martes, 30 de noviembre de 2010

Yo, Chistiane F. 13 años, drogadicta y prostituta (cap 9/20)

Christiane F
Apenas terminé de lanzar la primera bocanada cuando mi madre irrumpió en el cuarto. Me vociferó:''Tú te drogas·'' Yo:''Mira las cosas que se te ocurren. ¿Qué te hizo pensar eso?''
Se me abalanzó encima y me obligó a estirar los brazos. No me defendí realmente. Mi madre vio la huella de la inyección que recién me había puesto. Estaba fresca, aún. Cogió mi bolso de plástico y lo dio vuelta encima de mi cama. Cayó la jeringa, pegoteada con tabaco y una pila de pedazos de papel de aluminio. La heroína venía envuelta en esos papeles que me servían cuando estaba en crisis de abstención: en los días en que no podía conseguir mercadería los raspaba con la lima para las uñas y con los residuos de polvo me fabricaba un pito.
Mi madre no necesitó mayores pruebas. Por otro lado, comprendió todo cuando entró al baño: además del Kleenex y las manchas de sangre, también reparó en los rastros del hollín- que provenían de la cuchara en que calentaba mis mezclas. Y ella había leído suficientes artículos sobre la heroína en la prensa como para saber que dos más eran cuatro.
No quise seguir negándome. Estaba postrada por el pinchazo que me había puesto
recién. Me puse a llorar, me sentí incapaz de proferir una palabra. Mi madre no dijo nada más pero estaba temblando, Lo ocurrido le provocó un extraño schock. Salió de mi cuarto y escuché que hablaba con su amigo Klaus. Regresó. Tenía un aspecto un poco más calmado y me preguntó: ¿'' No puedes hacer nada en contra de…? ''¿No puedes dejarlo…?''
Le respondí: ''Mamá, eso es lo que más quiero. Sinceramente. Puedes creerme. Realmente quiero salirme de toda esta mierda.''
Ella dijo:'' Bueno, entonces, lo intentaremos juntas. Voy a pedir una licencia para poder compartir contigo todo el proceso de abstinencia. Y comenzaremos a partir de hoy''.
Yo:'' Magnífico. Pero todavía queda otra cosa. Yo no funciono sin Detlev. Lo necesito y el me necesita a mí. También quiere desintoxicarse. Lo hemos conversado a menudo''.
Mi madre quedó estupefacta. ''¿Qué?'' ''¿Detlev también''? Ella siempre lo había considerado un buen chico y estaba muy contenta de que tuviera un amigo tan educado. Yo respondí:'' Naturalmente que Detlev también. ¿Acaso crees que me habría metido en esto completamente sola? Detlev no lo habría permitido. Sin embargo, por ningún motivo querrá que me desintoxique sin él.''
De ponto comencé a sentirme muy bien. La idea de que Detlev y yo nos desintoxicáramos juntos me hacía sentir muy feliz. Por lo demás, era algo que teníamos proyectado desde hacía tiempo. Pero mi madre, por su cuenta, tenía treinta y siete años en el cuerpo y estaba verde. Pensé que de un minuto a otro iba a sufrir una crisis de nervios. El cuento de Detlev le provocó un segundo schock. Pero el golpe de gracia lo sufrió al enterarse que yo llevaba dos años metidos en ese boche y que ella nunca había visto ni presentido nada. Comenzó a tener nuevas sospechas, quería saber cómo conseguía el dinero. Y de inmediato asoció dinero con prostitución infantil. Eso era.
Pero yo no tenía fuerzas para decirle la verdad. Mentí: ''Bueno, hacemos colectas. Siempre me encuentro con personas dispuestas a regalarme un par de marcos. También hago limpieza en departamentos de vez en cuando''.
Mi madre no insistió. Como de costumbre, tenía la apariencia de estar relativamente contenta de escuchar cómo yo apaciguaba sus temores. De todos modos, ella había tenido bastante por ese día y estaba exhausta. Sentí compasión por ella, me daba remordimientos verla en ese estado. Partimos de inmediato en busca de Detlev. No estaba en la estación Zoo. Tampoco adelantamos nada yendo a la casa de Axel y Bernd.
