestras pistas de trineos, a cimentar, a alquitranar. Nuestro ''anillo de la muerte'' se convirtió en una escalera. La plataforma de la partida estaba recubierta de placas de hormigón. Al retirarse, dejaron tirados restos de paja sobre el césped.
En el verano, ese sitio estaba desprovisto de todo interés. En el invierno era particularmente peligroso subir a la antigua cancha porque ahora había que trepar las entrecortadas escaleras en tramos embadolsados. Cuando caían heladas- lo que sucedía con frecuencia- no obteníamos más que moretones y heridas. Muchos niños sufrieron malas caídas que les provocaron conmociones cerebrales.
Poco a poco, Gropius alcanzaba la perfección. Para el espíritu de los urbanistas, allí se encontraba un gran conjunto urbanístico modelo: una magnífica realización. A nuestra llegada, aún no estaba terminada.Los alrededores del sector de las torres, en particular, fueron perjudicados y estuvieron lejos de alcanzar la perfección requerida.
A pocos minutos de caminar- en paseos que los niños realizaban por si mismos- se llegaban a descubrir verdaderos rincones paradisíacos. Nuestro sitio preferido se extendía a lo largo del Muro de Berlín (Gropius no estaba lejos de allí) y nosotros lo llamábamos ''la tierra de nadie'' o el ''pequeño bosque''. Se trataba de una franja de tierra de apenas veinte metros de ancho pero de unos quinientos metros de largo. Una maraña de altos arbustos -tan altos como nosotros- de árboles, matorrales, orificios con agua por doquier cubiertos por tablas viejas.
Nos encaramábamos en los árboles, jugábamos a las escondidas, después nos convertíamos en exploradores que cada día necesitan encontrar algo nuevo, hasta ahora desconocido, como por ejemplo, un misterioso bosque virgen. También podíamos hacer fogatas, enviar señales de humo y dorar manzanas sobre las brasas. Eso ocurrió hasta que se percataron que los niños de Gropius habían descubierto ese sitio y se divertían. ¡Había que restablecer el orden! Nuestro rincón se plagó de carteles. No teníamos derecho a hacer nada. Había prohibición de andar en bicicleta, de subirse a los árboles, de que anduviesen perros por allí... Los policías estaban siempre allí por la proximidad del Muro de Berlín y vigilaban nuestro comportamiento. Oficialmente, nuestra ''Tierra de nadie'' pasó a convertirse en ''Zona de protección de los Pájaros''. Algún tiempo más tarde se transformó en un vertedero público.
Nos quedaba el antiguo vertedero recubierto de tierra y de arena donde íbamos a menudo a jugar con nuestros perros. Pronto nos encontramos con un cinturón dentado y una empalizada... y nos prohibieron la entrada. Construyeron en ese lugar un restorán panorámico.
También nos gustaba ir a los campos. Había uno cercano a Gropius, en un lugar baldío: el Estado había comprado el terreno para construir sitios de esparcimiento. Aún quedaban brotes de trigo pero predominaban las plantas de cardenales, las amapolas, las ortigas y unos arbustos tan altos que las cubrían totalmente. Fueron eliminadas todas: una por una. Se instaló allí un club para ''ponies'' y en el terreno restante construyeron una piscina. En lo sucesivo, se habían terminado todos los lugares para evadirnos de Gropius. Mi hermana y yo salimos favorecidas: al menos nos dejaron trabajar en el picadero y nos daban permiso para montar a caballo. Al comienzo se podía pasear por donde uno quisiera. Más tarde, construyeron una alameda para caballos y todo el resto de las calles y caminos estaban prohibidos. Hicieron una bella alameda, enarenada y todo se construyó de acuerdo a las reglamentaciones requeridas. Debió costar muchísimo dinero ya que se extendía a lo largo de la vía férrea. Estaba a dos pasos de los rieles. Por lo que yo sabía, ningún caballo podía reprimirse de lanzar estruendosos resoplidos al estar próximo a la pasada de un tren. Afortunadamente, no era el caso de los nuestros. Ellos alcanzaban a salvarse mientras nosotras rezábamos como locas para que no se arrojaran encima del tren.
