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Christiane F |
Al cuarto día me sentía bastante mejor y decidí levantarme. Todavía me quedaban veinte marcos en el bolsillo del jean. Me quemaban las manos: veinte marcos era la mitad de cuarenta y si conseguía otros veinte, me podía solventar un pinchazo-, el último antes de ingresar a Narconon.
Lo conversé con mi gato. Le expliqué que lo dejaría solo por un par de horas, que aquello no era nada terrible. Lo hice tragar, siempre con mi jeringa, un poco de azúcar de uva y una infusión de camomila. (no soportaba otros alimentos) y le aseguré:''Quédate tranquilo. No vas a morir''.
Tuve ganas de irrumpir por la Kudamm para luego pasearme por allí. Sabía muy bien que una vez que estuviera en Narconon no iba a tener libertad para salir como a mi me gustaba, ni menos aún sola. Y quería inyectarme la última dosis porque la Kudamm sin heroína era muy aburrida... Tenía, por tanto, que resolver el problema de los veinte marcos. Un cliente. Pero no quería ir a la estación del Zoo. Tampoco me veía diciéndole a Detlev: ''¿Sabes que fue fantástico con la abstinencia? Fue increíblemente agradable. Vine en busca de un cliente porque necesito veinte marcos para inyectarme.'' Detlev no lo comprendería. Seguramente se mofaría de mí y me respondería:'' Y bien, veo que sigues siendo una drogadicta''.
La idea se me ocurrió en el metro: la solución estaba en un automovilista. Pensé que por veinte marcos lo encontraría con facilidad. Stella y Babsi lo hacían a menudo pero yo sentía horror de sólo pensarlo. Al fin de cuentas, uno no debía mirar al conductor: el asunto era subirse al auto de cualquiera.
Lo peor que a uno podía ocurrirle era caer manos de un proxeneta. Fingían ser clientes. Y una vez dentro del auto, no había salvación... No era porque querían emplear a los toxicómanos, eso no les interesaba. Desembolsaban mucho dinero en la droga. Les gustaba engancharlos en la Kurfurstrentrasse para que el pobre inocente que caía en la trampa trabajara gratis para quedar en libertad.
Babsi se había subido en una ocasión en el vehículo de un cabrón. La secuestró durante tres días. La torturó y luego la obligó a realizar numerosas porquerías con una montonera de hombres, maricas, con borrachos, con cualquiera. Y durante todos esos días, Babsi estaba sufriendo una crisis de abstinencia. Vivió un verdadero infierno durante aquellos días. Cuando regresó a la Kurfurstentrasse era la misma. Siempre fue la reina de ese lugar, con su cara de ángel y su figura plana, sin senos y sin nalgas.
Las putas profesionales eran tan peligrosas como los cabrones. La calle Postdamer, el cuartel general de la putas de la peor calaña, no estaba más allá donde estaban las chicas que practicaban la prostitución infantil en la Kurfurstentrasse. De vez en cuando realizaban una verdadera cacería de toxicómanos. Si atrapaban a uno de ellos, se les arrojaban encima, los arañaban y le transfiguraban el rostro.
Me bajé en la estación Kurfurstentrasse. Estaba muerta de miedo. Pensaba en las advertencias de Babsi y Stella. Debía evitar a los tipos jóvenes con autos deportivos y a los que andaban vestidos con ambos: podían ser cabrones. Los viejos con traje y corbata y medio torpes eran bastante pasables, sobretodo si andaban con sombrero. Sin embargo, los mejores eran esos infelices que llevaban un asiento para niños en la parte trasera: eran valientes padres de familia, sólo andaban tirando una cana al aire y estaban más asustados que nosotras.
Tomé la calle en dirección a la ''Sound'', no por el lado de la acera sino por donde había una hilera de casas. No quería dar la impresión de andar cazando un cliente. Sin embargo, un tipo me hizo una seña casi de inmediato. Lo encontré extraño, con un aspecto agresivo. Quizás porque tenía barba. Lo mandé de paseo y continué mi camino.