En la noche fuimos a ver a su padre. Los padres de Detlev también eran divorciados. Su padre era funcionario estatal. Hacía mucho tiempo que estaba al corriente de lo de Detlev. Mi madre le reprochó que no la hubiera advertido. El casi se puso a llorar. Era extraordinariamente duro tener un hijo que se drogaba y se prostituía. Señaló estar contento que mi madre hubiera tomado cartas en el asunto repetía sin detenerse:'' Si, habría que hacer algo…''
El padre de Detlev guardaba en una gaveta toda una colección de somníferos y tranquilizantes. Me los dio porque le dije que no teníamos Valeron y practicar una abstinencia sin hacer uso del Valeron era espantosa. Llevé conmigo cuatro o cinco Mandrakes, un tubo de Menetrin y cincuenta Valiums del 10. En el camino de regreso, me tomé un puñado de comprimidos en el metro porque sentía venir la crisis de abstención. Todo funcionó bastante bien y pasé buena noche.
A la mañana del día siguiente, Detlev tocó a la puerta de nuestra casa. Estaba en plena crisis de abstinencia. Creo que fue todo un acierto de su parte venir en ese estado, sin haberse inyectado previamente. El sabía que yo no tenía drogas conmigo. ''Quería estar en las mismas condiciones que tú para comenzar el proceso el de abstinencia'' dijo. ¡Qué formidable era!
Como yo, Detlev quería muy sinceramente, desintoxicarse de una vez por todas. Y estaba bastante contento con la idea de que había llegado el momento. Sólo que nosotros, -y también nuestros padres- ignorábamos que era una locura realizar una desintoxicación a dos personas simultáneamente. Porque siempre llega el momento en el que uno recae y arrastra al otro consigo. Bueno, nosotros lo habíamos escuchado pero igual nos hicimos ilusiones de que resultaría. Estábamos convencidos de no estar hechos de la misma madera que los otros toxicómanos. Y de todas maneras, nos resultaba impensable realizar algo de importancia sin la participación del otro.
Gracias a las cápsulas del padre de Detlev, la mañana transcurrió sin dificultad. Hablamos de cómo sería nuestra vida ''después''- en esos instantes lo veíamos todo color de rosa- y nos prometimos conservarnos bien, muy valientes para el día siguiente y los días venideros. Estábamos felices a pesar del dolor que sentíamos aproximarse.
En la tarde se desencadenaron todos los demonios. Nos engullimos las pastillas a puñados rociadas con copiosos vasos repletos de vino. Pero aquello no sirvió de nada.De pronto, perdí el control de mis piernas. Sentí un peso enorme que las aplastaba. Me acosté en el suelo y extendí las piernas para intentar aflojar y contraer continuamente mis músculos. Pero ya no las dominaba. Entonces apoyé mis piernas contra el armario. Después que se adherían se soltaban de inmediato. Me puse a rodar por el piso pero mis pies permanecían de alguna manera, adheridos al armario.
Estaba empapada de sudor helado que me corría hasta dentro de los ojos. Tenía frío, temblaba y esa porquería de sudor olía asquerosamente. Debía ser aquel veneno que estaba eliminando a través de todo el cuerpo. Tuve la sensación de estar viviendo un verdadero exorcismo.
Para Detlev fue todavía peor. Estaba completamente mareado. Temblaba de frío, se quitó su pulóver. Se sentó en mi lugar favorito en la esquina cerca de la ventana, pero parecía dispuesto a pelear. Sus piernas delgadas como fósforos no cesaban de ir y venir en forma muy agitada, sacudidas por terribles estremecimientos. Eso era más que un temblor, era un terremoto. Sin detenerse se secaba el sudor que le inundaba todo el cuerpo, se replegó en dos, se retorcía aullando de dolor. Tenía calambres en el estómago.
Detlev olía peor que yo. Infestamos todo el cuarto. Recordé que había escuchado decir que la amistad entre toxicómanos no resistía jamás una abstinencia exitosa. Pero yo amaba a Detlev más que nunca a pesar de su fetidez.
Detlev se levantó, se arrastró hasta mi cuarto, se plantó delante del espejo, y dijo:'' Ya no puedo más. No voy a poder resistirlo. De veras que ya no puedo más''. No supe qué responderle. No tenía fuerzas para decirle palabras de aliento. Intenté no pensar como él. Intenté concentrarme en una novela de terror. Después hojeé una revista: estaba tan nerviosa que la rompí.
