martes, 30 de noviembre de 2010

Yo, Chistiane F. 13 años, drogadicta y prostituta (cap 10/20)

Christiane F
Pero igual cogí el diario. Y leí: ''el joven obrero especializado en vidrios, Andreas W. (dieciséis años) quería escapar del negocio de la droga. Su novia, una joven alumna de enfermería de dieciséis años intentó ayudarlo. Los esfuerzos de ambos resultaron en vano. El muchacho se inyectó ''la dosis de la muerte'' en el bello departamento que su padre, con grandes esfuerzos había instalado para la pareja''
No me di cuenta de inmediato, no podía creerlo. Pero todo encajaba: especializado en vidrios, departamento, novia, Andreas W. No cabía ningún error: se trataba de Andreas Wiczorek, Atze.
''¡Mierda!''fue lo único que se me ocurrió decir. Tenía la garganta seca, comencé a sentirme mal,'' ¡No podía ser posible!'' No Atze. ¿Por qué lo había hecho? El que se manejaba tan bien con el cuento de la droga…Me esforcé por no demostrarle a mi madre hasta qué punto estaba enloquecida. Ella no estaba al tanto de mi reincidencia. Me largué a mi cuarto y me llevé el diario. No había visto a Atze en el último tiempo y me enteré por los diarios de lo ocurrido. Ya había ingerido una sobredosis la semana anterior y había ido a parar al hospital. Encima, Simona se abrió las venas. Salvaron a ambos. La víspera de su muerte, Atze fue a ver a unos policías y denunció a todos los revendedores que conocía, incluidas dos muchachas que todo el mundo apodaba como ''Las gemelas'' y que siempre tenían heroína de calidad ''extra''. Después escribió una carta de despedida. El diario la reprodujo.:''Me voy a suicidar porque un drogadicto no le aporta a sus padres ni a sus amigos más que sinsabores, preocupaciones,malestares, preocupaciones y desesperación. Uno no sólo se destruye a sí mismo sino que destruye a los demás. Quiero darles las gracias a mis queridos padres, a mi querida abuela. Me he convertido en un despojo humano.Ser toxicómano es lo más denigrante que puede existir. ¿Qué es, por tanto lo que precipita al infortunio a seres jóvenes y llenos de vida? Quisiera poner sobre aviso a todos a aquellos que un día u otro se preguntarán: ¿Qué tal si la pruebo? Mírenme a mí, miren en lo que he llegado a convertirme, pobres cretinos. Adiós Simona. Quedarás liberada de tu desdicha''
Tendida sobre mi cama pensé:'' Fíjate bien. Atze fue tu primer novio y ya está bajo tierra.'' No lloré más. Ya no me quedaban lágrimas. Ya era incapaz de sentir un sentimiento real.
Al día siguiente después de almuerzo, me fui a juntar con los demás. Ninguno lloró a Atze. Eso no estaba de moda entre los toxicómanos. Pero había personas que lamentaban que Atze hubiera denunciado a los revendedores de la mejor droga (ya estaban en prisión). Y también le debía dinero a varios muchachos.
Lo más extraño de esta historia es que una semana después de la muerte del pobre infeliz de Atze, Simona, que jamás había probado la droga comenzó a inyectarse. Algunas semanas más tarde abandonó sus estudios de enfermería y comenzó a prostituirse.
Lupo murió algunos meses más tarde, en Enero de 1978. De una sobredosis.
La muerte de Atze puso fin al período rosa. Se acabó el cuento de sentirse la estrella entre los toxicómanos y de la niñita que podía inyectarse sin caer en la dependencia. El miedo y la desconfianza hicieron presa de nuestra pandilla, donde todo el mundo conocía a Atze. Antes, si nos drogábamos todos juntos y no había suficientes jeringas, todos se peleaban por ser el primero en inyectarse. De repente, todos se peleaban por ser lo segundos. Nadie podía confesar que tenía miedo. Pero todos teníamos pavor. ¿Qué sucedería si el polvo estaba demasiado puro o sucio o si contenía estricnina? Porque uno no se podía morir de sobredosis solamente, también podía ser porque la dosis estaba demasiado purificada o demasiado inmunda.