No había otra chica a la vista. Porque todavía no era mediodía. Babsi y Stella me habían dicho que aquellos tipos se volvían locos cuando se las habían arreglado para coger media hora libre y no encontraban una chica. A veces, en la Kurfurstentrasse había más clientes que chicas. Se detuvieron mucho otros autos. Yo aparentaba no verlos.
Me puse a contemplar la vitrina de una tienda de muebles. Me puse a soñar de nuevo. Pero me dije:'' Christianne, hija mía, domínate. Tienes que hallar pronto esos veinte marcos. Concéntrate.'' En aquella ocasión tenía que estar muy concentrada para poder liberarme definitivamente después.
Un Commodore blanco se detuvo. No tenía asiento para niños en el asiento trasero pero el tipo tenía un aspecto decente. Me subí sin pensarlo mucho.Acordamos una tarifa de treinta y cinco marcos.
Nos fuimos a la Plaza Askanischen donde antiguamente hubo una estación. El asunto funcionó muy rápido. El tipo eran gentil, hasta me olvidé que era un cliente. Me dijo que le agradaría mucho volver a verme pero que dentro de tres días partía a Noruega de vacaciones con su esposa y sus dos niños.
Le pregunté si le importaba dejarme en la Universidad Técnica- era allí donde se compraba la mercadería por las mañanas. Aceptó de inmediato.
Hacía buen tiempo, era el 18 de mayo de 1977. Recuerdo la fecha porque me faltaban dos días para cumplir los quince años. Caminé, conversé largo rato con dos o tres muchachos, acaricié un perro. ¡Qué felicidad! Aquella sensación era formidable. No estaba presionada, podía inyectarme en el momento que quisiera. Ya no estaba condicionada por la heroína…
Al cabo de un rato, pasó un tipo que me preguntó si quería comprar droga. Le dije que si, le compré cuarenta marcos. Bajé a inyectarme en el baño para damas de la Plaza Ernst Reuter. Era bastante limpio. No vertí más de la mitad de la dosis en la cuchara porque después de la abstinencia tenía que actuar con moderación. Me di un pinchazo con cierta solemnidad. Me dije que sería el último.
Desperté dos horas después con mi trasero en el tazón del WC y la aguja en el brazo. Mis cosas estaban tiradas en el suelo. Pero de inmediato me sentí relativamente segura. En el fondo, yo había podido ser capaz de elegir el momento adecuado para desengancharme. Estaba todavía justo a tiempo. Mi paseo por la Kudamm se arruinó. Comí en un restaurante por dos marcos y medio: puré de manzanas y puerros.Vomité todo algunos momentos después. Me arrastré a la estación del Zoo para despedirme de Detlev pero no lo encontré. Tenía que regresar a casa, mi gato me necesitaba.
El pobre gato no se había movido, permanecía sobre mi almohada. Limpié mi jeringa, le volvía a dar una infusión de camomila y azúcar de uva, No era así como me había imaginado el último día de una toxicómana ¿Y si me tomaba otro día?
Sentí la llegada de mi madre. Me preguntó que dónde había pasado la tarde. ''En la Kundamm''.No le agradó mi respuesta. ''Dijiste que pasarías por las informaciones de Narconon''
Enceguecida de rabia me puse a aullar:'' Déjame en paz. No tuve tiempo. ¿Me entendiste?''. Ella gritó a su vez: ''Arregla tus cosas y te largas de inmediato a Narconon. Y te quedas allí!''
Yo terminaba de prepararme una chuleta con puré. Llevé mi plato al baño, me encerré y comí. Así fue la última noche que pasé en la casa de mi madre. Grité porque me fastidió saber que mi madre se había enterado que me había vuelto a inyectar.
Ordené algunas cosas dentro de un gran cesto de mimbre. Escondí la jeringa, la cuchara y el resto de la droga en mi calzón. Nos fuimos a Narconon en taxi. No me hizo ninguna pregunta. Antes de admitirme quisieron enterarse de nuestra situación económica: mil quinientos marcos por adelantado. Naturalmente, mi madre no contaba con esa suma. Prometió reunirlos a la mañana del día siguiente. Solicitaría un préstamo bancario. Ellos estuvieron de acuerdo, naturalmente. Mamá les suplicó que me cuidaran. Respondieron afirmativamente.