Tenía la boca y la garganta tremendamente secas porque mi boca estaba llena de saliva. Y por tanto tenía mi boca repleta de saliva. Como no lograba tragarla, tosí. Mientras más esfuerzos hacía por tragarla, más tosía. Tuve un acceso de tos que impedía detenerme. Y de repente, vomité. Y todo cayó encima de la alfombra. Una especie de espuma blanca- mi perro vomitaba así cuando se atiborraba de verduras. Tosía y vomitaba…
Mi madre se mantuvo en la sala cerca de nosotros casi todo el tiempo. Cuando vino a vernos quedó totalmente desconcertada. Se la pasó corriendo al centro comercial para comprar cosas que no podíamos tragar. Finalmente acertó al comprar unos caramelos con extracto de malta y eso si dio resultado. Se calmó mi tos. Mi madre limpió el piso . Era adorable y yo ni siquiera podía decirle ''Gracias''.
Después los comprimidos y el vino entraron simultáneamente en acción. Me tragué cinco Valium del 10, dos Mandrakes, y vacié prácticamente una botella de vino. Como para apalear a un individuo normal por varios días. Mi organismo entonces reaccionó. Eso denotaba mi alto grado de intoxicación. Pero, al menos, eso me calmó. Me estiré sobre mi cama. Habíamos instalado una litera al lado. Detlev vino y se tendió y no nos tocamos. Cada cual estaba absorbido en lo suyo. Yo caí en una especie de vigilia. Dormía, pero sabía que dormía y estaba totalmente consciente de esos espantosos dolores. Me levanté y reflexioné. Habían ocurrido tantas cosas. Tenía la impresión de que alguien, sobretodo mi madre podía leer en mí como en un libro, leer mi porquería de pensamientos. Ver que yo no era más que un montón de mierda. Ver que yo no era más que un montón de mierda asquerosa. Mi cuerpo me causaba horror. Si éste pudiese desligarse de mí, lo haría…
En la noche volví a tomarme unos comprimidos. Un individuo normal se habría muerto. A mí me permitían dormir durante algunas horas. Un sueño me despertó: yo era un perro que siempre fui bien tratado por los seres humanos hasta que me encerraron en una perrera. Allí me torturaron hasta matarme. Detlev movía los brazos en todos los sentidos y me golpeaba involuntariamente. La luz estaba encendida. Al lado de mi cama había una cubeta llena de agua y una esponja de baño. Mi madre las había traído. Sequé mi rostro empapado en sudor.
Detlev parecía dormir profundamente pero todo su cuerpo estaba sobresaltado. Sus piernas pedaleaban y sus brazos giraban como un molino.
Me sentí un poco mejor. Tenía fuerzas para enjugar la frente de Detlev con la esponja del baño. No se dio cuenta de nada. Yo sabía que lo amaría siempre, apasionadamente. Un poco más tarde, en mi semi-sueño estaba nuevamente adormecida- sentí que Detlev me pasaba la mano por los cabellos.
A la mañana del día siguiente estábamos definitivamente mejor. La antigua regla de sobre vivencia que indicaba el segundo día de abstinencia como el más terrible, no fue efectiva para nosotros. Es cierto que se trataba de nuestra primera ''limpieza'' y por lo tanto, la más fácil de realizar. Al mediodía pudimos conversar. Primero, de cosas sin importancia, después de nuestro porvenir. Juramos recíprocamente no volver a ingerir drogas: LSD, heroína ni comprimidos. Queríamos llevar una vida apacible, rodeados de personas tranquilas. Fumaríamos hachís como antes, -para nosotros, aquella época era sinónimo de buenos tiempos- porque aceptaríamos tener sólo amigos fumadores. En cuánto a los alcohólicos, los evitaríamos porque eran muy agresivos.
Detlev buscaría un trabajo. ''Regresaré donde mi antiguo patrón, le diré que me había desaparecido pero que ahora había madurado, que me he convertido en una persona razonable. En el fondo mi patrón fue siempre comprensivo. Reiniciaré mi aprendizaje desde el comienzo''.
Yo, yo por mi parte me convertiría en una alumna aplicada, obtendría mi grado y quizás podría intentar el bachillerato.