Yo tenía más suerte que los otros niños porque contaba con mis animales. En ocasiones, llevaba a mis tres ratas al ''terreno de juegos'' para que se revolcaran en la arena. Al menos el reglamento no prohibía a las ratas. Construimos unos pasillos y las hacíamos correr.
Una tarde, una de las ratas se introdujo en el prohibido césped. No la volvimos a encontrar. Estuve un poco triste pero me consolé pensando que seguramente sería más feliz allí que dentro de una jaula.
Justo esa misma noche mi padre vino a nuestro cuarto, miró la jaula de las ratas y exclamó:''Pero aquí no hay más que dos. ¿Dónde está la otra? No sentí temor porque su pregunta me pareció imbécil. A él jamás le gustaron las ratas y me decía en forma permanente que me deshiciera de ellas. Yo le contesté que la rata estaba a salvo en el ''terreno de los juegos''.
Mi padre me miró con un aspecto absolutamente demente. Entendí que dentro de treinta minutos de descontrolaría. Se puso a golpear y a aullar. Yo estaba en mi cama. Inmóvil. Era imposible salvarme. Y me pegó. El nunca me había golpeado tan fuerte y llegué a pensar que me mataría. Cuando se alejó para comenzar a arremeter en contra de mi hermana, salté instintivamente hacia la ventana. Creí que estaría a salvo. Desde un onceavo piso...
Pero mi padre me atrapó y golpeó sobre la cama. Mi madre, para variar, estaba de pié, llorando y apoyada en el umbral de la puerta. Yo no alcanzaba a verla. Sólo pude ver cuando ella se arrojó encima de mi padre que estaba encima mío.Ella empezó a darle puñetazos desde abajo.
Mi padre perdió totalmente el control y arrastró a mi madre al pasillo sin dejar de pegarle. Bruscamente comencé a sentir más compasión por ella que por mí. Pero él la agarró del pelo. Como todas las noches, la ropa se estaba remojando en la bañera. Aún no podíamos solventar la compra de una máquina para lavar. Mi padre hundió la cabeza de mamá en la bañera que estaba llena de agua. No sé cómo alcanzó a liberarse: no sé si mi padre la soltó finalmente o si ella se liberó por si misma.
Mi padre, lívido, huyó hacia la sala de estar. Mi madre abrió el closet, cogió su abrigo y se fue. Sin pronunciar una sola palabra.
Entonces ocurrió uno de los momentos más terribles de mi existencia: ese minuto en que vi. partir a mi madre, sin una palabra y en el que nos dejó solas a mi hermana y a mí. Al cabo de unos instantes yo pensaba solamente en una cosa: el volvería a arremeter en contra de ella y los golpes proseguirían. Pero desde la sala no se percibía ningún movimiento. El único que se escuchaba era el de la televisión. Cogí a mi hermana y la metí en mi cama. No nos despegábamos la una de la otra, Mi hermana sintió deseos de ir al baño. La verdad es que no sentía deseos de ir al baño pero tenía pavor de mojar la cama porque eso le significaría otra golpiza. Sentimos la voz de papá en la sala de estar. Nos dijo:''Buenas noches''.
Al día siguiente por la mañana nadie vino a despertarnos. Nos fuimos a la escuela. Al final de la mañana mi madre regresó .Sin decir palabra, o casi nada, recogió algunas cosas, metió el gato en un bolso, luego me dijo que atara a Ayax a una cuerda y nos dirigimos a tomar el metro. Pasamos los días siguientes en la casa de una compañera de trabajo de mamá. Y ella nos explicó finalmente que deseaba divorciarse.