Pedí autorización para ir al baño. Me la dieron. En aquel entonces no registraban. No devolvían, - como en otras partes-, los utensilios que uno llevaba para drogarse. Me mandé un pinchazo de inmediato. Cuando regresé, se dieron cuenta que estaba volada pero no hicieron ninguna observación. Les entregué la jeringa y lo demás. El tipo pareció sorprendido y me felicitó.
Me llevaron a la Cámara del Pavo Frío. Había otros tres. Uno de ellos se había mandado a cambiar esa mañana. Una estupenda publicidad para Narconon.
Me dieron un libro sobre la doctrina de la Iglesia Cientológica.
¡Sorprendente me resultó esta secta! Las historias podrían resultar creíbles o inverosímiles pero yo necesitaba creer en algo.
Al cabo de dos días me permitieron salir de la Cámara del Pavo Frío. Debía compartir mi cuarto con un tal Christa. Una tipa enferma de chiflada. La mantenían privada de terapia porque se había mofado de las terapias y de los terapeutas. Ella registraba el zócalo de nuestra habitación porque decía que podíamos hallar droga escondida en algún sitio. Me llevó al desván. ''Con sólo instalar unos cojines podríamos organizar una de esos bailes modernos, con hachís y todo lo demás''. Esa mujer me deprimía. Yo fui a Narconon con el objeto de desintoxicarme, de liberarme de la droga y ella no dejaba de hablar acerca del tema de la droga. Para colmo, consideraba pésima a la institución que nos albergaba.
Al segundo día, un llamado telefónico de mi madre. Me anunció que mi gato se había muerto. Después me deseó felicidades por mi cumpleaños. Todo aquello que estaba sucediendo estaba descomponiendo su sistema nervioso…Pasé el resto de la mañana llorando en mi cuarto.
Cuando los tipos se dieron cuenta, decidieron que necesitaba una sesión. Me encerraron en un cuarto con un fulano que había sido toxicómano: me bombardeó de órdenes descabelladas. Estaba obligada a realizarlas.
Me dijo:'' ¿Ves este muro? Aproxímate a él. Tócalo.'' E insistía con lo mismo. Durante horas. Yo tanteaba los cuatro muros de la habitación. En un momento dado, estuve a punto de reventar. ''¡Qué estúpido me está resultando todo esto! ¿Está usted chiflado o qué? Déjeme en paz. ¡Ya tengo suficiente!''. Sin dejar de sonreír me sugería continuar. Después me hizo tocar diferentes objetos. Hasta el momento en que caí al suelo completamente extenuada y me arrojé al suelo llorando.
El sonrió. Y cuando vio que me había comenzado a calmar proseguimos con lo mismo. Estaba embotada. Toqué el muro antes de recibir la orden. El único pensamiento que asomaba a mi mente era:'' Sería bueno que este cuento se acabe''.
Al cabo de cinco horas de penuria me dijo:''Okay, es suficiente por el día de hoy.'' Me sentí extrañamente bien. Me llevó a otro cuarto donde había un extraño aparato, de fabricación artesanal: una especie de péndulo suspendido entre dos hojas de hojalata.
El tipo me ordenó que pusiera mi mano encima del aparato y me preguntó:'' ¿Te sientes bien?''
''Si. Ahora tengo conciencia real de todo lo que me rodea''.
El tipo dirigió la vista hacia el péndulo.'' No se movió de su sitio. Por lo tanto, no has mentido. La sesión fue positiva''.
El extraño aparato era un detector de mentiras. Uno de los objetos de culto de aquella secta. En todo caso, me sentí contenta de que el péndulo no se hubiera movido. Para mí era la prueba palpable de que me sentía realmente bien. Yo estaba dispuesto a creer cualquier cosa con tal de liberarme de la heroína.