Entre medio de todos esos planes mi madre hizo su entrada con una sorpresa genial: había ido a visitar a su médico el que le dio una receta de Valeron para nosotros. Detlev y yo ingerimos veinte gotas de acuerdo a la prescripción médica. El Valeron nos hizo efecto de inmediato. Debíamos cuidar de no abusar de los medicamentos y el frasco debía durar toda la semana. Mi madre nos preparó unos bocadillos- teníamos muchísima hambre .Nos compró helados. Todo lo que deseábamos. Montañas de cosas para leer. Dibujos animados. Antes pensaba que la B.D. era aburrida. Ahora no me bastaba con darle solamente una ojeada. Detlev y yo juntos mirábamos de cerca cada dibujo y los encontrábamos tan divertidos que nos doblábamos de la risa.
El tercer día ya estábamos en forma. Evidentemente, todavía estábamos atiborrados de medicamentos; de Valeron y también de cantidad de Valiums y todo eso rociado con vino.
De vez en cuando nuestro organismo se defendía todavía de la abstinencia, reclamaba su veneno, pero en general, nos sentíamos estupendamente bien. La noche del tercer día hicimos el amor por primera vez después de largo tiempo, porque la heroína inhibe el deseo sexual, y, por primera vez, después de mi depuración, hicimos el amor sin estar volados. Fue fantástico. Hacía mucho tiempo que no nos amábamos de esa manera, tan intensamente. Nos quedamos en cama horas mientras duraba, nos acariciábamos; y, por lo tanto, continuábamos transpirando. En realidad, estábamos capacitados para estar de pie a partir del cuarto día pero pasamos otros tres días acostados amándonos, dejándonos mimar por mi madre y tomado Valium con vino. Pensábamos que después de todo no era tan terrible abstenerse, y que era fabuloso estar liberados de la heroína.
Nos levantamos al séptimo día. Mi madre estaba muy feliz. Nos abrazó. La semana que vivimos juntas transformó mi relación con ella. Sentí que me unía a ella una amistad y también una buena dosis de gratitud. Y por otra parte, estaba loca de felicidad de contar con Detlev. Había reencontrado la paz. Me repetía a mí misma que no existían dos como él. Y si en el caso de los otros toxicómanos la abstinencia había matado el amor, para nosotros fue al contrario. Nos amábamos mucho más ahora. Era maravilloso. Le dijimos a mamá que deseábamos salir a tomar el aire: veníamos de pasar una semana entera encerrados en un cuarto minúsculo. Ella estuvo de acuerdo.''¿Adónde iremos?'' preguntó Detlev. No tuve nada que proponerle. Nos dimos cuenta en ese preciso instante que no teníamos ningún lugar al cual acudir. Todos nuestros amigos eran drogadictos. Y todos los sitios que frecuentábamos o en los que nos sentíamos a nuestras anchas, eran aquellos donde los jóvenes se inyectaban. ¿Y los fumadores de hachís? Hacía tiempo que los habíamos dejado de ver.
De repente comencé a sentirme mal. Se nos había acabado el Valeron. Ese era el motivo por el que nos sentíamos enervados dentro del departamento y decidimos salir. Pero el hecho de no tener donde ir nos enervó mucho más. De pronto me sentí completamente atrapada y vacía. La heroína se había acabado y no teníamos dónde ir.
Nos dirigimos hacia el metro. Automáticamente, sin haberlo decidido nosotros mismos. Sin tomar conciencia de ello, estábamos como suspendidos de un hilo invisible. Y de pronto, nos encontramos en la estación Zoo. Detlev, que estaba silencioso desde que salimos de casa, abrió por fin la boca:'' Al menos, deberíamos ir a desearles los buenos días a Axel y a Bernd. Deben estar pensando que estamos en la cárcel o en el cementerio''.
De repente, me sentí aliviada. ''Por cierto. Debemos contarles lo de nuestra abstinencia. Quizás podamos convencerlos de que ellos también deberían hacerlo''.
Nos dejamos caer de inmediato sobre Axel y Bernd. Tenían cantidades de drogas con ellos. Habían tenido un buen día. Detlev les contó lo nuestro. Encontraron formidable lo que hicimos. Y después que nos felicitaron, nos contaron que habían regresado para inyectarse.
Detlev y yo nos miramos. Nuestras miradas se cruzaron y sonreímos. Un pensamiento cruzó durante un instante por mi mente:''Sería de locos el primer día''. Detlev dijo:'' Tú sabes que uno se puede mandar un pinchazo muy a lo lejos, de vez en cuando. Es sensacional. Piensa que es una única súper oportunidad. No nos provocará dependencia. Debemos ser más cautelosos para no recaer en la dependencia porque no me veo volviendo a pasar de nuevo por ese proceso de abstinencia''.