Para abreviar, estábamos de nuevo metidos con la mierda hasta el cuello. Las cosas comenzaron a ocurrir tal como lo había descrito Atze en su carta. Terminé por demoler a mi madre también. Comencé a regresar de nuevo cuando se me daba la gana. Y mi madre me esperaba. Después comenzó a engullir Valiums para poder dormir durante algunas horas. Creo que se sostenía de pie a fuerza de tragarse los Valiums.
Comencé a estar cada día más segura de que terminaría como Atze. De vez en cuando, aparecía un pequeño fulgor de esperanza y lo atrapaba de inmediato. Tuve un profe que me quería, el Señor Mucke. Nos hacía jugar- como en el teatro- las situaciones que enfrentaba un joven en el transcurso de su vida. Por ejemplo, en una entrevista de trabajo.
Uno de nosotros era siempre el jefe y el otro, el que solicitaba el empleo. Yo, yo no me dejé intimidar por el jefe: le di vueltas sutilmente todos sus argumentos. El muchacho que hacía las veces de empleador terminó muy bajoneado, De repente me dije:'' Quizás logres salir adelante en la vida''.
El señor Mucke nos llevó también al Centro de Orientación Profesional. Nos detuvimos antes para asistir a un desfile de las tropas marciales. Los muchachos quedaron encantados con los carros, la tecnología y todo lo demás. A mí me cargaba todo aquello: tanto el estrépito como la inutilidad: sólo servía para matar personas. Pero me agradó mucho el Centro de Orientación Profesional. Leí todo lo relacionado con los animales, Y regresé al día siguiente con Detlev, para solicitar fotocopias de toda la información que me interesaba. Detlev también encontró diversos temas de su interés. El era como yo en algunas cosas, tenía muchos deseos de trabajar con animales y también en la onda agrícola. Nos pusimos a realizar planes y estábamos tan entusiasmados que olvidamos que no teníamos dinero para comprar nuestra próxima dosis. Más tarde, cuando estábamos en la estación del Zoo intentando escuchar a un cliente, todo aquello terminó transformándose en algo completamente irreal. Decidí guardar la información del Centro de Orientación Profesional en mi bolso. Porque si las cosas continuaban de esa manera, tampoco obtendría mi licenciatura escolar.
A la mañana del día siguiente compré un ejemplar del ''Playboy'' al tomar el metro para ir a clases. Se la compré a Detlev porque le gustaba mucho esa revista aunque yo también la leía. No sabía muy bien porqué el ''Playboy'' nos interesaba tanto- en honor a la verdad-, hoy me resulta incomprensible. Pero en esa época, ''Playboy'' nos parecía reflejar la imagen de un mundo limpio. De un sexo limpio. De mujeres hermosas, sin problemas. Nada de maricas ni degenerados. Los tipos fumaban pipa, conducían vehículos deportivos, estaban atiborrados de dinero. Y las mujeres se acostaban con ellos porque les provocaba placer. Detlev me dijo una vez que todos esos eran cuentos, estupideces, pero no por eso dejaba de leer ''Playboy''.
Esa mañana leí en el metro una historia que me gustó. No comprendí todo porque estaba totalmente volada- venía de inyectarme temprano en la mañana-, pero me gustó mucho la ambientación. Todo transcurría en alguna parte lejana, donde el cielo era azul y había un sol ardiente. Cuando llegué al pasaje en el que la feliz muchacha esperaba impacientemente que regresara su amado de la oficina…, me llené de lágrimas. Lloré durante todo el resto del trayecto.
En clases, no paraba de soñar. Quería irme lejos, muy lejos con Detlev. Se lo conté esa tarde cuando nos encontramos en la estación del Zoo. Me dijo que tenía un tío y una tía en Canadá. Ellos vivían a las orillas de un inmenso lago, donde la vista podía abarcar sólo bosques rodeados de vegetación. Era muy probable que ellos nos pudieran albergar. Pero dijo que sería conveniente que yo terminara mis estudios antes de partir. El se iría primero, buscaría trabajo- en Canadá ese no era un problema-, y cuando yo llegara iríamos a vivir a una bonita casa en el bosque. Si en ese entonces no la podía comprar, la arrendaría.
Le respondí que yo, efectivamente, tenía la intención de terminar mi secundaria. Por otra parte, me estaba yendo mucho mejor en la escuela. Y a partir de ese momento, ni hablar de dármelas de payaso en clases. Me concentraría en mis deberes y obtendría una libreta con buenas calificaciones escolares.