Ellos hacían toda clase de asuntos sorprendentes. Por ejemplo, esa misma noche, Christa estaba con mucha fiebre: la hicieron tocar una botella y decir si estaba más fría o más caliente. Al cabo de una hora, la fiebre declinó.
Todo aquella me tenía tan consternada a tal punto que a la mañana siguiente me precipité a la oficina para solicitar una nueva sesión. Durante una semana me dediqué a fondo con todo el tema de la secta. Tenía muchísima fe en la terapia. Había un programa sin descanso que incluía: sesiones, después se realizaba el aseo, para terminar como ayudante de la cocina. Eso nos hacía concluir nuestra faena como a las diez de la noche. No teníamos un minuto para pensar.
Lo único que me enervaba era la comida. Yo no era exigente en materias culinarias pero no podía engullir la comida que nos servían allí. Además, cobraban honorarios que justificaban una comida de mejor calidad. Después de todo, ellos no incurrían en gastos mayores. Las asistentes eran en su mayoría antiguos toxicómanos a los que se les señalaba que el trabajo que realizaban era parte de su terapia. Lo único que recibían era dinero para el bolsillo. Los directivos de Narconon comían aparte. Un día los cuando almorzaban pude observar que se estaban pegando una feroz comilona.
Un domingo, finalmente, tuve la oportunidad de reflexionar. Primero pensé en Detlev. Eso me puso triste. Luego me formulé algunas preguntas: ¿Qué haría después de la terapia? Aquellas sesiones ¿me estaban ayudando realmente? Tenía muchas preguntas y ninguna respuesta. Tenía muchos deseos de hablar con alguien pero en Narconon estaba prohibido trabar amistad. Era uno de los principios básicos de la casa. Si uno intentaba discutir sus problemas con los asistentes de Narconon, la mandaban en el acto a participar en una sesión. Después de ingresar a ese presidio me di cuenta de que nunca pude mantener una verdadera conversación.
El lunes me anoté en la oficina y les escupí todo lo que pensaba de un solo viaje. En primer lugar, la comida. Después, que alguien me había robado mis cuadros. La imposibilidad de entrar en el lavadero porque la encargada andaba aperándose de droga en la ciudad. Por otra parte, ella no era la única que hacía esa gracia. Ese tipo de actitudes me rebelaban. Y finalmente, el encarnizado ritmo de las sesiones y el trabajo doméstico. Me habían esquilmado, ya ni siquiera disfrutaba de una sana ración de sueño.''OK'' les dije ''sus terapias son muy buenas pero no le aportan ninguna solución a mis problemas. Todo esto, en el fondo, es un amaestramiento. Ustedes intentan enderezarnos. Pero yo necesito contar con alguien que escuche mis problemas. Necesito tiempo para ir solucionando poco a poco todos mis problemas.''
Me escucharon sin decir una palabra y conservaron esa eterna sonrisa. Después de eso tuve derecho a una sesión adicional. Duró todo el día, hasta las diez de la noche. Salí nuevamente en estado total de apatía. Después de todo, quizás ellos sabían lo que hacían. Mi madre me contó en el transcurso de una visita, que la Seguridad Social le había reembolsado el dinero de mi estadía en Narconon. Si el Estado estaba subvencionando aquella institución, eso quería decir que cumplía con todas las de la ley, al menos, con casi todas…
Los otros internos de Narconon tenían mayores problemas que los míos. Gaby, por ejemplo, se enamoró de un asistente y se quería acostar con él a como diera lugar. Partió como una imbécil a contárselo a un directivo. El resultado fue una sesión adicional. Por cierto, ellos ya se habían besado y era de conocimiento público. Sin embargo, la ridiculizaron delante de todo el mundo y Gaby se fue para siempre esa misma noche. El tipo, un asistente, que decía estar ''limpio'' desde hacía varios años se mandó a cambiar algunos días después. Volvió a la toxicomanía y se drogaba hasta reventar.
En realidad, a los directivos de Narconon no les inquietaba demasiado el cuento de los besos. Lo importante para ellos era impedir que se fomentaran lazos de unión entre los internos.