El departamento de su compañera era pequeño. Demasiado pequeño para acoger a mi madre, a mi hermana, al gato, al perro y a mí. En todo caso, al cabo de algunos días la dueña de casa estaba bastante enervada. Mi madre rearmó nuestros bultos, cogió a los animales y regresamos a Gropius. Papá regresó justo cuando mi hermana y yo nos estábamos bañando. Se acercó a nosotras y con una voz completamente normal como si nada hubiera pasado señaló: ''¿pero porqué se tuvieron que ir? Ustedes no necesitan, en realidad, ir a alojar a las casas de extraños. Nosotros podemos vivir muy felices los tres aquí. Mi hermana y yo nos miramos, mudas...Esa noche mi padre se comportó como si mamá no existiese. Después hizo lo mismo con nosotras. No nos habló más ni volvió a mirarnos. ¡Eso fue peor que los golpes!
Mi padre jamás volvió a levantar su mano en contra mía. Pero su manera de comportarse, como si no tuviese nada que ver con nosotras, me provocó un efecto terrible. Fue solamente, a partir de entonces, que sentí que era realmente mi padre. En el fondo, nunca lo odié. Y siempre estuve orgullosa de él: porque amaba a los animales y porque tenía ese auto potente, su Porche 1962.
Y de pronto, dejó de ser nuestro padre, aunque vivíamos todo bajo el mismo techo, en aquel minúsculo departamento. En el ínter tanto pasé otro tremendo mal rato: mi Ayax, mi perro, tuvo una perforación abdominal y se murió. Nadie pudo consolarme. Mi madre sólo pensaba en el divorcio y en sus problemas. Lloraba a menudo y no se relajaba jamás.Yo me sentía muy sola...Una noche tocaron a la puerta. Era Klaus, un amigo de papá que fue a buscarlo para ir al bar. Pero mi padre ya se había dio.
Mi madre invitó al fulano a entrar. El era bastante menor que papá. Debía tener entre veintidós o veintitrés años. Y de pronto, invitó a mi madre a cenar con él. Ella respondió en seguida ''Si ¿porqué no?'' Y partió a cambiarse, se fue con el tipo y nos dejó solas.
Quizás otros niños habrían intentado hacer una maldad para amargar su madre o bien haberse puesto a gritar. Yo lo pensé por un momento pero se me pasó muy rápido de la mente porque pensé sobretodo, que estaba contenta por ella. Sinceramente. Ella tenía un aspecto verdaderamente feliz al salir, aunque no lo demostró mucho. Mi hermana tuvo la misma impresión: ''mamá está súper contenta'' dijo. Desde entonces, Klaus venía a menudo cuando papá estaba ausente de casa. Un domingo, -lo recuerdo muy particularmente- mi madre me envió a vaciar el bote de la basura. Al regresar, no hice ningún ruido intencionalmente quizás. Cuando eché una mirada en la sala, vi que Klaus estaba a punto de besar a mi madre.
Aquello me inquietó tremendamente... Me deslicé en mi cuarto. Ellos no me vieron y yo no le conté a mi madre lo que vi. Tampoco a mi hermana con la que no tenía secretos.
A partir de entonces, ese hombre estaba todo el tiempo en nuestra casa. Yo lo encontraba antipático. Pero el era amable con nosotras. Y sobretodo, era muy amable con mi madre. Ella dejó de llorar y de nuevo la escuchamos reír. Comenzó nuevamente a soñar. Hablaba del cuarto que tendríamos mi hermana y yo en el nuevo departamento que habitaríamos con Klaus. Pero todavía no lo teníamos. Papá todavía no se trasladaba de casa.No lo hizo hasta que el divorcio fue un hecho. Mis padres se odiaban pero dormían en el mismo lecho. Por otra parte, andábamos escasos de dinero.
Cuando nos trasladamos finalmente a otro departamento en Rudow, a una estación del metro de Gropius, no todo fue miel sobre hojuelas. Klaus estaba todo el tiempo metido en nuestra casa y eso me desagradaba. El seguía siendo muy amable pero era un obstáculo entre mi madre y yo. En mi fuero interno, yo no lo aceptaba. No pensaba recibir órdenes de ese hombre joven. A su modo de ver, yo me puse cada vez más agresiva.