Detlev se fue con un cliente y yo me quedé allí. De repente, dos tipos que estaban detrás mío me preguntaron: ''Y tú, ¿qué haces aquí? Me percaté de inmediato: eran dos policías vestidos de civil. Como no había sido atrapada aún, no les tuve miedo. Hasta la fecha, siempre me habían dejado en paz. Hacía muchos meses que estaba metida en el cuento de la prostitución con otras chicas de mi edad en la estación del Zoo y los policías patrullaban a diario. Estaban interesados en capturar a unos tipos que llevaban una botella de aguardiente o un cartón de cigarrillos a Berlín Oriental. A esos personajes si que los atrapaban.
Muy canchera les respondí: ''Espero a mi novio''
Uno de los policías de civil: ¿Te dedicas a ''patinar''?
Yo:''¿Pero qué idea es esa.? ¿Acaso tengo el aspecto de una de esas chicas?''
Me preguntaron mi edad:''catorce años''- Después quisieron ver mi carné de identidad. ''¿No se les habrá escapado una de dieciséis?''
El que parecía ser el jefe me ordenó que le entregara mi bolso de plástico. Lo primero que apareció fue mi cuchara. Me preguntó que porqué la llevaba conmigo.
Yo: ''Para comer yogur''.
Pero después encontró la jeringa y lo demás y me llevaron a la Comisaría. No sentí miedo. Sabía bien que no me podían llevar a la cárcel porque era una menor de catorce años. ¡Qué puercos eran esos policías de civil!
Me encerraron en una celda, justo al lado de la oficina del Jefe. Tampoco intenté hacer desaparecer la droga. que llevaba disimulada en el bolsillo de mi jean. Arrojar la droga estaba muy por encima de mis fuerzas. Llegó un agente de policía femenina, me hizo desvestirme completamente, calzón y sostén comprendidos-, y me examinó por todas partes y finalmente descubrió la dosis de heroína en el jean.
Un policía escribía a máquina un detallado informe. Lo colocó después dentro de un grueso archivador. Había quedado fichada como toxicómana.
En el fondo, los policías fueron bastante amables conmigo pero todos machacaban lo mismo:'' ¿Y a ti qué te pasó, pequeñita? Si apenas tienes catorce años. Una chica tan joven y tan bonita y ya estás medio enviciada''.
Tenía que darles el teléfono de la oficina de mi madre. La previnieron
.Mi madre llegó a las cinco y media, al salir de su trabajo. Estaba completamente estresada. Y allí se dedicó a entablar conversaciones con los policías. Se puso a decir esas reiteradas y consabidas frases tales como: ''¡Ah! ¡Estos niños!''…dijo…''ya no sé qué hacer con ella. Intenté su abstinencia pero ella no quiere abandonar el vicio''.Eso fue el colmo. ''No quiere dejar el vicio''. Por supuesto que quería. Ella se puso de frentón del lado de los otros. ¡Mi madre! No había comprendido nada., no de mí ni de la heroína. Por supuesto que quería abandonar la droga. Pero ¿cómo? Deseaba mucho que ella me lo explicara.
Una vez afuera se dedicó a saturarme de preguntas.''¿Dónde andabas vagabundeando?'' En la estación del Zoo. ''No deberías ir a ese sitio. Lo sabes de sobra.'' '' Esperaba a Detlev. ¿Acaso no tengo derecho de hacerlo?'' Ella señaló:'' No deberías ver más a ese perdido, a ese antisocial que no desea trabajar. Y después añadió otra pregunta: ''¿Sales a patinar?''
La insulté como si ella fuese un monstruo.''¿Estás loca?'' Inténtalo de nuevo. Repite la pregunta. ¿Podrías explicarme qué te hizo decir semejante cosa? ¿Acaso me tomas por una puta o qué? ''.
No volvió a insistir. Pero ahora mi libertad parecía comprometida. Y el frío aspecto de mi madre me impresionó. Tuve pavor de que ella me abandonase, ella también, que no quisiera ayudarme más. Pero ¿en que me ayudaba ella con sus sermones? ''No irás más a la estación del Zoo.'' ''Deja de ver a ese perdido de Detlev''.