Pero ese tipo trabajaba con ellos hacía más de un año. ¿Cómo podía soportar durante tanto tiempo el estar en ese aislamiento?
Tarde por la noche teníamos algunos momentos de esparcimiento. Yo los compartía siempre con los internos más jóvenes. Éramos tres y aunque yo era la menor de todos, los otros todavía no cumplían los diecisiete. Pertenecíamos a la nueva oleada de drogadictos y nos caracterizábamos por haber empezado a ingerir drogas fuertes desde que éramos apenas unos niños. Y nos convertimos en unos pingajos al cabo de unos dos años: la edad de la pubertad es la más vulnerable para los efectos de la ingestión de la droga. El veneno resulta mucho más perjudicial para el organismo en ese período.
Si nos encontrábamos allí era por la misma razón: no había vacantes para terapia en otro lugar. Al igual que yo, todos compartían la opinión de que las sesiones no aportaban mayor cosa. De todos modos, en aquellas en las que ponían en terapia a dos personas simultáneamente, era un verdadero desastre. Nos reíamos a gritos después. ¿Y cómo no hacerlo si nos hacían insultar una pelota de fútbol o mirarnos a los ojos durante dos horas? Renunciar al acto de hacernos pasar por el detector de mentiras ¿Y con qué fin podían hacerlo si nosotros sosteníamos que las sesiones de terapia no nos habían servido de nada? Los resultados no asomaban a la vista. Y los infelices asistentes se sentían cada vez más impotentes.
Por lo tanto, sólo teníamos un tema en común para debatir: la heroína. A veces, cuando estábamos reunidos en grupos más íntimos, yo hablaba acerca de la posibilidad de fugarnos.
Al cabo de estar quince días en Narconon, ideé un plan. Dos muchachos y yo nos ocultaríamos con la vestimenta del ''Gran Comando de Limpieza'': gracias a nuestro arsenal de baldes, escobillones y delantales de arpillera, franqueamos todas las puertas sin tropiezos. Estábamos locos de alegría. Estábamos impacientes por inyectarnos que por poco nos hicimos pis de la emoción. Nos separamos a la entrada del metro. Yo me dirigí a la estación del Zoo. Iba en busca de Detlev.
No estaba allí. Stella si y festejó mucho mi llegada. No había visto a Detlev en mucho tiempo- me contó. Yo temí que estuviese en prisión. En cuánto a los clientes, escaseaban en ese lugar. Nos fuimos a la Kurfurstenstrasse. Allí tampoco pasaba nada. Al fin se detuvo un coche. Lo ubicamos y el conductor también nos reconoció. Un tipo que nos había seguida muchas veces, tanto en el camino a los WC públicos como cuando nos íbamos a inyectar. Inicialmente los habíamos tomado por un policía de civil. Pero se trataba solamente de un novicio en busca de chicas toxicómanas.
Se interesó solamente en mí pero autorizó a Stella para que se subiera al auto.
Le dije:''Treinta y cinco marcos por una chupada. No hago nada más''.
''Te doy cien''.
Quedé perpleja. Nunca me había ocurrido un cuento como aquel. Los tipos que manejaban los Mercedes regateaban por cinco marcos. Y este personaje, en un roñoso Wolkswagen, me propuso espontáneamente cien.
Me explicó que era agente de información. Bueno, un megalómano. Esos eran mis mejores clientes, ellos no escatimaban en el dinero, por el contrario, lo que hacían constituía un medio de reafirmarse.
Me entregó efectivamente los cien marcos. Stella fue de inmediato a comprar la droga y nos inyectamos en el auto. Luego fuimos a un hotel. Me tomé mi tiempo con el fulano (Stella me esperaba abajo en el hall) porque había sido generoso y porque estaba en pleno ''vuelo'', además. Hacía dos semanas que no ingería nada. Por otra parte, me gustaba la sensación de amparo que me brindaba aquel plumón que me cubría en ese ruinoso cuarto de hotel.