Yo:'' Por supuesto. Un pinchazo muy de vez en cuando. Es sensacional. Además, ya estamos prevenidos. Sabemos que debemos desconfiar de la dependencia.''Había perdido totalmente la razón. Sólo pensaba en una sola cosa: inyectarme.
Detlev le dijo a Axel: ¿''Nos podrías prestar un poco…? Te lo devolveremos apenas podamos. Prometido''. Axel y Bernd intentaron disuadirnos en forma muy diplomática. Dijeron que ellos también se ''limpiarían'' dentro de una semana. Justo el plazo para aprovisionarse de Valeron. Aquello de regresar a sus trabajos habituales les había parecido excelente, así como pincharse muy de vez en cuando. Dos horas después de abandonar el departamento de mi madre, Detlev y yo estábamos de nuevo drogados y nos sentíamos de maravillas.
Nos paseamos del brazo por la Kurfurstendamm. Era formidable la sensación de andar volados y poder pasearse tranquilamente así, sin tener prisa, sin tener que aprovisionarse de droga para la mañana siguiente. Detlev me dijo lleno de alegría:'' Mañana por la mañana haremos un poco de gimnasia para proseguir el día sin una gota de heroína''.
Nos creíamos de fierro. Nuestra primera ilusión había sido imaginar que durante la semana que habíamos pasado en casa de mi madre, sufriendo y vomitando, habíamos llevado a cabo una verdadera desintoxicación. Por cierto, nuestros cuerpos habían expulsado el veneno. Al menos, la heroína, Pero nos atiborramos de Valeron, Valiums, etc. Y tampoco nos preguntamos qué hacer después de la desintoxicación física. Mi madre también había pecado de ingenua. Ella esperaba, de buena fe, que nos habíamos librado definitivamente de todo el asunto. Y por otra parte, ¿Cómo podía saber ella que nada nos pasaría después de la abstinencia?
En realidad, nosotros debimos saberlo. Teníamos suficientes ejemplos. Pero no queríamos enfrentarnos con la realidad. Y además, nosotros sólo éramos unos niños y unos niños muy ingenuos. Con mucha experiencia pero que nos servía para nada bueno.
Nos inyectamos recién un mes después. Logramos hacer lo que nos habíamos prometido: nada de prostituirse, sólo un pinchazo cuando teníamos dinero o cuando alguien nos regalaba una dosis de heroína. Sólo que cada día estábamos más ansiosos por encontrar medios para obtener dinero. O que alguien nos convidara un poco de heroína. Por supuesto, eso nunca lo reconocimos abiertamente.
De todos modos, fue un período espectacular. Dejé de ir a clases- mi madre quiso que esas primeras semanas sin heroína me resultaran particularmente agradables. Además, permitió que Detlev continuase viviendo en nuestra casa. Detlev me reveló nuevos aspectos de su personalidad y yo lo amaba cada vez más. Parecía despreocupado, alegre, desbordante de creatividad. Ëramos como una yunta, siempre de buen humor y llenos de vivacidad. Al menos, eso parecíamos reflejar.
Hicimos largos paseos por el bosque. Llevábamos a mis gatos y les permitíamos treparse arriba de los árboles. Hacíamos el amor casi todas las noches .Todo era maravillosamente ideal. Llegamos a pasar tres días sin inyectarnos. Cuando nos conseguíamos heroína evitábamos ir a la asquerosa estación del Zoo. Nuestro lugar favorito era la Kurfurstendamm: nos paseábamos en el lugar en el que se reunía la burguesía. En el fono, queríamos ser como ellos- sólo que un poquitín diferentes. En todo caso, ellos se querían mostrar y mostrarle al mundo entero que aunque se volaban, no eran toxicómanos.
Ibamos completamente drogados a unas discotecas muy formales. Mirábamos a los otros- a los jóvenes y a los burgueses refinados y bien nacidos- y podría decirse que eran casi como nosotros y de seguro no eran drogadictos.