Me llevó a casa. No tenía droga para la mañana siguiente. Ella vino a despertarme al alba. Me miró con insistencia.''Se nota en tus ojos, mi niña. Totalmente sin expresión. Llenos de angustia y desesperación''. Cuando mamá se fue a la oficina fui a mirarme al espejo del baño. Era la primera vez que me miraba al espejo con una crisis de abstinencia en el cuerpo. Mis ojos eran un par de pupilas negras y sombrías. Efectivamente, sin ninguna expresión. Tenía calor, quería refrescarme la cara. Tenía frío. Me sumergí en un abrasador baño de tina. No me atrevía a salirme porque hacía demasiado frío afuera. Volví a añadir agua caliente en forma permanente.
Tenía que hacer tiempo hasta el mediodía. Por las mañanas, la estación del metro Zoo estaba vacía. Imposible enganchar un cliente o que alguien me soltara una dosis. Nadie tenía mercadería por las mañanas. De todos modos, cada vez resultaba más y más extraño que alguien convidara heroína. Axel y Bernd se hacían un montón de rollos. Decían estar de mal en peor para conseguir mercadería para ellos mismos. Lo mismo Detlev, se había convertido en un gran avaro. En cuanto a los demás, preferían arrojárselas a los caníbales antes que dársela a uno.
La crisis de abstinencia me hacía sufrir cada vez un poco más. Me forcé en salir de la bañera para registrar el departamento. Tenía que encontrar dinero. Aunque fuese poco. La sala estaba cerrada con llave: un cuento que Klaus, el amigo de mamá, que temía que arruinase sus discos. Pero yo había aprendido hace mucho tiempo a trampear la cerradura. No me sirvió de nada. No había ni una moneda en esa ridícula sala. De repente, me acordé que mamá coleccionaba monedas de cinco marcos nuevas, las amontonaba en una lata de cerveza que estaba encima del aparador de la cocina.
La caja pesaba demasiado en mi mano. Temblaba. En parte porque estaba con crisis de abstinencia y quizás porque pensaba robarle a mi madre. Era la primera vez que ocurría, aquello siempre me había aparecido abominable.
Pero yo estaba ahora en la misma situación que la de otros toxicómanos que conocía. Bernd, por ejemplo, había vaciado prácticamente el departamento de sus padres- la televisión, la cafetera eléctrica, el cuchillo eléctrico, en fin. Todo aquello que podía ser vendible. Las liquidó para conseguir dinero para la droga. Hasta la fecha, yo había vendido solamente mis joyas y mis discos.
Las monedas de cinco marcos rodaron de la lata. El cuarto de gramo de heroína había bajado de precio ahora: ahora costaba treinta y cinco marcos, cinco marcos de menos. Hice el cálculo. Necesitaba siete monedas y como cobraba cuarenta marcos por cliente, me iban a sobrar cinco. Todos los días repondría una moneda. En una semana estaría todo el dinero repuesto, y con un poco de suerte, mi madre no lo advertiría. Me enfilé entonces, premunida de mis siete monedas de a cinco, al restaurante de la Universidad Técnica de Berlín. Allí se podría encontrar drogas por las mañanas.
Como mi madre inspeccionaba mis brazos todas las noches, me inyecté en la mano. Siempre en el mismo lugar. Se me formó una costra pero le conté a mi madre que era una herida que no quería cerrar. Sin embargo, terminó por visualizar una marca que estaba recién hecha. Reconocí los hechos: ''Fue un pinchazo aislado. Me hago uno muy de vez en cuando, una vez a las perdidas, eso no me puede dañar.''
Mi madre me largó una verdadera filípica. No me defendí. Por otro lado, me daba lo mismo. De todos modos, ella me trató como si fuese un saco de mierda, no perdió la ocasión para discursear acerca de la moral y las buenas costumbres. Instintivamente había logrado acertar con la técnica adecuada. Porque un drogadicto sabe cómo salir de su embrollo cuando está con la mierda hasta el cuello. Es entonces cuando está dispuesto a cambiar seriamente de situación. Entonces tiene dos alternativas: o se suicida o se beneficia de las escasas oportunidades de salir adelante, de desintoxicarse. Evidentemente, en aquella época yo estaba lejos de comprenderlo.