Conversé un poco con el tipo. Era una persona verdaderamente sorprendente. Terminó por contarme que tenía medio gramo de heroína en su casa y que nos la daría si volvíamos a encontrarnos dentro de tres horas en la Kurfurstentrasse.
Le quise sacar treinta marcos más. Le dije que necesitaba almorzar como Dios mandaba: una cantidad semejante no podía contar para un ricachón como él, yo comprendía que tenía que movilizarse en ese cacharro para despistar a los demás, que se notaba que el era un espía notable, patatí, patatá… Me aflojó los treinta marcos.
Stella y yo regresamos a la estación del Zoo. Yo no abandonaba la esperanza de reencontrar a Detlev. De pronto, un pequeño perro negro con blanco, totalmente desgreñado, se me arrojó a los brazos. Debí recordarle a alguien. Ese perro era muy especial, se diría que tenía el aspecto de un perro de trineo un poco subdesarrollado. Un tipo que andaba totalmente despeinado me preguntó si quería comprarlo. Por supuesto que quería. Me pidió setenta marcos, regateé y al final me lo vendió por cuarenta. ¡Qué suerte! Estaba enferma de volada y tenía un perro nuevo. Stella propuso que le pusiera Lord John. Decidí ponerle Yianni.
Almorzamos en un restaurante de la Kurfurstentrasse. Yianni consumió la mitad de nuestras raciones. El ''espía'' llegó puntualísimo a la cita. Me trajo un bello y radiante medio gramo de heroína. Era un loco: sólo la mercadería valía cien marcos.
Regresamos a la estación del Zoo. No pudimos dar con Detlev pero nos encontramos con Babsi. Yo estaba súper contenta: era grato juntarse a conversar con las mejores amigas. Subimos a la terraza. Babsi tenía muy mal semblante, sus piernas parecían fósforos, totalmente plana por delante, no pesaba más de 31 kilos. Sin embargo, su rostro aún permanecía hermoso.
Les conté de Narconon. Les dije que era un presidio bastante sensacional. Stella no quería escuchar más: ella había nacido toxicómana y quería morir toxicómana, fue lo que dijo. Pero Babsi estaba embalada con la idea de que podían desintoxicarse juntas. Sus padres y su abuela habían intentado en vano encontrarla una vacante en terapia. Le fastidiaba que se metieran en sus cosas pero ella estaba muy dispuesta a desengancharse para siempre.
Estaba en un estado deplorable. Después de charlar bastante nos separamos. Mi Yanni aún estaba atado. Fui a realizar unas compras a un almacén de lujo que era extraordinariamente caro pero estaba abierto por las noches. Compré dos bolsas de alimento para perros y una gran partida de postres instantáneos para mí. Después llamé por teléfono a Narconon. Autorizaron mi regreso. Anuncié que llevaría compañía sin aclarar que se trataba de un perro.
No lo había pensado mucho pero sabía de sobra que regresaría a Narconon. ¿Y dónde más podía ir? ¿A mi casa? Me imaginé la cara de mi madre al verme llegar. Además, mi hermana había regresado- no quiso permanecer más junto a mi padre- y ocupaba mi cuarto y mi cama. ¿Vagabundear? No estaba dispuesta a hacerlo…Dormir en la casa de un cliente, eso significaba en cuerpo y alma a su disposición, y a tener que acostarme de frentón. Aún no había pernoctado en la casa de un cliente. Y sobretodo, estaba decidida a desengancharme para siempre.
Por lo tanto, el camino a Narconon era inevitable., porque de todos modos, no tenía otra alternativa.
En la casa- así le decíamos a Narconon, ''La casa''- la acogida fue bastante fría pero sin comentarios. No dijeron nada tampoco por la llegada de Yianni. En aquel entonces, tenían veinte gatos ya en el edificio de atrás.
Fui por frazadas viejas al sótano e instalé la cama de Yianni al lado de la mía. Al día siguiente, por la mañana, se hizo pipí y caca por todas partes. Yianni nunca fue muy limpio. Ese animal era súper especial, Pero yo lo quería tal como era y no me importaba andar limpiando todo lo que ensuciaba.