En ocasiones pasábamos todo el día en casa, conversando de todo un poco, mirando por la ventana, intentando arrancar las hojas enclenques de los árboles que brotaban delante de nuestra casa. Yo me inclinaba por la ventana y Detlev me sujetaba por las piernas y efectivamente, logré atrapar varias hojas. Nos besuqueábamos, leíamos, y las tres cuartas partes del tiempo nos comportábamos como dos felices tórtolos. Jamás hablábamos en serio acerca de nuestro futuro.
A veces, en contadas ocasiones, yo me sentía bastante mal. Cuando tenía algún problema. Por ejemplo: cuando Detlev y yo reñíamos por una idiotez. No me desahogaba, rumiaba para mis adentros y tenía miedo de perder el control de mí misma por una tontería cualquiera. En aquellos momentos ansiaba inyectarme para borrar el problema de un solo viaje.
Pero se presentó un problema real. Klaus, la pareja de mi madre, armó todo un lío a causa de Detlev. Dijo que el departamento era demasiado pequeño para albergar a un extraño. Mi madre no se atrevió a rebatirlo. Y yo, una vez más, me sentí totalmente desarmada.
No hacía mucho tiempo que Klaus me había ordenado separarme de mi perro. De la mañana a la noche, todo empezó a marchar muy mal. Fue el final de aquella época paradisíaca. Tenía que regresar a la escuela y Detlev no pudo regresar a dormir en casa.
No me di cuenta que había perdido tres semanas de clases. De todos modos, hacía mucho tiempo que había perdido el hilo en clases. Pero se me presentó un nuevo problema: el tabaco. Cuando no estaba drogada me fumaba entre cuatro y cinco paquetes de cigarrillos diarios. Uno después del otro. Y a partir de la primera hora de clases, sentía una gran ansiedad y me iba al WC. No paraba de fumar en toda la mañana y vomitaba en el canasto para los papeles. Esa era mi rutina: fumar y vomitar. Apenas metía los pies en la sala de clases.
Al cabo de tres semanas no vi a Detlev por primera vez durante el horario diurno. Decidí ir a la estación del Zoo a la salida del colegio. Mi Detlev estaba allí. Esperaba por un cliente.
Aquello me fastidió. Reencontrarlo en ese asqueroso sitio esperando por un asqueroso marica. Pero me explicó que no tenía un cobre. De todos modos, no sabía hacer nada mejor. Regresó a la casa junto con Axel y Bernd, iba todos los días a la estación del Zoo y regresaba a casa para inyectarse. Si yo deseaba verlo debía regresar a la estación del Zoo. No contaba con nadie más que con él. No podía vivir sin él. Regresé entonces casi a diario, a la estación del Zoo.
La idea de volver a ser dependiente de la heroína me horrorizaba. Pero cuando Detlev andaba volado y yo no, la corriente que nos unía, desaparecía y nos sentíamos como dos extraños. Por eso cuando Detlev me volvió a pasar droga, la cogí. Jeringa en mano, nos prometimos nunca más volver s ser dependientes físicamente de esa droga. Estábamos convencidos que después del verano seríamos perfectamente capaces de terminar con el asunto de la noche a la mañana, a pesar de que ya habíamos comenzado a inquietarnos por conseguir la droga de la mañana siguiente.
Toda la mierda había recomenzado, desde la A hasta la Z. Sólo que no estábamos conscientes de que si llegábamos a estar tan reventados como ya lo estábamos en ese momento no seríamos capaces de manejar nuestra adicción.
Después de algún tiempo, Detlev comenzó a trabajar para nosotros dos. Eso no duró mucho tiempo y yo tuve que regresar a la calle. Pero, al comienzo, tuve una tremenda suerte ya que sólo trabajé para clientes conocidos y eso me pareció menos desagradable.
Desde que me vi obligada a regresar a la prostitución, Detlev me llevaba a casa de Jurgen. Un hombre muy conocido en el ambiente empresarial de Berlín. Gozaba de prestigio y almorzaba con los diputados. Pasaba los treinta pero se conservaba joven. Utilizaba el mismo vocabulario de los jóvenes y comprendía sus problemas. No vivía como los demás ''cuadrados''.
La primera vez que fui a la casa de Jurgen vi. a una docena de jóvenes alrededor de una mesa de madera, iluminada por velas colocadas en candelabros de plata y decorada con botellas de vino de las mejores marcas. La conversación era general y muy moderada. Observé que los tipos y las niñitas que estaban sentados alredededor de la mesa eran de clase alta. Jurgen parecía ser el líder y me dije a mi misma que debía tener hábitos bastante excéntricos. En primer lugar, me impresionó ver ese suntuoso departamento donde cada cosa debía costar una fortuna. Luego encontré fantástico que con todo eso, el tipo fuera así tan relajado, tan humano.