Mi madre había encontrado otra esperanza para sacarme de la droga. Quería enviarme a pasar un mes de vacaciones, quizás por adelantado, por decirlo de alguna manera, donde mi abuela y mis primos, Iría al campo, en Hesse. Empecé a sentirme dividida por la alegría y la angustia. ¿Cómo iba a soportar la separación de Detlev y la abstinencia? Pero finalmente hice lo que querían que hiciera. No obstante, conseguí permiso para pasar la última noche con Detlev.
Aquella última noche con Detlev me reconfortó un poco. Después que hicimos el amor, le dije a Detlev: ''Nosotros hecho siempre todo juntos. Quiero aprovechar estas cuatro semanas para desintoxicarme definitivamente. Es una ocasión que nunca más se volverá a presentar. Y quisiera que tú hicieras lo mismo. Cuando regrese los dos estaremos ''limpios'' y comenzaremos una nueva vida.
Detlev estuvo de acuerdo. De todos modos -dijo-, el ya había adoptado la misma resolución y quería hablarme de aquello. Sabía ya cómo conseguirse el Valeron. Al día siguiente, o quizás al subsiguiente, dejaría de ''patinar'' y se pondría a buscar trabajo.
A la mañana siguiente, me mandé un súper pinchazo antes de partir hacia mi nueva vida junto con la abuela. Todavía no estaba con crisis de abstinencia cuando llegué, no realmente… Pero me sentía encerrada dentro de un cuerpo extraño cuando estaba en la idílica cocina de la granja. Todo me exasperaba, mi primito que quería saltar sobre mis rodillas, los rústicos baños que había encontrado tan románticos durante mi anterior estadía…
A la mañana del día siguiente estaba en plena crisis de abstinencia. Me deslicé fuera de la casa y me largué a buscar refugio en el bosque. El canto de los pájaros me enervaba, la visión de un conejo me aterrorizaba. Salté sobre el palo de un gallinero para fumar un cigarrillo. No alcancé a terminarlo. Hubiese podido morir en ese instante. Al cabo de un rato, logré arrastrarme hacia la casa, me metí en la cama. Le conté a mi abuela que estaba con gripe. Me escuchó quejarme pero no se inquietó mayormente al verme en ese lamentable estado.
Encima de mi cama había un póster: una mano de esqueleto atravesada por una jeringa. Y debajo, la siguiente frase: ''Miren cómo se termina. Aquello comenzó como una simple curiosidad''.
Mi prima aseguraba que le habían dado ese afiche en la escuela. Yo ignoraba que mi madre había puesto al corriente a mi abuela. Cuando miraba el póster, veía solamente la jeringa, no así la inscripción ni la mano. Me la imaginaba llena de polvo extra. La jeringa se alejaba del papel y avanzaba hacia mi encuentro. Pasaba horas mirando fijamente aquella porquería, ya me tenía media loca…
Mi prima vino a verme en numerosas ocasiones. Aparentaba no reparar en mi estado. Quería que escuchara canciones de moda, ella creía que eso me distraía. Cuando me pongo a reflexionar, me conmuevo al pensar cómo se preocupaba la familia por mí.
Ese primer día de abstinencia fue interminable. Me adormecí finalmente. Soñé con un tipo que había visto en Berlín . A fuerza de drogarse tenía todo su cuerpo en carne viva. Una pudrición humana. Sus pies estaban totalmente ennegrecidos, casi paralizados.
Apenas podía caminar. Apestaba de tal forma que uno no se podía aproximar a menos de dos metros. Cuando le decían que se fuera a atender a un hospital, se sonreía y se diría que era como hablar con una calavera. De hecho, esperaba la muerte. Ese tipo me obsesionaba, tenía su imagen delante de mis ojos todo el tiempo, salvo cuando estaba perturbada por la jeringa o media desvanecida de dolor.Todo recomenzó como la vez anterior: transpiré, olía mal y vomitaba.
Al día siguiente por la mañana no me podía sostener en pié. Me arrastré hacia la cabina telefónica del pueblo y llamé a mi madre. Llorando como una loca le supliqué que me dejara regresar a Berlín.
Mi madre se mostró muy fría. ''¡Ah! ¿Así que aquello ya no te gusta? ¿Pero no dijiste que sólo probabas un poco de droga una vez a las perdidas? Entonces no debía ser tan grave.'' Capitulé. Pero al menos podía hacerme el favor de mandarme somníferos por expreso.