De inmediato fui enviada a una sesión adicional. Eso también me daba lo mismo. Ejecutaba las órdenes como una autómata. Lo único que me desagradaba era pasar todo ese tiempo alejada de Yianni., Los otros se ocupaban de él y jugaba con cualquiera- en el fondo era un seductor. Tanto los internos como los asistentes se preocupaban de alimentarlo y engordaba a la vista y paciencia de todos. Pero yo era la única que le hablaba. Ahora, al menos tenía con quién hablar.
Me volví a fugar otras dos veces. La última vez desaparecí durante cuatro días. Me quedé a dormir en la casa de Stella- su madre estaba en la clínica para practicarse una desintoxicación alcohólica. Y comencé de nuevo una vida de mierda: cliente, pinchazo, cliente, pinchazo. Fue entonces cuando me entré que Detlev y Bernd estaban en París.
En ese instante perdí los estribos. ¿Cómo era posible que el tipo que era en cierta forma mi marido, se hubiera largado a París sin haberme avisado siquiera? Nosotros siempre soñamos con ir a París. Queríamos arrendar un departamento en Montmatre y después nos íbamos a desintoxicar. Nunca escuchamos hablar de la existencia de droga en París y pensábamos que allí no la consumían… En París sólo había artistas. Unos tipos sensacionales, tomaban café o un vaso de agua de vez en cuando.
¡Así que Detlev estaba en París con Bernd! Había dejado tener novio y estaba sola en el mundo. Con Babsi y Stella resurgieron las disputas, ya fuera porque sí o porque no. Sólo contaba con Yianni.
Llamé por teléfono a Narconon. Me dijeron que mi mamá había pasado a recoger mis cosas. Ella también me abandonaba. Me bajó una rabia tremenda. Decidí demostrarles a todos que iba a salir adelante completamente sola.
Regresé a Narconon, me volvieron a aceptar. Me arrojé como una posesa a las instrucciones de la terapia. Hacía todo lo que me decían. Me convertí en una verdadera alumna modelo. Volví a compartir los honores con el detector de mentiras. Y el péndulo no se movía jamás cuando afirmaba que la sesión me había resultado extremadamente beneficiosa. Yo me decía: ''Esta vez sí que lo vas lograr. Estás a punto de lograrlo. Estás a punto de liberarte del vicio''. No llamé a mi madre. Me prestaron ropa. Usaba calzoncillos de hombre pero me daba lo mismo. No quería rogarle a mi madre para me devolviera mi ropa.
Un día recibí un llamado telefónico de mi padre. ''Hola Christianne. ¿Dónde has estado metida? Acabo de enterarme de tu dirección y además te diré que di con ésta por casualidad.
''Estoy impresionada de escuchar que te interesas por mí.''
''Dime ¿esperas permanecer durante mucho tiempo encerrada en esa tribu?''
''Por supuesto''.
Mi padre tenía la respiración entrecortada. Pasó un buen rato antes de pronunciar la siguiente frase. Después me preguntó si quería almorzar con él y uno de sus amigos. Acepté.
Media horas después me llamaron a la oficina. ¿Quién se encontraba allí? Mi querido papá, al que no veía después de muchos meses. Subió conmigo al cuarto que compartía con las otras muchachas. Sus primeras palabras: ''¿Qué significa todo este despelote?''. El siempre fue un maniático del orden, Y nuestro cuarto, como el resto de la casa, era una verdadera cafarnaúm, no se había hecho la limpieza y había trapos tirados por todas partes.
Nos aprestamos para salir a almorzar cuando uno de los responsables le dijo a mi padre: ''Tiene que firmar un documento que registre que traerá de regreso a Christianne''
Mi padre, furioso, se puso a gritar: el era el padre, sólo el tenía derecho a indicar en qué lugar debería vivir su hija, su hija jamás volvería a poner los pies allí.
Entonces desistimos de salir. Yo sólo quería regresar a la sala de terapia y le suplicaba a mi padre a más no poder:'' Quiero quedarme aquí, papá. No quiero morir, papá. Déjame aquí, te lo ruego''.