Fuimos recibidos en calidad de amigos a pesar de que éramos los únicos toxicómanos… Conversamos un rato y luego una pareja preguntó si podían ir a darse una ducha. Jurgen respondió: ''Por supuesto. Las duchas están para eso''.
Las duchas estaban justo a un costado del living. Ellos partieron. Algunos chicos y chicas los siguieron. Y luego regresaron completamente desnudos pidiendo toallas. Yo me decía:'' Qué grupo estupendo. Todo el mundo se siente a sus anchas aquí'' Y también Detlev y yo podríamos tener un departamento como ese en el futuro, e invitaríamos a nuestros amigos con ''clase''. De repente, varios de ellos empezaron a pasearse completamente desnudos o iban cubiertos por una toalla. Y comenzaron a besarse . Una pareja partió al dormitorio principal donde había una cama inmensa. Un ancho pasillo ubicado entre la sala y le dormitorio permitía ver todo lo que allí ocurría. La pareja hacía el amor y los otros se le unieron en esa inmensa cama. Los tipos besaban a las niñas, los tipos se besaban entre ellos, Algunos lo hacían sobre la mesa.
Entonces comprendí: era una partuzza. Querían que nosotros participáramos. Pero a mí todo eso no me decía nada, no quería que llegara cualquiera y me besara. No me disgustaron. Me gustó verlos cómo disfrutaban de esa manera. Pero por eso era que a mí me gustaba estar a solas con Detlev.
Detlev y yo nos fuimos a un cuarto. Nos acariciamos y terminamos por desvestirnos. De pronto, allí estaba Jurgen mirándonos. Eso no me molestó. Menos después de lo que había visto en ese departamento… Después de todo el era el que nos pagaba. Lo único que deseaba era que no nos tocara.
El se conformaba con vernos y se masturbaba mientras yo hacía el amor con Detlev. Un poco después nos dimos cuenta que nos había pillado la máquina: yo tenía que regresar a casa. Jurgen deslizó discretamente un billete de cien marcos en la mano de Detlev.
Jurgen se convirtió en nuestro cliente habitual. El era bisexual. La mayor parte del tiempo que íbamos juntos, el estaba conmigo un rato y luego continuaba con Detlev. Nos daba siempre cien marcos. A veces, uno de nosotros iba solo. Por sesenta marcos. Por supuesto, Jurgen era un degenerado y su caso era tan penoso como el de otros como él. Pero fue el único cliente por el que sentí algo parecido a la amistad. En todo caso, lo respetaba. Me gustaba conversar con él porque tenía buenas ideas y sabía analizar bien las cosas. Sabía cómo desenvolverse, encajaba bien en la sociedad.
Yo admiraba, en especial, su modo de administrar el dinero. Quizás eso era lo que más me interesaba de él, oírle relatar cómo había hecho su fortuna y como la multiplicaba casi automáticamente. Al mismo tiempo, era una persona extremadamente generosa. A los otros, no les pagaba directamente por participar en las partuzzas, sin embargo un día vi que le daba a un tipo varios miles de marcos para que se comprara un auto. Jurgen hizo un cheque y le dijo:'' Aquí tienes tu Mini-Cooper''. Era el último cliente al que yo podía llegar a su casa sin pedirle nada ni que el me pidiera nada tampoco. Pasaba a veces las noches en su casa para ver la televisión. En esas ocasiones, el mundo no me parecía tan ruin.
Detlev y yo regresamos al mundo de los toxicómanos. Dejamos de frecuentar los centros nocturnos para adolescentes normales. Nos habían dejado de interesar. Cuando no estaba en la estación del Zoo intentaba ir a la Kürfurstendamm. Sobre el andén había un centenar de vendedores de droga. También había degenerados que sólo estaban interesados en los toxicómanos. Pero por sobre todo, era un lugar de encuentro.