Sabía que podía encontrar un poco de heroína en el pueblo vecino- ya lo había hecho en mi anterior estadía-, pero no tenía la fuerza para ir hasta allí. Además, no conocía a nadie en ese lugar, Fuera del entorno familiar, un adicto está completamente aislado y desamparado.
Mi ''pavo frío'' no duró, afortunadamente, más de cuatro días. Después me sentí completamente vacía, incapaz de apreciar la sensación física de estar liberada del veneno.
Berlín me asqueaba pero en el pueblo tampoco me sentía en casa. Tenía la impresión de que no encontraría jamás un lugar donde me sintiera cómoda.
Para evadirme un poco tenía los somníferos- mi madre me los envió demasiado tarde para la abstinencia- y sidra (la abuela tenía cantidades en su bodega) Me lancé en otra aventura loca- un viaje como los otros. Me engullía cuatro o cinco panecillos al desayuno. A la hora de almuerzo, una buena docena de rebanadas de lomo de chancho con puré de manzanas. En la noche me aperaba con un buen stock de frutas en almíbar: ciruelas, melocotones, fresas. Con crema Chantilly encima.
Con ese régimen alimenticio subí diez kilos. En la familia estaban todos felices de ver cómo mi vientre desbordaba desde la cintura de mis pantalones. Se redondearon mis nalgas. Mis brazos y piernas permanecieron tan obstinadamente delgados como antes. Todo eso me importaba un soberano bledo. Me puse bulímica. Ya no entraba en mis jeans. Mi prima me prestó unos ridículos pantalones a cuadros que yo había dejado en el campo hacía tres años. Eso también me dio lo mismo. Poco a poco me fui integrando a la comunidad infantil del pueblo. Pero todo aquello me parecía bastante irreal: era como un viaje, como una hermosa película, pero la palabra ''final'' era más bien sinónimo de ''hasta pronto''.
Yo jamás hablé de la droga y por otra parte dejé de pensar en aquello. En una de esas, justo después de mi abstinencia le escribí a Detlev para que me mandara heroína. Le puse veinte marcos dentro del sobre. Yo, yo estaba haciendo todo eso después de decirle a Detlev que se desenganchara. La verdad es que no despaché la carta porque pensé que Detlev no me iba a mandar la heroína y se quedaría con el dinero.
Andaba a caballo casi todos los días y junto con mi prima visitamos los antiguos castillos de los alrededores. También fuimos con los otros chicos a divertirnos a la antigua cantera que había pertenecido a mi abuelo .El alcoholismo barrió con la cantera y con su vida. Mi madre debió tener una infancia difícil.
Sólo mi abuela sabía que en alguna parte de esa cantera había una puerta de fierro y que detrás de ésta estaban amontonados todos los papeles de nuestra familia, incluidos los de varias generaciones.
Buscábamos esa puerta casi todas las noches. Los obreros olvidaron en una ocasión retirar la llave del bulldozer, y así fue como se hicieron humo la puerta y los papeles dentro de la cantera…
Mi prima tenía mi edad y comenzamos a llevarnos muy bien entre nosotras. Le hablé de Detlev, tal como una adolescente normal habla de su enamorado. Le confié que me acostaba con Detlev y conté con su total aprobación.
Ella me contó que un muchacho de Düsserldorf venía todos los veranos para acampar en los alrededores. A ella le gustaba bastante pero el quería hacer el amor con ella y ella no había aflojado. ¿Se condujo como una estúpida? Le dije que no, ella tenía toda la razón. Era mejor que se guardara para el verdadero amor. Mi prima y todos sus amigos venían a contarme sus problemas. Pasé a convertirme en Christianne la Consejera. Impartía líneas de conducta y les recalcaba que no había que tomarse las cosas en forma trágica. Los problemas de ellos me parecían muy simplones, pero sabía escucharlos y siempre los aconsejaba. Yo era fantástica cuando se trataba de los problemas de los demás. Sólo que nunca supe resolver los míos.
Una noche recibí un llamado de Detlev. Estaba loca de alegría. Me explicó que estaba llamando de la casa de un cliente, un tipo extraordinariamente generoso, y podíamos conversar durante largo rato. Le conté lo de mi abstinencia y que por poco termino volviéndome loca. ¿Y él? El, el todavía no se había desenganchado, que todo aquello era una buena mierda. Le dije que estaba contenta de volverlo a ver pronto. Como me había prometido escribir, quise saber si lo había hecho. Detlev estaba sin ganas pero prometió volverme a llamar por teléfono cuando regresara a la casa de ese cliente.