Los funcionarios de Narconon aparecieron cuando escucharon los gritos. Tomaron mi partido. Mi padre salió vociferando: ''Voy a llamar a la policía''.
Yo sabía que lo haría. Trepé hasta el techo. Había una especie de plataforma para los deshollinadores. Me acurruqué allí, mientras temblaba de frío. Me mandaron dos cestas con ensaladas. Los policías y mis padres registraron la casa de arriba a abajo. La gente de Narconon estaba inquieta, me llamaban. Nadie subió al techo. Mi padre y los policías se marcharon.
Al día siguiente por la mañana llamé por teléfono a mi madre a la oficina. Sollozando le pregunté qué era lo que sucedía.
Su voz parecía de hielo:''No me interesa en lo absoluto lo que te pueda suceder''.
-Pero tú eres mi tutora. No me puedes abandonar de esta forma. No me quiero ir con mi padre. Quiero permanecer aquí, no volveré a fugarme. Te lo juro. Te ruego que hagas algo. Tengo que quedarme aquí, mamá, de lo contrario me voy a morir. Me tienes que creer, mamá.''
Escuché la voz irritada de mi madre:'' No, no hay nada que hacer''.Y colgó.
Me sentí completamente bajoneada. Después monté en cólera. Me dije:'' Y bien de ahora en adelante, mándalos a la mierda. Ellos nunca se ocuparon de ti y ahora que se les cantó, se te dejan caer. Esos pobres aves hacen puras estupideces. La madre de Kessi, ella, ella impidió que su hija se hundiera en la mierda. Esos pobres mequetrefes de tus padres no levantaron ni el dedo meñique y de repente se imaginan que saben lo que es mejor para ti'':
Solicité una sesión adicional, me entregué por entero a realizar la terapia. Quería permanecer en Narconon y quizás posteriormente podría enrolarme como un miembro de la Iglesia Cientológica. En todo caso, no permitiría que nadie me sacara de allí. No quería que mis padres continuaran destruyéndome.
Tres días después fui convocada nuevamente a la oficina. Mi padre estaba allí, muy calmado. Explicó que debía llevarme a la Oficina de la Seguridad Social por el asunto de reembolso de Narconon.
Yo:'' No. No te voy a acompañar. Te conozco, papá, no me dejarás regresar. Y no deseo morir.''
Mi padre mostró un papel a los responsables de Narconon. Estaba firmado por mi madre y ella lo autorizaba para retirarme de allí. El directivo de Narconon dijo que el no podía hacer nada, que era imposible que permaneciera en contra de la voluntad de mi padre. Me aconsejo que no olvidara de hacer mis ejercicios. Que pensara siempre en la confrontación de ideas. La confrontación, esa era la palabra maestra en Narconon. Había que estar en permanente confrontación. ¡Qué idiotas! Yo no tenía nada que confrontar porque me iba a morir y ya no tendría valor para hacerlo. Dentro de quince días estaría reventada de nuevo. Totalmente sola, ya nunca más tendría otra oportunidad para salir a flote. En eso estaba pensando cuando me retiré de Narconon: fue uno de los momentos más lúcidos de mi existencia. Sólo mi angustia y desamparo me habían convencido que Narconon era mi tabla se salvación. Lloré de rabia y desesperación. Ya no podía más…
Antes de llevarme a casa, mi padre hizo un alto en su bar favorito, cerca de la Estación Wützkyalles. Estuvo a punto de pedirme una bebida alcohólica pero yo sólo quería beber un jugo de manzanas. Me dijo que si no quería morir debía abandonar las drogas."Esa es precisamente la razón por la quería estar en Narconon", le respondí.
Como telón de fondo, una vieja máquina musical tocaba música moderna. Algunos jóvenes jugaban con los flippers y al billar. "¡Aquí tienes"-afirmó mi padre-a jóvenes normales!" Por otra parte, debía encontrar nuevos amigos a la brevedad posible y así comprendería por mí misma que había sido una estúpida en drogarme.
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