Terminamos riñendo. Primero por tonterías. A veces era yo la que las provocaba. El motivo más recurrente eran mis discos. Mi madre me había ofrecido un tocadiscos para mi onceavo cumpleaños En las noches, ponía a tocar un disco - tenia algunos tubos electrónicos y un par de discos- y lo ponía a tocar a todo volumen como hacer romper los tímpanos de cualquiera. Una noche, Klaus apareció en nuestro cuarto y me pidió que bajara el volumen. No le obedecí. Se devolvió y retiró el brazo del tocadiscos. Yo volví a ponerlo y me planté delante del tocadiscos para impedirle el acceso. Klaus me empujó. No pude soportar que ese hombre me tocara. Y estallé.
Mi madre, por lo general, se aproximaba prudentemente a mi lado. No fue tan grave el asunto porque mi madre terminó riñendo con Klaus. De pronto me sentí culpable. Había alguien de sobra en ese departamento...
En realidad, hubo riñas peores que aquel pero, después de todo, ocurrían, de tarde en tarde, Nuestras jornadas tranquilas en casa eran así: estábamos todos reunidos en la sala de estar. Klaus hojeaba una historieta o giraba las perillas del televisor; mi madre intentaba entablar una conversación a veces con nosotras, a veces con Klaus y nadie reaccionaba realmente y todos sus esfuerzos eran en vano. ¡Era patético! Mi hermana y yo preferíamos estar sentadas en nuestro cuarto. Y cuando anunciábamos que saldríamos a dar un paseo, nadie protestaba. Al menos Klaus nos parecía francamente contento de vernos partir. Fue por eso que cada vez salíamos con más frecuencia y nos quedábamos fuera el mayor tiempo posible.
Retrospectivamente, pienso en Klaus y creo que no se merece ningún reproche. El no tenía más que una veintena de años. No sabía lo que significaba una familia. El no se daba cuenta que mi madre nos necesitaba y nosotras a ella. Que nosotras la queríamos tener con nosotras y ella quería estar también con nosotras durante el poco tiempo que podíamos compartir con ella: en las noches y durante los fines de semana. El estaba probablemente celoso de nosotras. Y por cierto, nosotras de él. Mi madre deseaba estar disponible para nosotras y conservar a su novio... Una vez más, ella no supo manejarse.
Ante esta situación yo me puse cada vez más ruidosa y agresiva. Mi hermana se puso cada más silenciosa. Ella sufría y seguramente ignoraba el motivo, pero habló de regresar a la casa de mi padre. Ante mis ojos, eso era algo totalmente insensato., después de los que nos hizo. Sin embargo, mi padre nos propuso que regresáramos con él. Ya no era el mismo hombre. Tenía una novia joven y cada vez que nos encontrábamos, el parecía estar de excelente humor. Era extremadamente amable con nosotras. Me regaló otro perro: una hembra.
Tenía doce años y me hacían crecido un poco los pechos y comencé a interesarme muchísimo por los muchachos y por los hombres, en general. Para mí eran unos seres extraños. Brutales, todos. También esos adultos jóvenes que vagabundeaban, a su manera, por las calles como Klaus y mi padre. Me daban miedo. Pero también me fascinaban. Ellos eran fuertes porque manejaban el poder .Los envidiaba. En todo caso, el poder y la fuerza que emanaba de ellos me fascinaban.
En cierta ocasión tuve que utilizar el secador de pelo de mi madre. Me corté un flequillo con una tijera para cortar uñas y me peiné con la partidura al lado. Me preocupaba por mantener en forma mi cabello largo porque solían decirme que lo tenía hermoso. Ya no quise volver a ponerme mis pantalones escoceses de niña. Me hacían sentir débil. Quería unos ''jeans'' y me los compré. Quería usar, de todos modos, tacones altos. Mi madre me dio un par de los suyos.

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