Después de esa conversación volví a tener la convicción de que Detlev y yo éramos como una pareja de casados. Estábamos unidos para lo mejor y para lo peor. Después, en la noche acostada en mi cama pasé largos minutos pensando en él. Solamente en él. Y contaba los días que faltaban para volvernos a ver.
La abuela me daba regularmente dinero para el bolsillo. Hice unas economías bárbaras. No sabía muy bien porqué ya que las economías no eran mi fuerte. Pero me di cuenta que había llegado a reunir cuarenta marcos. Estaba muy orgullosa de mí misma y las tenía celosamente guardadas. Porque cuarenta era mi número mágico. Era el precio de una dosis de una heroína. Era la suma que requería de mis clientes.
Entonces me dije:'' ¡Eso no es posible! ¿No estarás guardando el dinero para tu primera dosis?'' Corrí a comprarme una polera de veinte marcos, sólo para librarme del maleficio del número cuarenta. Después de todo, había ido al campo para desengancharme definitivamente de la droga.
Se terminó el mes de las vacaciones. Mi madre llamó por teléfono:'' ¿Deseas quedarte un poco más?'' Impulsivamente respondí que no. Si me hubiera preguntado:'' ¿Deseas quedarte para siempre?'' seguramente habría reflexionado la respuesta…
Desde el comienzo había considerado todo este asunto como un viaje que se inició con horror y había terminado con belleza y dulzura. Pero aquello no podía durar más de un mes, y yo lo sabía muy bien. Ya estaba preparada. Ahora quería regresar junto a Detlev. Nosotros éramos como un matrimonio. El día de la partida, mi abuela y mi prima insistían en que trajera de regreso los pantalones a cuadros que ahora me quedaban justos en mi talla. Me tenía que retorcer para que me cupieran los jeans. Luego las costuras se reventaron y resultaba imposible subir la cremallera. Tanto peor, regresaría entonces a Berlín con la bragueta abierta. Me puse mi largo abrigo negro - era una chaqueta de hombre- y mis botas de tacones altos. Eso fue todo: me había vuelto a colocar mi uniforme de toxicómana.
A la mañana siguiente de mi regreso a Berlín me dirigí a la estación del Zoo. Detlev y Bernd estaban allí. Axel no estaba. Debía estar con un cliente.
Los muchachos me hicieron un recibimiento grandioso. Estaban realmente felices de volver a verme. Sobretodo Detlev, evidentemente. Le pregunté: ''¿Te fue bien con la abstinencia? ¿Encontraste trabajo?'' Rompimos a reír los tres juntos. Y después les pregunté por Axel. Me miraron de un modo extraño. Al cabo de un momento, Detlev murmuró:'' ¿No sabías que Axel está muerto?''
¡Qué golpe! Se me cortó la respiración. Les dije:'' ¡Ah! Esas son bromas. ''Pero yo sabía que era verdad.
Y ahora Axel. Axel, que cada semana me preparaba la cama con sábanas impecablemente limpias en su cuchitril de toxicómano. Axel, a quién le llevaba siempre atún en lata, un cuento absolutamente infantil y quién a su vez me compraba los yogures Dannon. Al único que le podía confiar mis peleas con Detlev . Mi único refugio cuando tenía ganas de llorar. Porque al menos él, jamás había sido agresivo ni hiriente , al menos con los compañeros de la pandilla.
¿Qué había ocurrido?
Detlev me explicó. Lo habían encontrado en un WC público, la aguja la tenía todavía clavada en su brazo. Los dos muchachos recordaban la muerte de Axel como si fuese un suceso acaecido hacía mucho tiempo. Parecían no tener ganas de hablar sobre el tema.
Yo no dejaba de pensar en esas latas de atún en conserva. Me dije que jamás volvería a comprarlas. De pronto pensé en Detlev.¿Dónde dormiría ahora? La madre de Axel vendió el departamento, me informó Detlev, ''Yo estoy viviendo con un cliente''.
Yo:'' ¡Ah, mierda!''. Eso me trastornó tanto como la muerte de Axel. Después pensé para mis adentros que había perdido a Detlev definitivamente.