Me paseaba por todos los grupos y conversaba con todo el mundo. A veces me paseaba entre medio de otros toxicómanos y al compararme con ellos me encontraba fantástica. Deambulaba en el andén de esa estación como si fuese una estrella rodeada de puros tipos sensacionales. Veía aquellas bolsas plásticas de las grandes tiendas que contenían el mismo envase pero los nuestros eran cautelados con gran resguardo porque nuestros contenidos eran muy diferentes al de ellos. Pero yo me decía: ''Nosotros los toxicómanos somos superiores a los demás. Entre nosotros la vida es dura, uno se puede morir de la mañana a la noche y sin embargo no vamos a terminar como un montón de huesos viejos. Porque es la vida que elegimos vivir. Por mi lado, me siento satisfecha''. En esos instantes pensaba en todo el dinero que ganaba. Necesitaba cien marcos al día sólo para mi dosis. Con mi trabajaba lograba ganar la suma de cuatro mil marcos al mes y me las ingeniaba para procurarme esa suma. Cuatro mil francos líquidos equivalía a la suma que ganaba el Director de una gran empresa. Y yo ganaba esa cantidad a los catorce años.
Yo practicaba la prostitución, es cierto. Pero cuando estaba drogada no me parecía tan espantoso. Y en el fondo, yo engañaba a los clientes. Al fin de cuentas, ellos estaban lejos de obtener lo que pagaban por su dinero. Yo era la que imponía las condiciones. Mis servicios eran limitados.
Había ''vedettes'' que me superaban. De acuerdo a lo que contaban ellas podían ganar una suma equivalente a cuatro gramos de heroína diaria. Eso significa ganancias entre quinientos y ochocientos marcos al día. Casi siempre lograban reunir esa cantidad. Ganaban más que el presidente de una empresa sin ser prendidas por la policía. Frecuentaba a esas ''vedettes'': las veía a menudo en la Kurfurstendamm y conversábamos de igual a igual.
Aquellos eran mis pensamientos y mi modo de pensar en aquellos meses de Febrero y Marzo de 1977. Al menos, cuando andaba volada. En líneas generales, no me iba muy bien pero tampoco estaba mal. Todavía era capaz de entretenerme soñando con un montón de ilusiones. Había retomado mi rol de toxicómana y me sentía sensacional. No sentía temor de nada.
Antes, yo vivía atemorizada por todo. De mi padre, después del amigo de mi madre, de toda esa porquería de colegio y de los profes, de los guardias de los edificios, los policías que controlaban el tráfico vehicular y de los guardias del metro. Me sentía invulnerable. Lo mismo me ocurría con los policías vestidos de civil que merodeaban algunas veces, en los ándenes del metro. Solían dejarme helada pero hasta la fecha me había logrado librar de todas las redadas.
En esa época comencé a juntarme con unos adictos que daban la impresión de haber tenido una actitud muy valiente ante la drogadicción. Por ejemplo, Atze y Lufo. Atze había sido mi primer novio, el primer muchacho del que estuve enamorada antes de conocer a Detlev. Lufo, al igual que Atze y Detlev era antiguos miembros de la pandilla de fumadores de hachís .De la época de la ''Sound'', en el año 1976. Habían comenzado a inyectarse un poco antes de mí. Ahora vivían en un departamento impeca, tenían mucama, una sala y una cama de dos plazas. Lufo, por su padre, tenía un trabajo de verdad: era obrero en un taller de cosméticos. Ellos me aseguraron que nunca habían sido dependientes de la heroína, que habían pasado sin drogarse por períodos de uno o dos meses. Yo les creí a pesar de que cada vez que nos encontrábamos ellos estaban absolutamente volados…
Decidí adoptar como modelo a Atze y Lufo. No quería regresar al estado en el que estaba sumida antes de la abstinencia: completamente destruida. E imaginé que al imitar a Atze y Lufo, Detlev y yo podríamos tener algún día un bello departamento, con una gran cama, una sala y una mucama.
Además, esos tipos no eran tan agresivos como los otros toxicómanos. Y Atze tenía una novia, Simona, que era fantástica y no se inyectaba. Ellos se llevaban súper bien y yo consideraba aquello como algo maravilloso. Me gustaba ir a la casa de ellos, cuando me peleaba con Detlev y dormía allí, tendida en el sofá.
Una noche llegué a mi casa de bastante buen humor y me tocó encontrarme con mi madre en la sala. Sin decir palabra, me pasó un diario. Lo comprendí de inmediato. Siempre hacía lo mismo cuando aparecía una muerte por sobredosis. Esas cosas me enervaban, no quería leer esas payasadas.

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