El prosiguió: ''Es un tipo decente. Todavía joven, tiene unos veinticinco y no anda con rollos. Le hablé de ti. Podrás venir a alojarte conmigo a su casa''.
Detlev quería comprar heroína. Lo acompañé. Nos encontramos con varios compañeros y yo no dejaba de repetir la misma frase:'' Lo que le ocurrió a Axel es espantoso''.
Después fuimos a los baños públicos. Detlev quería inyectarse de inmediato. Fui con él para acompañarlo. Esperé que me ofreciera un poco de droga. Quizás para poder decirle ''No'' y demostrar mi fortaleza… Pero no me convidó. Yo estaba enferma todavía con el cuento de Axel. Me había dado una tremenda envidia ver cómo se inyectaba Detlev. Un pinchazo cortito, no me podía hacer mucho daño y eso me ayudaría a no pensar más en Axel ni que Detlev se alojaba en la casa de un cliente.
''¿Ahora?'' me dijo Detlev. ''Creí que lo habías dejado''. ''Por cierto, viejito. Estoy desenganchada. Tú sabes de sobra lo fácil que es. Tú también lo hiciste ¿verdad?
Mientras yo estaba en el campo… Te aseguro, amigo mío, que después de todas las cosas de las que me he enterado, extrañamente necesito un poco de droga.''
De inmediato se inyectó su dosis. Me dejó una pequeña dosis en la jeringa. Eso era suficiente para evadirme un poco- hacía tanto tiempo que no consumía nada que casi logré olvidarme de Axel.
Recaí mucho más rápido que la primera vez. Mi madre no dudaba de nada. Estaba contenta de verme tan robusta. De hecho, me mantuve durante un tiempo con aquellos inútiles kilos.
Iba a menudo donde Rolf, el famoso cliente de Detlev. Teníamos que aceptarlo de buena gana ya que no teníamos otro sitio donde estar juntos en la misma cama.
Rolf me desagradó desde el primer instante. Estaba agarrado de Detlev y por supuesto, celoso de mí. Se lo veía encantado cuando disputaba con Detlev y siempre se ponía de su parte. Eso me daba una rabia espantosa. Detlev se comportaba con ese Rolf como si éste fuese su amo y señor: lo mandaba a hacer las compras, le pedía que cocinara y que lavase la vajilla. Yo estaba dispuesta a hacer las compras y a cocinar por Detlev.
Le expliqué a Detlev que era imposible continuar de esa manera. Me respondió que no tenía otro sitio donde ir. Rolf era un buen tipo, en general, y de todos modos, menos enervante que el resto de sus clientes.
Detlev hacía lo que quería con Rolf y se lo manifestaba cada vez que podía:''Deberías darte por afortunado que estamos viviendo bajo el mismo techo''. Sólo se acostaba con él cuando necesitaba dinero. Detlev y yo dormíamos en el mismo cuarto que Rolf. Cuando hacíamos el amor, Rolf miraba la tele o bien, simplemente nos daba la espalda. Era un pederasta con todas las de la ley y no soportaba que Detlev se acostase conmigo. Los tres habíamos caído muy bajo.
¿Y si Detlev terminaba siendo maricón? Esa idea me obsesionaba. Una noche creí que aquello ya era una realidad. Como ya no le quedaba ni cobre, se fue a juntar con Rolf. Yo estaba en la otra cama. Detlev apagó la luz, como solía hacerlo en aquellas ocasiones. Encontré que tardaban mucho tiempo, me pareció oír que Detlev suspiraba. Me levanté y encendí una ampolleta. Estaban sobre el cubrecama y parecían estar manoseándose. Eso era un atentado a lo que había convenido con Detlev. El no debía dejarse manosear. Yo estaba furiosa. Quería decirle a Detlev que viniera por mí pero no fui capaz. Les grité: ''Lo deben estar pasando bomba''.
Detlev no respondió. Rolf, loco de rabia, apagó la ampolleta. Detlev pasó toda la noche con Rolf. Con mis lágrimas, humedecí la almohada, pero en silencio. No quería que los otros dos se percataran de mi dolor. Al día siguiente, por la mañana, estaba tan triste, tan amargada, que consideré seriamente la idea de terminar con Detlev. La droga estaba minando día a día nuestro amor.

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